Vamos a orar siguiendo a Santo Domingo. Nuestra oración será lenta, pero personal e interior.
Tenemos en nuestras manos los "modos de orar de Santo Domingo". Iremos contemplándolos uno a uno. Son como "cuadros o escenas de la vida de un orante", aunque, en la realidad de la vida de oración, los deberíamos vivir en continuidad, sin interrupción en "cada modo".
Al final del día Domingo oraba después de predicar, enseñar, caminar... Estaba cansado, como quizás lo estamos hoy nosotros por otros motivos. Y oraba en diferentes posturas para mantenerse vigilante.
Orar unas veces es escuchar, otras hablar, otras pedir, otras... "dormir" (es decir que hasta nos podemos quedar dormidos reposando en los brazos de Dios...) porque simplemente es "estar en la presencia de Dios teniéndole como amigo".
Domingo ora ante Cristo crucificado, pero fijémonos que en casi todas las imágenes, María está presente.
Primer modo de orar
Nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser. Se inclinaba ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente.
Se comportaba así en conformidad con este fragmento del libro de Judit: "Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes" (Jdt 9, 16)...También se inspiraba en estas palabras: "Yo no soy digno de que entres en mi casa" (Mt 8, 8); "Señor, ante ti me he humillado siempre"(Sal 146, 6).
Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad.
Jesús es el único Señor de la historia: un crucificado se erige como salvador de todos los hombres y mujeres.
Inclinamos unos instantes nuestras cabezas ante Jesús crucificado porque es el único Señor de nuestras vidas.
Ante Él recordamos a tantos jóvenes envueltos en historias oscuras: drogas, problemas familiares, sin ilusiones y esperanzas de futuro, parados, sin techo...
Ante Él oramos por tantos jóvenes que trabajan como voluntarios sociales, en hospitales, albergues, asilos, campos de trabajo, misiones... por todos los que trabajan en favor de los marginados.
Segundo modo de orar
Oraba con frecuencia Santo Domingo postrado completamente, rostro en tierra. Se dolía en su interior y se decía a sí mismo, y lo hacía a veces en tono tan alto, que en ocasiones le oían recitar aquel versículo del Evangelio: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador" (Lc 18, 13). Con piedad y reverencia, recordaba frecuentemente aquellas palabras de David: "Yo soy el que ha pecado y obrado inicuamente" (Sal 50, 5).
Del salmo que comienza, "Con nuestros oídos ¡oh Dios! hemos oído", recitaba con vigor y devoción el versículo que dice: "Porque mi alma ha sido humillada hasta el polvo, y mi cuerpo pegado a la tierra" (Sal 43, 26). En alguna ocasión, queriendo exhortar a los frailes con cuanta reverencia debían orar, les decía: "Los Reyes Magos entraron..., y cayendo de rodillas, lo adoraron" (Mt 2, 11)...
Nosotros pedimos perdón por nuestros pecados y decimos: ¡Señor, ten piedad!
Hacemos memoria en nuestro interior de los niños y niñas que en el mundo están sometidos a todo tipo de explotación, trabajo o delincuencia.
Recordamos a emigrantes humillados por nuestras maneras de vivir que justificamos hasta con leyes.
Tercer modo de orar
Motivado Santo Domingo por todo cuanto precede, se alzaba del suelo y se disciplinaba diciendo: "Tu disciplina me adiestró para el combate" (Sal 17, 35), "Misericordia, Dios mío," (Sal 50), o también: "Desde lo hondo a ti grito, Señor" (Sal 129). Nadie, por inocente que sea, se debe apartar de este ejemplo.
Sufre y ora por todos los que sufren, prolongando en su cuerpo la Pasión de Jesús.
Nosotros hacemos memoria en nuestro interior por los que sufren, en el cuerpo o en el espíritu, quizás conocidos o familiares nuestros.
