La oración de María y de los santos


Cuando hacemos oración, María nos resulta una buena maestra de oración. Ella escuchó la voz del Señor y mantuvo diálogos personales de intimidad y profundidad durante la mayor parte de su vida. Para aprender de María, en primer lugar, recorreremos los lugares de su vida preguntándonos lo que nos revelan de la identidad de María y cuáles son los espacios interiores en los que María nos pide vivir en la actualidad.

María escuchó la voz del ángel y acogió la voluntad del Padre. Al encarnar a Jesús crea con él un vínculo maternal y espiritual que le permite vivir siempre en su presencia. Con su vida, María nos enseña a escuchar, a confiar y a decir “sí” a Dios, como lo hizo en la Anunciación.

Belén, la ciudad donde nació Jesús, nos revela el poder de la humildad y la confianza en Dios. Es un lugar pequeño, pero lleno de significado: allí María nos invita a confiar en el plan del Padre.

Galilea, un crisol de culturas y razas, nos habla de la acogida y la apertura. Allí, María vivió en sencillez y nos enseña a aceptar la diversidad y las diferencias con amor.

Nazaret, el pueblo insignificante donde María vivió en el anonimato, es un recordatorio de que, en lo escondido, el Señor obra maravillas. Desde allí, nos invita a mirar la vida desde el corazón, en lo profundo y silencioso.

En cada aparición, María nos llama a acercarnos a su Hijo. Nos guía hacia el interior, a nuestra morada más profunda, donde se encuentra la paz, la confianza y la gracia.

María es madre, maestra y compañera en el camino hacia Dios. Nos coge de la mano y nos conduce al lugar más escondido: el corazón, donde siempre nos espera la presencia de Dios.



DICASTERIO PARA LA EVANGELIZACIÓN
APUNTES SOBRE LA ORACIÓN
La oración de María y de los santos
POR CATHERINE AUBIN, op
INTRODUCCIÓN DEL PAPA FRANCISCO
BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS
MADRID • 2024

Título del texto original: Appunti sulla preghiera, vol 7: Marie, où es-tu? Aux racines des Écritures avec Marie pour prier le sens de sa vie.
Traducido del original italiano por Sol Corcuera Urandurraga
Textos bíblicos tomados de Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
Damos las gracias a la Fundación Terzo Piastro por su contribución a la publicación de los volúmenes.
© Dicasterio para la Evangelización - Sección para las cuestiones fundamentales de la evangelización en el mundo - Libreria Editric
na, 2024
00120 Ciudad del Vaticano
© de esta edición: Biblioteca de Autores Cristianos, 2024
Manuel Uribe, 4. 28033 Madrid
www.bac-editorial.es
Depósito legal: M-12663-2024
ISBN: 978-84-220-2344-9
Preimpresión: M.ª Teresa Millán Fernández
Impresión: Anebri, S.A., Pinto (Madrid)
Impreso en España. Printed in Spain
Diseño de cubierta: BAC
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.cedro.org;
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Por los niños que somos cada uno de nosotros, para que, con ella, estemos firmes y llenos de confianza
Por todas las madres, carnales o/y espirituales
Por todos los padres, para que sean madres y padres

ÍNDICE GENERAL
Nota del editor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI
Introducción del Santo Padre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIII
LA ORACIÓN DE MARÍA Y DE LOS SANTOS
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
Capítulo I. Los lugares geográficos y espirituales. . 7
¿Quién eres, María? ¿Dónde vives?. . . . . . . . . . . . 8
En Belén de Judea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Galilea: «encrucijada de naciones». . . . . . . . . . . . 13
En Nazaret de Galilea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
En Caná de Galilea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Capítulo II. Las palabras de María. . . . . . . . . . . . . 21
«¿Cómo será eso?» (Lc 1,34). . . . . . . . . . . . . . . . . 22
Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). . . . . . . . 26
¿Por qué nos has tratado así? (Lc 2,48). . . . . . . . . 29
«El ángel entrando en su presencia». Lo encontraron en el templo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2,19). . . . . . . . . . . . . . . . 34
Su madre conservaba todo esto en su corazón (Lc 2, 51). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
X La oración de María y de los santos
Capítulo III. Unas mujeres santas y María. . . . . . . 41
Santa Catalina Labouré: «Pasaba desapercibida». . 41
Santa Bernadette de Lourdes: «La mejor prueba de la aparición». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

NOTA DEL EDITOR
La Biblioteca de Autores Cristianos asume gustosamente el encargo de la Conferencia Episcopal Española de publicar los Apuntes sobre la oración preparados por el Dicasterio para la Evangelización con motivo del Jubileo 2025, tal como hizo el año anterior con los Cuadernos del Concilio.

Estos Apuntes se presentan en forma de pequeños libros, un total de ocho, que irán apareciendo progresivamente durante los primeros meses del año, desde enero a mayo de 2024. La colección Popular de la BAC ya acogió en diversas ocasiones los subsidios y materiales para las grandes celebraciones de la Iglesia universal y una vez más colabora en la preparación espiritual y pastoral para este gozoso acontecimiento del Jubileo Ordinario 2025.

Como propone la oficina del Jubileo, «las diócesis están invitadas a promover la centralidad de la oración individual y comunitaria». También nosotros, deseamos contribuir editorialmente a «poner en el centro la relación profunda con el Señor, a través de las múltiples formas de oración contempladas en la rica tradición católica».

INTRODUCCIÓN DEL SANTO PADRE



La oración es el respiro de la fe, es su expresión más profunda. Como un grito silencioso que sale del corazón de quien cree y se confía a Dios. No es fácil encontrar palabras para expresar este misterio.

 ¡Cuántas definiciones de oración podemos recoger de los santos y de los maestros de espiritualidad, así como de las reflexiones de los teólogos! Sin embargo, ella se deja describir siempre y sólo en la sencillez de quienes la viven. Por otro lado, el Señor nos advirtió que cuando oremos no debemos desperdiciar palabras, creyendo que seremos escuchados por esto. Nos enseñó a preferir más bien el silencio y a confiarnos al Padre, el cual sabe qué cosas necesitamos aun antes de que se las pidamos (cf. Mt 6,7-8).

El Jubileo Ordinario del 2025 está ya a la puerta. ¿Cómo prepararse a este evento tan importante para la vida de la Iglesia si no a través de la oración? El año 2023 estuvo destinado al redescubrimiento de las enseñanzas conciliares, contenidas sobre todo en las cuatro constituciones del Vaticano II.

 Es un modo para mantener viva la encomienda que los Padres reunidos en el Concilio han querido poner en nuestras manos, para que, a través de su puesta en práctica, la Iglesia pudiera rejuvenecer su propio rostro y anunciar con un lenguaje adecuado la belleza de la fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Ahora es el momento de preparar el año 2024, que estará dedicado íntegramente a la oración. En efecto, en nuestro tiempo se revela cada vez con más fuerza la necesidad de una verdadera espiritualidad, capaz de responder a las grandes interrogantes que cada día se presentan en nuestra vida, provocadas también por un escenario mundial ciertamente no sereno. La crisis ecológica-económica-social agravada por la reciente pandemia; las guerras, especialmente la de Ucrania, que siembran muerte, destrucción y pobreza; la cultura de la indiferencia y del descarte, tiende a sofocar las aspiraciones de paz y solidaridad y a marginar a Dios de la vida personal y social… 

Estos fenómenos contribuyen a generar un clima adverso, que impide a tanta gente vivir con alegría y serenidad. Por eso, necesitamos que nuestra oración se eleve con mayor insistencia al Padre, para que escuche la voz de cuantos se dirigen a Él con la confianza de ser atendidos.

Este año dedicado a la oración de ninguna manera pretende interferir con las iniciativas que cada Iglesia particular considere proyectar para su cotidiana dedicación pastoral.

Al contrario, nos remite al fundamento sobre el cual deben elaborarse y encontrar consistencia los distintos planes pastorales. Es un tiempo para poder reencontrar la alegría de orar en su variedad de formas y expresiones, ya sea personalmente o en forma comunitaria. Un tiempo significativo para incrementar la certeza de nuestra fe y la confianza en la intercesión de la Virgen María y de los Santos.

 En definitiva, un año para hacer experiencia casi de una «escuela de la oración», sin dar nada por obvio o por sentado, sobre todo en relación a nuestro modo de orar, pero haciendo nuestras cada día las palabras de los discípulos cuando le pidieron a Jesús: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1).

En este año estamos invitados a hacernos más humildes y a dejar espacio a la oración que surja del Espíritu Santo. Es Él quien sabe poner en nuestros corazones y en nuestros labios las palabras justas para ser escuchados por el Padre. La oración en el Espíritu Santo es aquella que nos une a Jesús y nos permite adherirnos a la voluntad del Padre. 

El Espíritu es el Maestro interior que indica el camino a recorrer; gracias a Él, la oración aun de uno solo, se puede convertir en oración de la Iglesia entera, y viceversa. Nada como la oración según el Espíritu Santo hace que los cristianos se sientan unidos como familia de Dios, el cual sabe reconocer las exigencias de cada uno para convertirlas en invocación e intercesión de todos. 

Estoy seguro de que los obispos, sacerdotes, diáconos y catequistas encontrarán en este año las modalidades más adecuadas para poner la oración en la base del anuncio de esperanza que el Jubileo 2025 quiere hacer resonar en este tiempo turbulento. Para esto, será muy valiosa la contribución de las personas consagradas, en especial de las comunidades de vida contemplativa.

Deseo que, en todos los Santuarios del mundo, lugares privilegiados para la oración, se incrementen las iniciativas para que cada peregrino pueda encontrar un oasis de serenidad y regrese con el corazón lleno de consolación. Que la oración personal y comunitaria sea incesante, sin interrupción, según la voluntad del Señor Jesús (cf. Lc 18,1), para que el reino de Dios se extienda y el Evangelio llegue a cada persona que pide amor y perdón.

Para favorecer este Año de la Oración se han realizado algunos breves textos que, en la sencillez de su lenguaje, ayudarán a entrar en las diversas dimensiones de la oración. Agradezco a los Autores por su colaboración y pongo con gusto en vuestras manos estos «Apuntes», para que cada uno pueda redescubrir la belleza de confiarse al Señor con humildad y con alegría. Y no se olviden de orar también por mí

INTRODUCCIÓN
Aquí tienes a tu hijo...
Roma, abril de 2003, Alexandra, una joven mujer no practicante, vaga cerca de la iglesia de las Tres Fuentes. Está tensa e inquieta: la exmujer de su segundo marido la sigue para hacerle daño. Además, el niño pequeño de este está pasando un momento difícil. En este estado emocional, se dirige hacia un sitio perdido y fuera de los circuitos turísticos, donde María se apareció en 1947 a Bruno Cornacchiola, un comunista anticlerical. 

En este lugar mal conservado y descuidado, las velas están estropeadas y las flores, marchitas, están por el suelo. En este santuario, Alexandra se coloca delante de la estatua de la Virgen María. Las dos se miran en silencio. De repente, ve cómo se mueve el brazo de María y le indica una dirección. Se frota los ojos para intentar convencerse de que no está soñando. No, el brazo de María está dirigido hacia un punto. Acompaña el gesto con su mirada y ve lo que está indicando: un cuadro en el que aparece María con su hijo Jesús, de unos tres o cuatro años de edad, al que tiene cogido de la mano: Alexandra comprende de inmediato el mensaje: María le pide que se ocupe del hijo de su segundo marido, Johanne, que también tiene cuatro años.

 De lo más profundo de ella, Alexandra le grita: «¡No! Me siento incapaz, no». Y abandona el santuario, contrariada y muy enfadada. Unas semanas y algunos viajes más tarde, Alexandra se da cuenta de que, sin saberlo, ha acogido a ese niño como si fuera suyo.

Sus resistencias se han esfumado y ahora no solo tiene un hijo, sino que tiene dos. Más de 20 años más tarde, Johanne, que tiene una personalidad difícil, se ha instalado en otro continente, no lejos de Alexandra. Y cada vez que se encuentra en grandes dificultades, llama a su «madre» Alexandra diciéndole: «Eres una madre para mí, una verdadera madre, eres mi madre»

Alexandra reconoce que, cada vez que ayuda a su segundo «hijo», siente la presencia de María que le vuelve a decir: «Ocúpate de este niño como si fuera tuyo» y siente al mismo tiempo toda la fuerza y la dulzura de María. Cuando nosotros no podemos con la carga, a menudo viene otro a nuestro encuentro. En la vulnerabilidad de Alexandra, es María quien vino para darle ánimo y confianza. Johanne se convirtió en su hijo para la eternidad.

En este lugar llamado «santuario de la Revelación», María se apareció en varias ocasiones a Bruno Cornacchiola pidiéndole su construcción. Le dijo las siguientes palabras: «Vendrán a orar aquí los sedientos, los perdidos. Encontrarán el amor, la comprensión, el consuelo: el verdadero sentido de la vida. Aquí, en este lugar de la gruta en el que me he aparecido varias veces, habrá una puerta denominada “puerta de la Paz”. Todos tendrán que entrar por esta puerta». Al igual que Alexandra, nosotros hemos elegido entrar por esta «puerta» para la escritura de esta obra sobre la oración con María.

Cuando María se aparece por todo el mundo, los lugares donde lo hace tienen unos puntos en común con los lugares bíblicos donde ella estuvo y vivió. En el primer capítulo, recorreremos estos lugares preguntándonos lo que nos revelan de la identidad de María y cuáles son los espacios interiores en los que María nos pide vivir en la actualidad. A continuación, en el segundo capítulo, escucharemos las escasas palabras de María que transmiten los evangelios y para poder entender su sentido observaremos sus gestos, sus maneras de comportarse y su mirada.

 O, por decirlo de otro modo, en qué y de qué modo nos enseña María a situarnos en nuestras relaciones delante de las personas y los acontecimientos. Por último, interrogaremos a mujeres, a santas que han tenido una relación única con María. Este texto estará puntuado por frases extraídas del himno Acatisto de tradición ortodoxa. Nos llevarán hacia una nueva y profunda revelación de la presencia de María para cada uno de nosotros. 

He aquí un extracto:
Salve, lugar de la misericordia de Dios por los pecadores.
Salve, nuestra confianza ante Dios.
Salve, nos llevas a la confianza en el silencio
.



Capítulo I
LOS LUGARES GEOGRÁFICOS Y ESPIRITUALES

Como preámbulo a este capítulo, es importante recordar los distintos niveles de comprensión en los que estamos implicados cuando leemos, escuchamos o miramos los acontecimientos bíblicos con respecto a nuestras situaciones cotidianas. Para captar interiormente la vida de María, es necesario pasar de lo visible a lo invisible, de lo que está escrito a lo que se sobreentiende con el fin de dejarse enseñar y hacerse más inteligente, es decir, para poder leer en el interior y más allá de lo que está escrito. La tradición judía nos ofrece esta clave de lectura denominada paraíso o Pardes en hebreo. 

Las cinco letras de esta palabra —pé, reish, daleth, sameck— son las iniciales de este término hebreo que indica los cuatro niveles de lectura que pueden aplicarse a nuestro modo de leer, entender y captar lo que María quiere transmitirnos.
  • El primer nivel atañe a nuestra lectura o escucha «literal», es decir, lo que se nos da a leer o a escuchar sin ningún tipo de interrogación. 
  • El segundo nivel nos lleva a escuchar bajo la forma de la alusión, la sugerencia o la evocación.
  •  El tercer nivel es el nivel de la interpretación o de la aclaración.
  • El cuarto nivel es el nivel de la revelación del misterio.
 La palabra de Dios recurre constantemente a estos cuatro niveles para llevarnos a un viaje al interior, del mundo exterior o físico al mundo interior. Por ejemplo, «la puerta». 

La puerta es un objeto de madera que se abre y se cierra. Es el primer nivel.

La puerta separa dos espacios, permite entrar o no y también significa la apertura o el cierre. 
Es el segundo nivel.
 
Cuando se habla de la puerta del corazón, esta puerta no es material, sino de otro orden; el siguiente versículo nos aporta una aclaración: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). 
Es el tercer nivel. 

Por último, Jesús dice de Él mismo que es la puerta: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. [...] Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará» (Jn 10,7.9). 
Es el cuarto nivel de lectura, la revelación del misterio

. Asimismo, cuando María indica a Bruno Cornacchiola en este «santuario de la Revelación» en Roma que hay que pasar por la «puerta de la Paz», nos enseña que ella es esa «puerta de la Paz» por la que hemos de entrar.

¿Quién eres, María? ¿Dónde vives? «¿Dónde estás?».
Es la primera pregunta que hace cada uno de nosotros cuando llama a alguien cercano a nosotros: «¿Dónde estás? ¿En qué lugar? ¿En qué espacio? ¿En qué sitio?». La pregunta parece anodina y sin consecuencias. 

Sin embargo, no se habla del mismo modo cuando estamos en el metro o en una habitación tranquila, en una tienda o en una reunión familiar. De manera general, el lugar físico en el que nos encontramos influye en la manera en que vamos a entablar una conversación. Será difícil compartir nuestros problemas en un supermercado o en una cola. 

La cuestión del lugar permite comenzar un diálogo y un encuentro; aunque aparentemente geográfica o espacial, la interrogación sobre el lugar lleva a otra dimensión
. «¿Dónde estás?» es también la primera pregunta del Señor en la Biblia: «“¿Dónde estás?”. […] “Señor, me dio miedo […] y me escondí”» (Gen 3,9-10). 
Pero Dios sabe dónde está Adán. La pregunta: «¿Dónde estás?» interroga, asombra y sorprende. ¿Se trata de un lugar físico? No. 
Esta pregunta ingenua y sencilla por parte del Señor tiene por objeto provocar en Adán (y, por consiguiente, en cada uno de nosotros) una sacudida: hacer que seamos conscientes de que ya no estamos ajustados en la relación. Dicho de otra manera, la pregunta podría ser formulada del siguiente modo: «¿Estás en el sitio correcto? ¿Estás en tu sitio?».

Si el Señor plantea esta pregunta, lo hace para provocarnos. Cada vez que plantea una pregunta de este tipo, no espera que el hombre le revele o le dé a conocer algo que Él ignoraría. Al contrario, el Señor interpela, invita y espera a cada uno para una cita y un encuentro. Dicho de otro modo, el Señor nos pregunta: «¿En qué punto del interior de ti mismo te encuentras?, o: «Hombre, ¿dónde estás? Estoy en ti, pero me es imposible encontrarte, solo estás en ti de paso», como escribía san Agustín.

¿Cómo comprender esta interpelación? ¿No nos remite al «sentido» de nuestra existencia e incluso a nuestra identidad profunda, al lugar interior en donde nos cita? ¿A lo que da «sentido», es decir a nuestra manera de acoger, recibir y encontrar la presencia del Señor? ¿No somos interiormente un «cosmos» interior? ¿Acaso nuestra vocación no significa conquistar ese cosmos, habitar en él y permanecer en él? ¿Acaso no es cada lugar, cada espacio, como una «matriz interior» que es fundamento de lo que somos en Él?

«¿Dónde estás, María?». ¿Y si planteáramos esta pregunta a la Madre de Jesús en el Evangelio: «¿Dónde estás, María?»? Los lugares físicos donde vivió y se estableció María no son en absoluto anodinos. Existe un nexo entre la identidad de María y los lugares donde vivió.

 Si los evangelistas subrayaron estos distintos lugares es porque querían decirnos algo en particular. Por este motivo, nuestro artículo comienza observando las regiones y las ciudades donde vivió María. Este enfoque va a permitirnos acercarnos a ella. Poco a poco nos revelará los distintos significados espirituales de estos lugares y nos introducirá en una relación más cercana y viva con ella.