Pero recordamos, de manera especial a los enfermos incurables, a los de SIDA, a tantas personas, cuyas imágenes nos llegan por los medios de comunicación, que son víctimas de guerras, violencia y terrorismo
Cuarto modo de orar
Después de esto, Santo Domingo, se volvía hacia el crucifijo, le miraba con suma atención. A veces, tras el rezo de la oración de Completas y hasta la media noche, y decía, como el leproso del Evangelio: "Señor, si quieres, puedes curarme" (Mt. 8, 2); o como Esteban, que clamaba: "No les tengas en cuenta este pecado" (Hc 7, 60).
Tenía una gran confianza en la misericordia de Dios, en favor suyo, en bien de todos los pecadores y en el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. En ocasiones no podía contener su voz y los frailes le escuchaban decir: "A ti, Señor, te invoco, no seas sordo a mi voz, no te calles" (Sal 27, 1); así como otras palabras de la Sagrada Escritura.
Domingo ora ante Cristo presentándole la obra de sus manos, unas manos que son también las nuestras ¿qué le podemos presentar de nuestras vidas?
Levantemos nuestras manos ante Él, no buscamos méritos ni alabanzas, pero deseamos tener un corazón lleno de nombres, de rostros concretos a los que amamos y deseamos amar más.
Por eso recordamos a nuestras familias, que nos han transmitido una vida, o que les hemos dado una vida, el amor, la educación... o que nos han posibilitado el estar aquí.
Por eso recordamos a nuestras comunidades, fraternidades, grupos, movimientos, nuestros superiores, líderes...
Por eso recordamos a nuestros amigos, amigas, vecinos, gente que comparte nuestra vida, compañeros de trabajo, alumnos...
Pero no podemos olvidar a los que aún no queremos, a aquellos con los que mantenemos relaciones tensas...
Quinto modo de orar
Algunas veces el Padre Domingo, estando en el convento, permanecía ante el altar; mantenía su cuerpo derecho, sin apoyarse ni ayudarse de cosa alguna. A veces tenía las manos extendidas ante el pecho, a modo de libro abierto; así se mantenía con mucha reverencia y devoción, como si leyera ante el Señor.
En la oración se le veía meditar la Palabra de Dios, y cómo se la recitara dulcemente para sí mismo. Le servía de ejemplo aquel gesto del Señor: "Que entró Jesús según su costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura" (Lc 4, 16).
A veces juntaba las manos a la altura de los ojos, entrelazándolas fuertemente y dando una con otra, como urgiéndose a sí mismo. Elevaba también las manos hasta los hombros, tal como hace el sacerdote cuando celebra la misa, como si quisiera fijar el oído para percibir con más atención algo que se diría desde el altar.
Domingo ora en actitud de ofrenda, ora por toda la creación, ora con toda la naturaleza. Es el universo hecho oración en la mente y corazón de Domingo.
Nosotros también oramos con nuestras manos y oramos por los que se preocupan de la naturaleza, aunque con frecuencia no lo damos importancia. Pedimos que Dios ponga en nuestro corazón sentimientos llenos de esperanza para cuidar la creación, pero sobre todo para cuidar a la humanidad y que la humanidad no destruya la obra que Dios le entregó, recordando ese Cántico del Profeta Daniel: "Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor... Hijos de los hombres, bendecid al Señor...bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos" (Dan 3, 57ss)
Sexto modo de orar
A veces se veía también orar al Padre Santo Domingo con las manos y brazos abiertos y muy extendidos, a semejanza de la cruz, permaneciendo derecho en la medida en que le era posible. De este modo oró el Señor mientras pendía en la cruz y "con el gran clamor y lágrimas fue escuchado por su reverencial temor" (Hb 5, 7).
Pero Santo Domingo no utiliza este modo de orar sino cuando, inspirado por Dios, sabía que se iba a obrar algo grande y maravilloso en virtud de la oración, o que Dios le movía con especial fuerza a una gracia singular.
Pronunciaba con ponderación, gravedad y oportunamente las palabras del Salterio que hacen referencia a este modo de orar; decía atentamente: "Señor, Dios de mi salvación, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia;...Todo el día te estoy invocando, Señor, tendiendo las manos hacia ti" (Sal 87, 2-10)
Se identifica con Cristo y abraza a todos los hombres y mujeres con su oración.
Nosotros podemos elevar nuestros brazos y formar una gran cruz de humanidad.