María habla poco en los evangelios. Pocas palabras, ninguna confidencia, ninguna súplica. La cantidad de sus palabras se reduce a siete, hablaremos de ellas más adelante. Por eso, los lugares bíblicos donde descubrimos a María son el primer objeto de nuestro estudio orante.

Nos ha parecido importante hacer hablar a los lugares donde ella estuvo, donde se quedó y de los que se fue. Si nos encontramos con alguien por primera vez, le preguntaremos por su ciudad y su casa: «¿Dónde vives? ¿Dónde resides?» El lugar donde vive, así como su nombre forman parte de la identidad de la persona.

Salve, oh tierra por Dios prometida.
Salve, en ti fluyen la miel y la leche.


En Belén de Judea
Para entender los diferentes significados de los nombres de los lugares bíblicos, hay que ponerlos en relación con otros relatos de las Escrituras. El relato de la natividad de Jesús tiene lugar en un lugar cargado de historia: Belén. Para los evangelistas Mateo y Lucas, María y José vivían en Nazaret, en el norte; sin embargo, Jesús nació en Belén, en el sur.
 ¿Por qué bajar del norte al sur si María estaba embarazada? Jesús nació en Belén porque sus padres tenían que inscribirse en el censo de esa ciudad. «Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad» (Lc 2,3).

Este corto versículo indica que José se consideraba de Belén, independientemente del lugar en donde habitara. El pasaje del Evangelio subraya explícitamente el lugar que unía a José con Belén: «También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta» (Lc 2,4-5).

Belén es importante en la geografía bíblica; la ciudad es mencionada a menudo en el Antiguo Testamento. Es el lugar donde está enterrada Raquel (mujer de Jacob), que había engendrado a Benjamín, «hijo de la diestra» o preferido (Gen 35,16-20). 
Es el lugar de donde es originario Booz, el esposo de Ruth (Rut 1-2) que engendró a Obed, que engendró a Jesé, el padre de David. 
Es por tanto el lugar de origen de David (1 Sam 16,1), un pequeño pastor cuyo nombre significa «bien amado». También allí el sucesor del rey David, el Mesías, debía nacer como lo anunció el profeta Miqueas:
«Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel» (Miq 5,1).
Esta pequeñísima ciudad, calificada también como Efratá, que quiere decir la fecunda, es el lugar donde María dio a luz a Jesús.

Ahora bien, en Belén nacen unos hijos: Benjamín, el hijo preferido, y luego David, el bien amado. Belén es un lugar de nacimiento, filiación y descendencia. Resulta evocador el nombre hebreo de Belén. Beth en hebreo significa, entre otras cosas, «la casa». Es también la primera palabra con la que inicia el Antiguo Testamento: «Al principio» (Gen 1,1), en hebreo bereshit. 

La primera sílaba be de esta palabra significa «principio». «casa», «germen», «trigo» y también «hijo». Si relacionamos bereshit y Belén podemos adivinar que el lugar de nacimiento de Jesús es el lugar del principio de un origen, de una filiación y de una descendencia. El Hijo es acogido en esta casa beth, y si el Hijo es acogido, esto quiere decir que hay un Padre. Jesús es al mismo tiempo el Hijo del Padre, el Verbo y el Pan de la Vida. En sentido literal, Belén es la «casa del pan».

¿Qué nos enseña María en Belén?
 Que Belén es para todos el lugar de nuestro nacimiento y de nuestros orígenes y nuestros inicios. Allí da a luz al Hijo del Padre, aquella que desde el principio está en el soplo del Padre. Es la casa del Hijo ya que lo lleva en sus entrañas. En este sentido, también nosotros nos convertimos en «casa de Dios». Ella nos enseña a ser morada y receptáculo para que nosotros hagamos nacer al Verbo. O, por decirlo con palabras del Maestro Eckhart, nos enseña el nacimiento de Dios en nuestra alma. Como ella, llevamos (hombres y mujeres) al niño Jesús en nuestras entrañas. Además, somos llevados por ella en su seno. Ella es la que nos engendra a la vida de Dios, como lo hizo con Jesús.

Vivir con María en Belén es vivir en el conocimiento y la confianza del Padre, en su reconocimiento pleno y total y no bajo el reconocimiento de los hombres que son los que la van a perseguir y expulsar de Belén. María vivió toda su vida delante de hombres que en su mayoría no la vieron, no la oyeron, no la reconocieron. Ninguno de nosotros puede ni quiere vivir sin el reconocimiento de su prójimo, sin ánimo ni apoyo. Aprender de María esta realidad es un camino muy largo.

Salve, remedio eficaz de mi carne.
Salve, inmortal salvación de mi alma.


Galilea: «encrucijada de naciones»
[…] En una ciudad de Galilea…Viajar en los evangelios es sobre todo pasearse por Galilea. En efecto, esta región es citada más de cincuenta veces mientras que Judea solo treinta veces. Situada al norte de Israel, montañosa y verde, está bañada por el Jordán y bordeada por el lago de Tiberiades. En la época de María encontramos a pescadores, pastores, viñadores y otros cultivadores de olivos, fruta y cereales. 

Es una región más tranquila que Jerusalén, sometida como Judea y Samaria a la dominación de Roma. Para el pueblo elegido, orgulloso de vivir en Judea, la Galilea está tan solo en los límites de la Tierra Prometida, en esta provincia que describe el profeta Isaías como «encrucijada de las naciones» (Is 8,23b). Esta tierra recibió también el apodo de «Galilea de las naciones» a causa de su nexo con la diáspora. La Galilea es a menudo despreciada por los habitantes de Jerusalén.

Vivir en Galilea quiere decir vivir en un lugar de paso, de mestizaje y de diversidad donde nada es monolítico. Es un lugar donde la diferencia es vivida simplemente en la aceptación y la acogida. Es la región de los inicios, de los comienzos, donde todo está por recibirse y por construirse, lejos de la opinión de los poderosos de Jerusalén. ¿Qué es esta Galilea existencial en la que estamos invitados a regresar? ¿Un lugar donde la diversidad y el encuentro son esenciales? ¿Es un lugar interior lejos de las presiones «mundanas» o superficiales? ¿No es también el espacio de los comienzos y de las llamadas interiores cuando empezamos a ponernos en marcha? ¿Cuál es nuestra «Galilea del corazón» donde nos espera María?

En la región de Galilea aparecen tres pequeñas ciudades en los relatos evangélicos: Cafarnaúm, Caná y Nazaret. Iremos hacia las dos últimas, comenzando por Nazaret: este pueblo despreciado y desconocido del que habla abundantemente la tradición espiritual; por ejemplo, la tradición cisterciense, o esos guías espirituales que aconsejan «vivir en Nazaret». ¿De qué hablan? ¿En qué nos vincula este «Nazaret»? Y, sobre todo, ¿por qué tenemos que instalarnos ahí? ¿Qué significado tiene este consejo?

Salve, preparas la esperanza del Pueblo en marcha.
Salve, en ti todo el universo es reconciliado.


En Nazaret de Galilea
Nazaret es el lugar de la juventud de Jesús, con María y José. En el momento de la Anunciación, María y José vivían en Nazaret, pero no se sabe si era su lugar de origen (Lc 1,26; Lc 2,4 y Lc 2,39). A su regreso, después de la huida a Egipto, José regresa a Nazaret con su familia (Mt 2,23). Jesús crece y pasa una gran parte de su vida allí (Mt 4,13; Mc 1,9; Lc 2,51; Lc 4,16). Ahora bien, la ciudad solo es mencionada nueve veces en toda la Biblia. Un pueblo que no se menciona en absoluto en todo el Antiguo Testamento. 

Nazaret no aparece en las profecías ni en los libros históricos y los salmos. Un lugar desconocido, donde no pasa nada: ninguna huella. (A menudo, las apariciones de María tienen lugar en pueblos perdidos en la montaña o en los campos: Fátima, la Salette, Tepeyac, Champion, Igrista, etc.). Nazaret es un pueblo desconocido, escondido e incluso insignificante.

Más aún, tiene una reputación negativa: es el evangelista Juan quien relata el desprecio de la gente de la época por ese pueblo. Cuando Felipe le dice que Jesús es el Mesías y que viene de Nazaret, Natanael expresa su desprecio:
«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,45). 

Nazaret marca la vida oculta de María con José y Jesús. María escucha en este lugar las palabras del ángel Gabriel y es donde, por primera vez, escuchamos su voz y sus palabras. Para nosotros, vivir en Nazaret puede significar el acceso a un espacio donde por fin podemos dejarnos encontrar, cuestionar e interpelar por la voz de María: es un lugar de calma.

 Nazaret es por tanto el lugar donde no cuentan las miradas de los hombres y donde la Palabra puede brotar libremente y ser escuchada. Cada palabra exige de manera vital un fondo de silencio para evitar el vacío y encerrarnos en las repeticiones. 

Para oír esta llamada, nos es necesario estar retirados y ocultos ya que a veces también nosotros nos enfrentamos a persecuciones y desprecios. Es un lugar de libertad y de emancipación del formalismo y de las presiones sociales, religiosas, etc. Vivir en Nazaret es vivir oculto a los ojos de los hombres y de sus ilusiones, es vivir en la realidad de lo cotidiano empapado de la presencia de una Madre que nos hace crecer y madurar en la vida espiritual. Nazaret es el lugar de la intimidad reencontrada con Jesús, con su Padre y nuestro Padre, en el soplo-Espíritu.

Vivir en Nazaret es sin duda vivir feliz por estar liberados del miedo de la mirada de los demás y de sus juicios. Nazaret es el lugar de la intimidad y la confianza, el lugar del respeto y la convivencia fraterna, el lugar de la sencillez y la humildad. María nos espera allí para nuestro crecimiento y fecundidad en Dios. Quiere engendrarnos y hacernos renacer.

Salve, por ti se aturden sutiles doctores.
Salve, por ti desfallecen autores de mitos.


En Caná de Galilea…
«A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí» (Jn 2,1). Juan, en el Evangelio, habla de María solamente dos veces, una vez en Caná de Galilea y la otra vez delante de la cruz. Es un episodio muy especial porque en los evangelios de Mateo y de Lucas, María está presente en los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús. Juan es el único que relata la presencia de María cerca de Jesús adulto. 

Ningún otro evangelio relata el milagro de Caná. En Caná, Jesús y María están invitados a una boda. Es una fiesta, el baile, las risas y la alegría. Están felices, hay ruido, conversaciones, comida en abundancia y demasiado poco vino.

¿Qué nos enseña y transmite María en este lugar?
Las tres primeras palabras de este corto pasaje bíblico nos introducen en otra dimensión: va a ocurrir algo excepcional. En efecto, la expresión «el tercer día» es una fórmula particular en el Antiguo Testamento; esta indicación determina el día de la revelación del Señor en Sinaí: «Estén preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo» (Ex 19,11). 
Esto anuncia por tanto una manifestación de Dios. En el Nuevo Testamento, la expresión «tercer día» hace referencia al día de la resurrección. Por ejemplo, en la Carta a los Corintios: «Jesús resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,4).

Lo que va a ocurrir en Caná está por tanto presentado como un acontecimiento de revelación, una manifestación no humana, sino divina.
«Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”.
Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”»
(Jn 2,3-5).

Es María quien se da cuenta de que falta algo y lo comunica a su hijo. Y añade: «Haced lo que él os diga». Esta frase que María dirige a los sirvientes da testimonio de su confianza incondicional hacia Jesús. María es la primera en abrir el camino y se convierte en la primera en mostrar el camino. María, madre de Jesús, ve lo que los demás no han visto. No pide nada a su hijo, solo señala la dificultad. Y Jesús parece responderle otra cosa.

María entiende que Jesús lo ha oído y pasa detrás de Él para llevar a los sirvientes a escuchar a su Hijo. María y Jesús se entienden más allá de las apariencias, aunque leemos esta frase sorprendente: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Esto no significa desprecio ni una falta de respeto hacia María, sino solamente que toma sus distancias. Esto es evidente a causa de lo que dice a continuación: «Todavía no ha llegado mi hora». Se trata de la hora de su pasión y muerte en la cruz que anuncia la revelación de la resurrección. Por este motivo, Jesús establece una distancia con su madre: el momento del inicio de su pasión todavía no ha llegado.

«Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua)» (Jn 2,8-9).

En la Biblia, el vino tiene un simbolismo nupcial: en el Cantar de Cantares, esta bebida es el símbolo del amor. Durante la última cena, Jesús hablará de Él mismo como la verdadera vid (Jn 15,1-8). En el episodio de las bodas de Caná, el vino prefigura el amor y el don perfecto de sí mismo. Es Jesús que se entrega. Al cambiar el agua en vino, Cristo da su vida a beber a los invitados. Además, Jesús no solo quiere hacer eso. Cada una de las órdenes formuladas por Jesús es ejecutada inmediatamente y Jesús asocia a los sirvientes a su milagro.

Esta manera de proceder señala el deseo de Jesús de que participemos cada uno de nosotros. Por y gracias a María, la palabra de Cristo llama a los sirvientes a colaborar con Él para producir este signo, este milagro de la transformación del agua en vino.

Busquemos nuestro «Caná interior». 
¿Por qué ir a ese lugar nupcial? Precisamente porque es un lugar de alegría compartida. Estar en Caná significa estar en un espacio de entrega, ya que cada vez que estamos en el servicio, nos entregamos en un acto de generosidad y de luz. 

El servicio en cuanto don de sí mismo está en el rango de una transmutación, de un testimonio de bondad y de luz. Esta transformación interior está en el rango del desposorio: María no solamente nos engendra a la vida divina, sino que prepara en nosotros el desposorio con el Verbo, su Hijo.

 Caná es el lugar de la caridad que no proviene de nuestras propias capacidades, sino de la preocupación de María por nosotros y nuestros hermanos y hermanas. María es nuestro «Caná interior», viene a cambiar nuestra mirada sobre lo cotidiano, nos muestra las necesidades de nuestros hermanos para que se las entreguemos interiormente a Jesús. 

Caná es el aprendizaje de la caridad en la humildad total. No hagas nada por tu cuenta sino acógete a ser un buen vino para tus hermanos en las manos de Cristo. Este lugar es eminentemente activo ya que para nosotros se tratará de estar muy presentes en estos encuentros de lo cotidiano con el fin de dejar actuar en nosotros y por medio de nosotros ese milagro de la abundancia de la vida de Jesús. Allí está nuestra alegría, allí se da el verdadero desposorio, allí está el signo de una alianza hecha de intercambio, colaboración y comunión. Si Nazaret es el lugar del crecimiento en Dios, Caná es entonces el lugar de la caridad por María con Jesús.

Salve, Sierva del festín en el que participamos de las realidades del cielo.
Salve, fuente de agua que salta hasta la vida eterna.


Cada vida es una peregrinación interior.
Durante este camino, son necesarias unas etapas, permiten el descanso y la paz para entrar en el misterio de nuestro hacernos en Dios. Ya sea Belén, Nazaret, Caná o Galilea, todos estos lugares nos indican unas transformaciones que hay que efectuar: acoger su origen y su filiación en Belén, resistir a las atracciones del mundo en Nazaret, dejarse trastocar y cambiar por las bodas eternas de Caná, sin olvidar quedarse en esa Galilea que permite una constante apertura a la diferencia.



Capítulo II
LAS PALABRAS DE MARÍA

Antes de empezar la lectura de estas páginas, les invitamos a practicar un ejercicio: entren en sí mismos e intenten que les venga a la memoria las palabras que les ponen en contacto con lo más profundo de ustedes, en una delicadeza y tranquilidad apacibles. Ya sea, por ejemplo, el nombre de alguien cercano muy querido, o una palabra que les conmueva, les alcance y les acompañe en un espacio interior tranquilo y luminoso. Por ejemplo, «consuelo» o «jardín» o «ternura», etc. Tómense el tiempo de traer a su conciencia esas «palabras-destello» que les iluminan, les calientan y les pertenecen personalmente. Este ejercicio permite captar hasta qué punto determinadas palabras nos fundamentan y estructuran interior y espiritualmente.

En este segundo capítulo vamos a oír las palabras y los silencios de María en unos momentos precisos. Hemos de intentar comprender cómo trae ella el Verbo y la Palabra y en qué puede ayudarnos a entrar en nuestras verdaderas palabras, las que restauran la intimidad con nuestro Padre y con su Hijo en el Espíritu Santo.

María, cuya voz oímos tan poco en los evangelios, pronunció siete frases. Están acompañadas de actitudes gestuales y posicionamientos interiores. Nos toca a nosotros captarlas con los oídos del corazón para acogerlas y «conservarlas» en lo profundo de nuestro corazón como lo hizo ella: «María, velaba secretamente sobre todas estas cosas que recogió en su corazón». O en otra traducción: «María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).

La actitud de María está en el polo opuesto de la relatada en la narración de la «caída» de Adán y Eva (Gen 3,2-7). Las consecuencias de este pecado original afectan a tres actitudes: en primer lugar, la prioridad a lo exterior, es decir, a la distracción, a la dispersión; a continuación, el miedo a Dios al considerarlo como un rival, un juez o, peor aún, un adversario; y, por último, el olvido de lo que somos, de dónde venimos y a dónde vamos, el olvido también como engaño del amor. Ahora bien, María con sus silencios, sus retoques y sus palabras nos enseña una postura totalmente distinta: la prioridad de lo interior, la confianza en nuestro Padre Dios y, por último, el recuerdo vivo de sus dones.

Salve, tú recapitulas la riqueza de su Palabra.

«¿Cómo será eso?» (Lc 1,34)

Esta es la primera palabra de María en el Evangelio según san Lucas, en respuesta al anuncio del ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» o «¿Cómo será si no conozco varón?» (Lc 1,34).
Volvamos a leer todo este pasaje:
«En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”.

El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios” […]. María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”»
(Lc 1,26-35.38).

Lucas precisa que el ángel Gabriel es enviado a una parthenos, término griego que designa precisamente a una joven no casada y virgen: al quedarse embarazada sin estar casada, por la fuerza del Espíritu Santo, María se pone de inmediato en peligro de muerte: si José, su prometido, la denuncia, corre el riesgo de ser lapidada si se sigue la ley judía al pie de la letra. Es libre de rechazar este hecho incomprensible y más allá de lo razonable.

Se encuentra en una situación de fragilidad paradójica, como perdida ante esas palabras que ella no sabe a dónde pueden llevarla y que la arrancan de una situación «normal». La llamada que el Señor le dirige la trastoca, la desestabiliza, no la tranquiliza. 

María, al aceptar estos hechos, permite por tanto que una situación escandalosa se convierta en gracia y camino del Señor. De este modo, María se une a todas las mujeres que están lidiando con situaciones reprensibles y complejas, para mostrar que el Señor está allí con ellas. Propone así un viaje a través de las apariencias. Lo que a ojos de todos aparece como un motivo de vergüenza y de condena —el hecho de que no esté embarazada de su prometido y de que no lo esté en el momento correcto— se va a convertir en motivo de renovación radical de la existencia.

Sin embargo, al recibir la visita de un ángel de Dios, María también recibe un privilegio reservado a pocos personajes bíblicos. Orígenes (Padre de la Iglesia del siglo iii) nos enseña que la expresión griega kecharitōmĕnē, traducida al español por «llena de gracia», solo es empleada una vez en toda la Escritura. Lo que le pasa a María es por tanto único y excepcional. 

Después de haberse alterado, María se interroga preguntándose de dónde puede venir este saludo y cuál es su significado. Para el Señor, gracias al anuncio del ángel Gabriel, los seres humanos son colaboradores e interlocutores, es decir, personas de las que conviene obtener su consentimiento. Al aceptar lo que le anuncia el ángel, María no solamente aparece como una colaboradora del Señor, sino que también muestra su confianza y su inmenso valor ante los riesgos que representa lo que se le ha comunicado. 

Al anunciarle el nombre que dará a su hijo, el ángel le revela el nombre de Dios Padre ya que su hijo es llamado «Hijo del Altísimo». Otros habían intentado saber más, Moisés, Jacob… Pero solo María recibe una respuesta clara. Esta visita del ángel a María pone de manifiesto a una mujer que Dios respeta. Por eso, con una audacia llena de respeto, no duda en debatir con él. Cuando el ángel le anuncia todo esto, María responde con una pregunta:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». Se inscribe en la tradición bíblica de los patriarcas que intercambian directamente con lucidez y firmeza: como Abrahán en Sodoma, o como Jacob durante su combate o como Moisés delante de la zarza ardiente. Su vigor y su fuerza son los de un patriarca, no abdica su razón y no confía ciegamente.

 En cierto modo, se «enfrenta» al ángel con su interrogación: «¿Cómo?». No ha preguntado «¿Por qué?». La mayoría de nosotros, ante un acontecimiento inesperado, ya sea un éxito o un fracaso, una muerte o una enfermedad, nos interrogamos así: «¿Por qué ha pasado esto, por qué esta sorpresa o este drama? ¿Por qué él y no yo?»

María no dice al ángel Gabriel: «¿Por qué yo?». Acoge y recibe sus palabras en una disposición que no es de miedo ni de dominación. Se sitúa en un lugar de confianza y diálogo, no en una resignación o una sumisión. Su «cómo» es el de una mujer de pie, erguida, ni sumisa ni reivindicativa. Quiere colaborar, construir y comunicarse de igual a igual. Cuando nosotros mismos empezamos a decir «cómo» a tal propuesta, nos comprometemos ya para adoptar o ajustarnos a lo que se nos propone. Hace unos años, un padre de familia de 45 años murió de repente delante de su familia. Tenía siete hijos.

Una de sus hijas, de 15 años, decía: «Es inútil preguntarse por qué le ha pasado a él, por qué a nosotros, sino ¿cómo vamos a vivir esta tragedia?». Esta primera frase de María no nos pone en contacto con una mujer apagada, tímida o resignada. No, esta cuestión no tiene nada de empalagosa o de conformista.

Es la pregunta de una mujer inteligente, abierta y acogedora, ni apagada, ni dubitativa, ni que se esconde. En esta primera frase, María nos habla: «¿Cómo vas a escuchar mis palabras? ¿Con qué actitud interior? ¿En dónde estás cuando se te pregunta “cómo” y no “por qué”?».

Cuando buscamos nuestra vocación según el deseo del Señor, ¿le preguntamos con María: «¿Cómo se va a hacer eso?». Como María, podemos plantear todas las preguntas al Señor a condición de que se haga en la confianza del amor y no en la exigencia de una reivindicación. El Señor prefiere las interrogaciones por amor que el mutismo de una falsa resignación. Hablar con el Señor como María se asemeja a la actitud de Abrahán para salvar a los justos de Sodoma y Gomorra, es un diálogo ardiente para estar no en oposición orgullosa, sino para intercambiar con Él sencilla y humildemente.

Salve, remanso de paz para quienes se debaten en los remolinos de su vida.
Salve, tabla de salvación para quienes aspiran a la vida plena.


Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38)
Después del «cómo» de María hemos decidido seguir con la segunda parte de la frase que concluye este relato: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). María pronuncia así un sí sin reservas ni condiciones. María da su consentimiento a esta llamada. Es importante intentar oír esta frase de María en cada situación difícil ante la cual se ha visto confrontada: en primer lugar, en Nazaret, ante la hostilidad de quienes toman a su Hijo por un loco, luego durante las injustas torturas a las que sometieron a Jesús o también al pie de la Cruz en el momento en el que su Hijo entrega su espíritu. En cada acontecimiento, María vuelve a decir esta pequeña frase: «Hágase en mí según tu palabra».

Con esta respuesta nos muestra su confianza total y definitiva. Supera su fragilidad apoyándose en su relación con el Señor. Por eso acoge, consiente y acepta con toda su inteligencia y voluntad. Su confianza es una elección decisiva para la acción y la voluntad de Dios, sin resignación ni sumisión. Una confianza que no se basa ya en sus propias capacidades; como Pedro, María va a caminar con determinación sobre las aguas y lo hará toda su vida. 

En cada acontecimiento, en cada situación, su apoyo será su confianza inquebrantable, enunciada el día de la Anunciación. Va a vivir su vida de tal manera que ni la incomprensión, ni el rechazo, ni el dolor puedan con su dinamismo incondicional hacia el Señor. Se pone al servicio de la vida futura y la del más allá, lista para tomar todas las bifurcaciones que el Señor le indique.

En cuanto a nosotros, en algunas ocasiones, nuestra confianza todavía está hecha de interrogantes y rechazos. No hay nada dramático en concienciarnos de ello, sino que es más bien una llamada para que avancemos. María nos enseña a no basar nuestra existencia en la generosidad, sino en la confianza.

 Demasiado a menudo queremos dar y dar lo que no nos pertenece: dar nuestra vida, nuestro tiempo, nuestros asuntos, cuando lo que se nos pide es confianza. Permanecer en su «casa de confianza» tendrá como consecuencia una manera de dar que no se hará solamente según nuestros criterios. Este lugar de la confianza en nosotros es la base, la seguridad y el fundamento para avanzar de una nueva manera, lejos de los criterios culturales o mundanos. 

Ante la evidencia de que hay algo imposible de vivir: es imposible aguantar y sostener la vida con las propias fuerzas, contando solo con uno mismo. La confianza de María descansa en la confianza del Señor en ella. Esta confianza es fuerza y energía que la sostienen; está habitada por ellas.

Como estas palabras que Jesús dirá a Pedro: «¡Ánimo, soy yo, no tengas miedo!» (Mt 14,27). Esta frase no se da contando con sus propias fuerzas, ni calculando ni midiendo sus capacidades, sino entregándose en un acto de radical confianza a la palabra del Señor. María lo hace y este acto se asemeja a una forma de desprendimiento y de muerte. Al haber aceptado la revelación de lo que le es imposible, María ve nacer en ella fuerza y libertad.

El consentimiento de María es el signo de su libertad liberada. Es liberada del miedo, de la voluntad de control, del miedo a lo desconocido. Porque cuando se pasa el umbral de la confianza radical, se ofrece una libertad mucho mayor: la libertad de poder orientar su voluntad hacia lo esencial, la de poder vivir su tiempo con gran eficacia y con presencia para sí mismo y para los otros.

El deseo de protegerse contra lo que puede ser quitado y la necesidad de controlar y dominar se evaporan y desaparecen lentamente. Y apaciblemente podemos decir con María: Señor, «hágase en nosotros según tu Palabra».

Salve, en quien son regenerados los espíritus angustiados.
Salve, en quien son fortalecidos aquellos que han sido heridos por su pasado.


¿Por qué nos has tratado así? (Lc 2,48)
El evangelista Lucas es el único que relata la infancia de Jesús. Aquí relata el episodio de la «recuperación en el Templo» que designa la acción de reencontrar lo que se ha perdido. Jesús tiene doce años cuando va al Templo de Jerusalén con sus padres para celebrar la Pascua, una de las fiestas más grandes del judaísmo. Para contar este episodio, el evangelista Lucas comparte con nosotros las emociones y reacciones de María y José. En el conjunto del episodio, el relato tiene el sabor del testimonio, que nos hace introducirnos en la intimidad de su relación. Su reacción es sorprendente: han buscado a Jesús durante tres días y, sin embargo, no reaccionan en un primer momento con un tono de reproche, sino con la admiración muda de una madre y de un padre ante la precocidad de su hijo en un ambiente intelectual.

«Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos»
(Lc 2,46-48a).

Tras la admiración y la sorpresa llegan unos reproches legítimos. Sin reprenderlo directamente, María dirige a Jesús unas quejas maternales: le llama «hijo» y le confiesa el dolor y la angustia de estos días de búsqueda: «Le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,48-49).

Muchos padres han podido hacer esta pregunta a sus hijos. Esta legítima interrogación no es ni un juicio ni una condena. María, responsable de su hijo Jesús, empieza a vivir una forma de desprendimiento. Ya no puede mantener ni retener a su hijo. Después de tres días de búsqueda angustiosa, María está llamada a asumir una completa novedad que entra dentro del misterio: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Sin prevenir, este acontecimiento va a producir en María una sorpresa e incluso una forma de desestabilización o de reorientación. Su pregunta es la de una mujer lista para dejarse llevar a otro lugar. Es también la de los salmos: «¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes?» (Sal 10,1).

María está convocada a vivir el instante presente en sus sorpresas e imprevistos. Con el Señor, no hay nada establecido en la vida, ya sea en lo cotidiano o en la vida en general. Hay momentos de retirada y de incertidumbre como hay instantes de gran presencia y de fe confiada.

Todo esto en una búsqueda sin fin y en un cierto dolor por no poder retener lo que se creía haber encontrado.

María nos enseña a permanecer en la confianza incluso cuando no hay ni prueba ni evidencia. Como ella, hemos de buscar sin acaparar, explorar sin una búsqueda de eficacia, preguntar sin reprochar.

Este relato familiar en Jerusalén es uno de los acontecimientos más raros donde se presenta a Jesús después de su nacimiento, a los doce años. ¿Por qué esta precisión? En la tradición judía, los doce años son la edad a partir de la cual el niño empieza a ir a la escuela llamada yeshivah según la tradición talmúdica. 

Asimismo, es también la edad aproximada a la que corresponde la fiesta del Bar-mitzvah que celebra la edad adulta en la comunidad judía. Tradicionalmente, durante esta fiesta, el joven lee un pasaje de la Torá y a continuación responde a una cierta cantidad de preguntas con el fin de asegurarse que conoce un mínimo su contenido. Ahora bien, en esta escena, el modelo se ha invertido. No es Jesús quien aprende y responde a las preguntas, sino que es Jesús quien enseña e interroga a los sabios y los doctores de la Ley. 

Dicho de otra manera: Jesús se presenta como un maestro, no como un alumno. Pronunciadas en el Templo de Jerusalén, las primeras palabras de Jesús atañen a su relación con el Padre. Si el evangelista ha creído conveniente transcribirlas, es porque encierran una interpelación y una interpretación determinantes: Jesús no es solamente un niño nacido de María en Belén, es el Hijo de Dios mismo. 

Este episodio no es ni anecdótico ni anodino: Jesús está en su casa, cerca de su Padre y el Templo es su hogar. Este niño de doce años insta a sus padres a emprender una conversión, un cambio, una novedad. De nuevo, se trata de la pregunta de María, su madre, que nos pone en camino y nos sacude e interpela. Su madre preocupada y atenta manifiesta proximidad, solicitud y compromiso a propósito de nuestro camino y nuestra llamada. 

Al plantearnos la misma pregunta: «¿Por qué nos has tratado así?», o mejor: «¿Por qué nos has hecho esto?», María nos da a entender que nada de lo que vivimos le es indiferente. Ella participa en cada una de nuestras huidas y andanzas. La respuesta de su hijo es para todos nosotros orientación, brújula y sentido.

Salve, en quien es levantado el hombre
Salve, tu desenmascaras la trampa de los ídolos


«El ángel entrando en su presencia».
Lo encontraron en el templo Las palabras y el hecho que acabamos de meditar se desarrollan en unos espacios precisos: la casa y el templo, lugares altamente simbólicos desde el punto de vista de la edificación, la habitación y la acogida. Quieren hablarnos del modo en que está presente, viva o no viva en ellos. La función normal de cualquier hogar es la de la hospitalidad y la acogida, es un lugar de apertura, descanso y protección en el Antiguo Testamento. La casa es también un espacio de intimidad. Todavía en la actualidad, la puerta de un hogar se abre hacia dentro y no hacia el exterior y entramos en este lugar a través de una puerta que abre delante de nosotros hacia otro lugar.

En el Evangelio, María acoge al ángel «en su presencia», es decir, en su casa. María se convierte en la imagen de una hospitalidad que no solamente acoge, sino que hace de sí misma una morada para el otro.

Con María, el tema de nuestra vida espiritual podría resumirse del siguiente modo: ¿quién entra en nuestra casa? ¿Quién nos visita? ¿Queremos ser familiares e íntimos de la «casa» de María? María se nos revela no por lo que hace, sino por lo que en ella hace el Señor ya que se deja visitar. Lo que significa que, al abrir la puerta de nuestra «casa» interior, dejamos entrar a una presencia, la del Espíritu Santo que actúa, transforma y vivifica todo nuestro ser. María, que habita en su casa, nos enseña asimismo a vivir con nosotros mismos, lejos de la dispersión hacia fuera para crecer hacia arriba como un árbol o para sumergirnos en el fondo y así tomar conciencia de la revelación incomunicable de la presencia del Señor. 

Cuanto más estemos en nuestro interior, en nuestra morada, más humanos seremos, encarnados y capaces de estar unidos a todos. Porque cuanto más cerca estemos de nuestro Dios-amor, más cerca estaremos de los demás. Habitar su casa, unirse a su corazón, lugar de amor y sabiduría, para convertirse sin cesar y recibir un corazón de carne, esta es una de las enseñanzas de María. 

Cuando el corazón está despierto, se vuelve capaz de amar ya que se deja guiar por la mano de María como la joven Alexandra con su hijo Johanne. El amor se convierte en el «lugar» donde estamos llamados a estar con María. Estar en nuestra casa para estar en la suya y tomarla con nosotros, es dejarse habitar y visitar por la confianza en Dios, por la memoria de sus bendiciones y permanecer y quedarse en ella para convertirnos en lo que estamos llamados a ser.

El otro lugar significativo del encuentro de Jesús niño con María es el templo. En el Antiguo Testamento, el Templo de Dios es el lugar donde reside su nombre y su presencia. En este amplio espacio de acogida encontramos la luz, los perfumes y el signo de la Alianza.

Su finalidad exclusiva ha de ser siempre y ante todo la oración. Es un polo espiritual fundamental para el pueblo judío: es la morada de Dios entre los hombres. Con Jesús, que «habitó entre nosotros», el templo «se encarna» y toma carne en Cristo. Y, de un cierto modo, María representa el templo de la espera.

Cuando encuentra a su hijo en el templo, nos revela que los templos hechos de piedra nos indican otra presencia que ahora reside en cada uno de nosotros: 
«¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?» (1 Cor 19). Con María, este espacio sagrado del templo adquiere otro significado. Encontrar a Jesús en el templo es buscarlo en nosotros, viviendo y actuando por su soplo-Espíritu en lo cotidiano de las calles, las tiendas y los distintos paisajes: este ordinario unido a la presencia por estar habitado por el Señor mismo.

Salve, templo de Dios de toda inmensidad.
Salve, novedad increíble para los no creyentes.
Salve, Buena Nueva para los creyentes.


María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2,19)
Su madre conservaba todo esto en su corazó
n (Lc 2,51)
Para finalizar este capítulo sobre las palabras de María en los evangelios, no hemos elegido una frase, sino una actitud interior: ¿de qué modo retiene María las palabras vivas que son los acontecimientos? ¿Y dónde las conserva? ¿Cómo vela en ellas? ¿Dónde las medita?

María nunca está en la reflexión cerebral ni en las interrogaciones mentales. Se sitúa y se posiciona dentro y a partir de su corazón. No está en su cabeza, ni en sus emociones, está en su corazón. Después de haber hecho la lista de los lugares geográficos y espirituales como Galilea, Nazaret, Caná, Belén, el Templo o el hogar, llegamos «al» lugar, el del corazón, el corazón del corazón.

La gracia que otorga María a quienes la frecuentan es descender y volver al corazón. Este corazón es el lugar de nuestra más profunda identidad. Este corazón profundo llamado «habitación», «casa» o «celda interior» y que desempeña tres funciones esenciales; la capacidad de silencio, de conciencia y de decisión. El silencio interior se experimenta en la oración y la meditación. La capacidad de conciencia y de palabra permite denominar los movimientos interiores. Por último, la decisión sostiene el dinamismo interior sin dejarse distraer por las tentaciones del mundo. 

Es el lugar del corazón que Adán perdió cuando el Señor le preguntó: «Adán, ¿dónde estás?».
Adán respondió: «Oí tu voz, me dio miedo y me escondí

[…]». De nuevo, María nos enseña lo opuesto de esta actitud. Los acontecimientos que le suceden: el nacimiento de su hijo con los pastores y los ángeles escoltándolos y el encontrar a Jesús en el Templo con su respuesta inesperada, no hacen que María huya. No se esconde al oír la voz de Dios en los acontecimientos. No, ella los conserva, los «vela», los medita, los conserva, los une y busca su sentido en su corazón. Si hacemos como ella y «conservamos» y «velamos» estas palabras, nos convertiremos a nuestra vez en casa de Dios y su Palabra: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23).

Meditar es entrar en el «Paraíso», como ya hemos descrito al inicio de este texto. En efecto, meditar es atravesar los distintos niveles de lectura: en primer lugar, es atravesar la comprensión literal y simple (incluso simplificadora), a continuación, recorrer el segundo nivel relacionado con el símbolo y abrirse de este modo al tercer nivel, el de la búsqueda que hace que entremos en una luz e inteligencia nuevas de las Escrituras, la del corazón, para alcanzar el último nivel, el del secreto de Dios. 

María es la que nos enseña a meditar para descender en lo secreto del corazón de su Hijo, el Verbo de Dios. María nos enseña a conservar este versículo: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». El primer nivel de lectura sería limitar este versículo a lo que está literalmente escrito: el niño Jesús tiene que ocuparse de los asuntos de su Padre. El segundo nivel abre el sentido de sus palabras cuando nos tomamos el tiempo de comparar las traducciones: «los asuntos de mi Padre» o bien «las cosas de mi Padre», o también «estar en la casa de mi Padre», o también «es inevitable que esté en lo que atañe a mi Padre».
 Evidentemente, con estas traducciones entramos en un nuevo significado: Jesús es el Hijo del Padre, hacen una unidad (son uno).

Progresivamente, penetramos en las entrañas ocultas de estas palabras: Jesús declara que es Hijo de Dios y que María ha de descubrir el sentido de su vínculo con Él.

En este punto, se nos pide situarnos y adaptarnos en las cosas de lo cotidiano: ¿qué son esos asuntos tan esenciales? O bien: ¿de qué modo vivimos las relaciones familiares e íntimas? Es más: ¿en qué punto te encuentras de tu libertad relacional? Si todo es de Dios, viene de Dios y a Él vuelve, ¿por qué seguir apegados, frenados o prisioneros de un objetivo que es mundano?

Meditar es leer y releer, masticar y murmurar, rumiar y recitar, reunir y fijar en la inteligencia la palabra para conservarla en el corazón y conseguir ser escucha y amor. Solo la palabra y los acontecimientos meditados pueden suscitar mujeres y hombres nuevos.

Meditar no es consumir o utilizar para su propio interés tal acontecimiento o tal hecho. 
Meditar en y con su corazón es posicionarse en un lugar de gratuidad y de gratitud. Cuando María medita y conserva, recibe, acoge y retiene en el sentido de recordar lo que acaba de ocurrir. No para encontrar una solución, sino para inscribir en la memoria del corazón el actuar del Señor en ella. 

Medita y vela para no olvidar, medita y conserva para fijar en su memoria lo esencial y para no distraerse ni dispersarse. 
Medita sin intentar entender racionalmente lo que le sucede y con ello nos enseña a hacer lo mismo. Con María, a los hombres se nos pide mirar nuestra vida e interrogarse sobre «cómo» vivir lo que nos sucede. 
¿Por qué encontramos tantas dificultades a la hora de meditar? Estas resistencias existen para que no nos quedemos en la superficie, nos afectan para fortalecernos en nuestro descenso interior: nuestras dificultades tienen un valor, nos enseñan a afrontar y atravesar lo que resulta un obstáculo en este camino interior. Los judíos también atravesaron el mar Rojo después de numerosas dudas y desconfianzas. 

Las resistencias afrontadas y superadas son fecundas, tienen un valor pedagógico. ¿Acaso la meditación no es una forma de logro o de saciedad? Quien medita cesa su agitación interior porque se convierte en oración y meditación. Se realiza una retirada que deja su lugar a otra manera de pensar, concebir y vivir. 
Meditar es en cierto modo alcanzar el Sabbat del Señor y entrar en su descanso, penetrar en su gracia operante y retirarse. La meditación deja sitio, es el resultado de un acto de amor verdadero, lejos de ser una ilusión. 
Enraizarse de este modo en la meditación es hacer un acto de bondad y retirarse para que el Otro y los otros estén ahí. 
Meditar es responder a la Palabra volviendo hacia su corazón para respirar, resucitar y volver a encontrar el lugar del amor y de los desposorios. María nos indica este camino.

Las palabras o las actitudes de María nunca son posturas de justificación. No tiene nada que demostrar. María conserva y trabaja su corazón y al hacerlo se convierte en escucha del Espíritu Santo. Es por eso por lo que se mantiene de pie en su eje vertical. Aprendamos como María a verticalizarnos, es decir, a habitar en nuestras tierras interiores.
 María actualiza la vocación de cada uno de nosotros: ser madres y esposos. La mujer lo es biológicamente, pero tanto el hombre como la mujer tienen vocación de maternidad esencial: traer al mundo en ellos mismos al Verbo hecho carne. En nosotros se realiza el encuentro del Señor con nosotros; en nosotros se busca Dios a sí mismo y se realiza su cumplimiento.

Si acogemos, si esposamos la Palabra de Dios en nosotros, entonces estalla la luz. Toda luz es encuentro de una emisividad y una receptividad en una relación adecuada y asumida. La unidad se conquista en esta meditación e integración sucesivas hasta el nacimiento de Dios en nosotros. Los matrimonios y las maternidades humanas son preparaciones para el alumbramiento de Dios que llevamos en nuestro seno y para los desposorios reservados para cada uno de nosotros.

La meditación de María se practica en la fe, que es una tensión continua hacia el Padre; en la esperanza, que es la certeza de que estas realidades están en nosotros a la espera de ser recogidas ya que la esperanza está relacionada con la presencia del Hijo hacia el Padre; y en la caridad, que unifica ya que es obra del Espíritu de Dios. En el libro del Génesis, el Señor pidió a Adán «que guardara y cultivara» su tierra en el jardín. Es una definición de la meditación. María vela, guarda, recoge y retiene lo que le sucede. Hace lo que pide el Señor a Adán, guarda y vela sobre lo que le sucede para el cumplimiento de una promesa de vida ya que Dios la guarda y trabaja en su corazón.

San Luis María Grignion de Monfort compara a María con una montaña elevada sobre la que Dios construyó su morada, «sobre la que Jesús enseña y habita para siempre, una montaña donde somos transfigurados con Él, donde morimos con Él, donde subimos al cielo con Él». Llama asimismo a María el oratorio, la casa donde habita Dios, el lugar donde lo encontramos. Solo en esta casa, solo en este lugar bendito encontraremos los remedios para crecer en nuestra llamada.

Salve, nos llevas a la confianza en el silencio.
Salve, conduces a los creyentes hacia la intimidad con el Esposo.




Capítulo III
UNAS MUJERES SANTAS Y MARÍA


Este tercer capítulo nos transporta hacia otros lugares geográficos y espirituales. En efecto, ahora vamos a descubrir la manera en la que María se ha dado a conocer y se ha dejado visitar por dos santas. Son francesas, pero podrían ser españolas, colombianas o indias. Porque María nunca se queda en las apariencias, se hace ver a quien quiere, pobres o ricos, desprotegidos o no, y esto en todo el mundo.

Santa Catalina Labouré: «Pasaba desapercibida»

En la Francia del siglo xix, una familia de campesinos está llorando. Una joven madre de cuarenta y dos años acaba de morir y deja huérfanos a tres niños, entre los cuales se encuentra Catalina, también llamada Zoé. Tiene nueve años. No sabe leer ni escribir. Y va a escoger a otra Madre. Cuando se encuentra sola llorando en el salón, salta sobre un mueble donde se encuentra una estatua de María y le pide que sustituya a su madre. En ese instante, deja de llorar y María le enseña a no llorar más y a tomar las riendas de su vida. En 1830, Catalina tiene 24 años e inicia su formación con las Hijas de la Caridad en París, una congregación fundada por san Vicente de Paúl.

Catalina Labourné va a recibir y acoger tres apariciones de María que serán determinantes para toda la Iglesia. El modo en que María va al encuentro de Catalina Labourné es una enseñanza para nosotros. María también quiere hablarnos y visitarnos. Evidentemente, no como a Catalina Labourné, pero quiere mostrarnos un camino, señalarnos una ruta, enseñarnos no solamente a orar, sino también a volverse oración y dar sentido a nuestras oraciones.

En julio de 1830, Catalina es despertada por la noche por algo que se asemeja a un niño. Este la lleva a la capilla. Allí, tras una larga espera, Catalina ve y se encuentra con María. Este momento es especial: en efecto, Catalina no quiere creerlo. Se resiste. Por fin, cuando entiende lo que le sucede, se echa a las rodillas de María, que está sentada en un sillón. Con su brazo, María le muestra el altar, adonde Catalina tendrá que ir para recibir de él todo consuelo. En esta primera aparición, María se hace esperar. Durante alrededor de una hora, Catalina velará en esta capilla. Es una espera para dejarse poner a prueba y entrar en la confianza, una espera que permite un regreso sobre sí misma, sin querer acaparar. Con María nunca se da el «inmediatamente».

A continuación, hay una ligera señal. Catalina explica que oye el ruido de un vestido «el frufrú de un vestido de seda», como una ligera brisa. A menudo, las manifestaciones de María tienen lugar de manera discreta, con la ligereza de un soplo, nunca en el barullo o el griterío. Luego aparece María y se sienta en un sillón.

Catalina relata: «Entonces, mirando a la Santa Virgen me incliné hacia ella, me arrodillé en las gradas del altar y apoyé mis manos en sus rodillas. Aquel fue el momento más dulce de mi vida». La espera de Catalina es colmada más allá de lo que es posible imaginar: pone sus manos sobre las rodillas de María. Esta cercanía tan sencilla, tan dulce y ligera es conmovedora. María deja que se acerque y le toque en una intimidad totalmente maternal y amorosa. Se miran, hablan durante dos horas, todo esto dentro de una respetuosa familiaridad. En esta primera aparición, María prepara a Catalina para recibir «una misión». En su solícita pedagogía maternal, María prepara el corazón y lo dispone para recibir esta tarea.

El 27 de noviembre, cuatro meses después, Catalina recibe las instrucciones para hacer tallar «la» medalla llamada milagrosa. Tendrán que inscribirse en ella estas palabras: «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Luego María asegura que «todas las personas que la lleven al cuello con confianza recibirán grandes gracias». En unos años, innumerables curaciones establecen la fama de la medalla. Cuarenta años más tarde, se hacen más de mil millones de medallas. Es una de las representaciones más conocidas de la Virgen en el mundo.

Comprender a María es captar su solicitud materna de cada instante por cada ser humano. María quiere ser cercana, desciende a lo cotidiano, utiliza un medio sencillo y fácil para ello; una pequeña medalla que llevar encima, cerca del corazón. Desea que cada uno reciba sus rayos de luz: en efecto, Catalina relata que algunas piedras preciosas no daban ningún rayo de luz y entonces entendió: «Estas piedras que están en la sombra son imagen de las gracias que olvidan pedirme», le dijo María.

En estas apariciones de María a santa Catalina Labourné, María se hace tan accesible porque quiere evitar el temor y el miedo. Desea la salvación para cada uno, la curación, la liberación traída por su hijo Jesús.

Como cualquier madre, conoce la rebeldía, la vergüenza o la indiferencia de sus hijos. Sus apariciones a Catalina dan testimonio de su fuerza luminosa para implicarnos con ella y hacer que seamos verdaderos hijos del mismo Padre.

Salve, inquebrantable apoyo de nuestra fe.
Salve, conduces a los creyentes a Cristo.

Santa Bernadette de Lourdes: «La mejor prueba de la aparición»
En el primer capítulo nos encontrábamos en Nazaret, un pueblo perdido y despreciado. Ahora estamos en Lourdes, una aldea aislada y desconocida, contaminada por el cólera hace aproximadamente dos siglos. «¿Quieres tener la bondad de venir aquí durante quince días?», pregunta María en 1858 a Bernadette Soubirous, una niña de 14 años y de un metro y cuarenta centímetros que iba a las orillas del Gave a recoger leña para venderla y poder alimentar a su familia.

Como Jesús, María interroga y desea un encuentro, sin ninguna presión ni coacción. Pide y quiere una libre relación de amor, totalmente alejada de cualquier forma de dominio. Se manifiesta a Bernadette por un ligero rumor «como si fuera un golpe de viento» y la «Señora le indica con el dedo que se acerque». Bernadette no se atreve, es presa del miedo y piensa que es una ilusión. Esta señora con los pies descalzos intenta abordar a esta niña tan sencilla y consigue calmarla. Acaban rezando el rosario juntas, sin que la señora moviera «los labios, pasando las cuentas de su rosario entre sus dedos». María, «la hermosa Señora», se aparecerá dieciocho veces a Bernadette. La séptima aparición es sin duda la más significativa. Bernadette relata:
«La Dama me dijo que tenía que ir a beber a la fuente. […] Le señaló hacia el fondo de la gruta. Fui y encontré un poco de agua que parecía barro y era tan poca que apenas podía cogerla en el hueco de mi mano. Sin embargo, obedecí y me puse a escarbar; luego sí pude coger más. La tiré tres veces porque estaba muy sucia. La cuarta vez pude beber».

Empieza la primera peregrinación. No el de desplazamientos o kilómetros, sino la verdadera peregrinación hacia la fuente. Esta fuente ya existía, pero se perdía en la enorme capa de rocas. María puso en valor esta fuente. Hace lo mismo con cada uno de nosotros, a través de lecturas o de encuentros, María despierta esta presencia oculta, secreta y subterránea. Luego viene el tiempo de «escarbar» en las piedras de nuestra tierra interior.

 Esto necesita tiempo y escucha para profundizar en nuestro interior, sostener el barro de nuestros pensamientos y nuestras oscuras acciones, malintencionadas y torcidas. Bernadette rechazó tres veces el agua enfangada antes de que de la fuente no brotara más limpia para poder beber. En todas las Escrituras, el número 3 nos indica una plenitud y una totalidad (las tres tentaciones de Jesús, los tres días antes de su resurrección).

 Esta peregrinación hacia la fuente pone a prueba al corazón: es la puesta al día de las duplicidades, las traiciones y las mentiras. En el fondo del «pozo», después de haber extraído piedras y lodazal, brotará un poco de agua clara. Una fuente interior de paz, autenticidad y claridad. La pedagogía de María para conducirnos en este camino es la de una madre paciente, sonriente y cercana.

En la actualidad, la fuente sigue manando en Lourdes después de más de 150 años. Se va allí a orar, arrodillarse, confiarse y bañarse en el agua de las piscinas. Esta agua, que no deja de brotar, rebosa como las gracias que la Madre de Jesús quiere darnos. Ninguna restricción ni formalidad ni permiso para poder beber gratuitamente esta agua. Lourdes habla al corazón y cuenta la vida de Dios. En el cielo estaremos todos juntos, sin ninguna distinción de raza o de clases sociales, prendados por la caridad y el servicio a los demás, viviendo solo de amor.

Lourdes es un aperitivo de ese más allá. Y esto comenzó por la acogida de una pequeña niña que se ha dejado encontrar por María. En la cuna de lo ordinario brota lo extraordinario de nuestro Señor.

Estas apariciones de María a Bernadette nos dicen cómo entra ella en relación con nosotros; cada vez de manera única y muy respetuosa. La segunda vez, María va a sonreírle y se inclina hacia ella (por tanto, hacia cada uno de nosotros). María no mira hacia el cielo, sino hacia Bernadette y, por tanto, hacia cada uno de nosotros para decir que el cielo está en el otro. En las siguientes apariciones, la hermosa dama hablará en el dialecto de esta joven, tratándola de usted y mirándola como una persona. María se revela en la relación que es conforme a su imagen: clara y cariñosa, llenando su corazón de alegría y de paz. Se pone al alcance de cada uno de manera única y adecuada

Salve, roca de donde mana la fuente que da de beber a los sedientos.
Salve, columna de fuego que ilumina nuestro caminar en la noche.




CONCLUSIÓN
Después de años de errancia, el joven hijo pródigo de la parábola (cf. Lc 15,17) se recoge, se vuelve a encontrar y «entra» en sí mismo, escribe el evangelista Lucas. ¡Por fin se ha encontrado! Está en su casa. Podríamos añadir que está en su casa, con María. Desde este lugar puede oírse y escuchar, discernir y decidir: «Iré a casa de mi Padre». Este libro se dirige a todos aquellos que, como Ulises o como el hijo pródigo de la parábola, buscan su camino para encontrar o para volver a encontrar su sitio, su lugar. Está destinado a aquellos que quieren vivir el reencuentro y los esponsales en su camino interior. De ahí podrán salir y volver a entrar, caminar en la confianza recordando y relacionando palabras y acontecimientos para encontrarles su sentido.

A lo largo de este texto, se ha dirigido la atención a los lugares, ya sean geográficos, emocionales, interiores o espirituales. La interrogación del lugar es tan vital que es la primera pregunta del Señor a Adán (y, por tanto, a cada uno de nosotros): «¿Dónde estás?». Esta pregunta será retomada en los evangelios, esta vez por los discípulos de Jesús: «¿Dónde vives?». ¿Acaso no es la pregunta de cada vida? ¿La de encontrar su lugar y la de estar en un sitio correcto o apropiado? ¿Cómo llegar a este lugar? ¿Se puede alcanzar?

Muy próximo a su muerte, Jesús enuncia sus últimas palabras, transmitidas por el Evangelio de san Juan:
«Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio»
(Jn 19,26-27). 
Juan recibe y acoge a María en su casa, a la madre de Jesús, siguiendo así las palabras de Jesús. También nosotros hemos abierto la puerta a María para que esté con nosotros y en nuestra casa. También nosotros «recibimos» con el evangelista Juan a María en nuestra casa, gracias a ella encontramos nuestro sitio cada día. Al hacerlo, su presencia se revela a lo largo de sus palabras y sus peregrinaciones.

 Comparte así con nosotros su ímpetu de vida. Porque María, madre, hermana y compañera, es la que coge de la mano a cada uno de nosotros para llevarnos hacia nuevas tierras. Las peregrinaciones hacia las que nos guía se llaman interioridad, confianza y memoria. Todo esto con el fin de hacer nacer en nosotros la vida del Espíritu Santo. Nos lleva dentro de nosotros, al fondo de nuestro fondo, al centro de nuestro ser, a nuestra morada más escondida, a ese lugar del corazón. Es el don que ella nos hace porque allí está ella, siempre. Es el corazón totalmente abierto a la gracia y al Espíritu Santo. Es su identidad.

Si María es madre para cada uno de nosotros, nos revela el camino de su lugar de gracia, prepara este camino interior. Nos lleva hacia él y nos hace entrar. Ya seamos agricultores, agentes del orden, médicos o profesores, lo esencial de nuestra vida será encontrar este lugar en nosotros para establecernos allí en la escucha, el discernimiento y la decisión. No es sencillo vivir, no es fácil. Es agotador existir en la superficie o en la dispersión, sin ninguna orientación ni brújula que nos guie. Resulta infecundo caminar sin encontrar la dirección o el sentido.

Tomar a María con nosotros y acogerla en nuestra casa realiza en nosotros un cambio de lugar interior. Secreta y silenciosamente, transforma nuestras resistencias y nuestros rechazos. Trastoca nuestros proyectos como le ocurrió a Alexandra. Con una indescriptible delicadeza, nos hace descender de nuestra voluntad de dominar y controlar nuestra existencia. Nos pide habitar en el lugar de la entrega.

María prolonga en cada uno de nosotros la confianza que ella vivió a lo largo de toda su vida. Su tarea es liberarnos del miedo al Padre, abandonarnos en sus manos e inscribirnos en su intimidad. Nos lleva a una relación personal y adulta con Él. Tener a Dios como Padre significa tener en primer lugar a María como madre. Confiar, entregar nuestra confianza o incluso poner nuestra confianza en María abre y da impulso y dinamismo. El miedo, la inquietud, la desesperación bloquean, impiden y reducen el celo y el fervor. La vida de María nos enseña que esta confianza se construye en la debilidad y la vulnerabilidad y nos estructura por medio de idas y venidas, «de síes y noes» constantes. Nos hace recuperar la alegría, la ternura, la paz y la seguridad.

¿De dónde viene la memoria de María?
Su corazón es el lugar de su memoria. Estar con María es alcanzar ese lugar donde los recuerdos toman sentido y dirección. Releer los acontecimientos de su vida y buscar su sentido abre perspectivas. Se trata de que cada uno de nosotros recuerde y conserve preciosamente las señales inesperadas de lo cotidiano y las ponga juntas. Esta memoria que se parece a un trabajo de centinela, enseña a velar, perseverar y esperar. Todo lo que nos ocurre tiene sentido. Con María hemos de conservar y velar para convertirnos en un instrumento disponible para servir y llevar a Jesús; bienaventurados los que guardan y ponen en práctica la Palabra, dice Jesús: «Serán llamados mi madre y mis hermanos» (Lc 8,21).

¿Es posible re-nacer hoy? Esta pregunta, que ya hizo a Jesús el sabio judío Nicodemo, también nos la hacemos nosotros en la actualidad: ¿es posible re-nacer en María, gracias a ella? Este es el sentido de esta obra. Se trata de que ella permita el nacimiento de Dios en nosotros, nos haga entrar en nuestro corazón, nos enseñe a confiar, guarde nuestra memoria en el amor del Padre. Con María, nosotros nos convertimos en madre de Jesús en la paz del amor. Como Alexandra también podremos convertirnos en «hermanos, hermanas y madres» de Jesús, acogiendo a cada uno de los que nos sean enviados.



SE TERMINÓ DE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN DE
«APUNTES SOBRE LA ORACIÓN, 7»,
DE LA BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS, EL DÍA 15 DE MAYO DE 2024, SOLEMNIDAD DE SAN ISIDRO LABRADOR,
EN LOS TALLERES D E A N E B R I .
MADRID

L A U S D E O V I R G I N I Q U E M A T R I