Unidos hacemos memoria de los hombres y mujeres que no son cristianos pero creen en Dios y lo buscan con sincero corazón, oramos por todos los buscadores de Dios.
Oramos por los que desde su fe buscan la paz y lo hacen desde la justicia. Pedimos a Jesús que murió por todos que seamos capaces de superar actitudes racistas o de marginación por cuestiones religiosas o de cultura.
Recordamos a quienes llevan su cruz de cada día, a quienes les cuesta aceptarla, a quienes la rechazan, a quienes se la cargan a otros...
Séptimo modo de orar
Se le hallaba con frecuencia orando, dirigido por completo hacia el cielo. Oraba con las manos elevadas sobre su cabeza, muy levantadas y unidas entre sí, o bien un poco separadas, como para recibir algo del cielo.
Pedía a Dios para la Orden los dones del Espíritu Santo y la práctica de las bienaventuranzas. Pedía mantenerse en la pobreza, en el hambre y sed de justicia, en el ansia de misericordia, hasta ser proclamados bienaventurados; pedía mantenerse devotos y alegres en la guarda de los mandamientos y en el cumplimiento de los consejos evangélicos. A veces decía "Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario" (Sal 27, 2).
Domingo se deja llevar por sus pensamientos, por sus deseos, por sus dudas, por sus proyectos y se los expone a Jesús con sinceridad de corazón.
Nosotros también podemos situarnos ante Jesús sin engaños, abrirle nuestro corazón y decirle lo que nos preocupa, los proyectos, los anhelos... Jesús escucha.
Octavo modo de orar
Nuestro Padre Santo Domingo tenía otro modo de orar, hermoso, devoto y grato para él. Se iba pronto a estar solo en algún lugar, para leer u orar, permaneciendo consigo y con Dios. Se sentaba tranquilamente y, hecha la señal protectora de la cruz, abría ante sí algún libro; leía y se llenaba su mente de dulzura, como si escuchara al Señor que le hablaba, según lo que se dice en el salmo: "Voy a escuchar lo que dice el Señor" (Sal 84, 9). A lo largo de esta lectura hecha en soledad, veneraba el libro, se inclinaba hacia él, y también lo besaba, en especial el Evangelio.
Sería interesante que orásemos como hoy nos enseña Nuestro Padre: con la lectura de la Palabra de Dios, sólo así de nuestros labios saldrán de aquello que abunda el corazón: amor, porque Dios es amor.
Noveno modo de orar
Observaba este modo de orar al trasladarse de una región a otra, especialmente cuando se encontraba en lugares solitarios. Decía a veces a su compañero de camino: Está escrito en el libro de Oseas: "La llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2, 14). En ocasiones se apartaba de su compañero y se le adelantaba y oraba.
Y es que siempre "hablaba de Dios o con Dios".
Domingo ora mientras va de un lugar a otro como testigo, como predicador. Oración de súplica, de alabanza, de acción de gracias, de petición, de contemplación.
Es la oración de toda la Familia Dominicana: monjas contemplativas, frailes, religiosas, seglares, movimientos juveniles... todos en camino con Santo Domingo para hacer realidad aquellas palabras del Maestro: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las gentes"
Y es que Santo Domingo para nosotros es aquel de quien proclamamos: "Luz de la Iglesia, Doctor de la Verdad, ejemplo de paciencia, fulgor de castidad, predicador de la gracia, nos regalaste la fuente de la sabiduría, únenos un día a los santos".
Final
Santo Domingo, según la tradición que ha llegado hasta nosotros, terminaba cada jornada con la rezo de la SALVE a María, madre y protectora de la Familia Dominicana.
V/ Santo Domingo de Guzmán
R/ Ruega por nosotros.
Haz que con deseo ardiente me precipite a escuchar la Palabra de Dios,
y haz que no rechace a los que ya se han acercado.
Haz que sepa estar junto a las aguas, no dentro de las aguas de la vanagloria;
que suba a la navecilla de la obediencia y que baje a la tierra por la humildad;
que lave las redes del deseo de la predicación y de las buenas obras
de toda avaricia de vanagloria y adulación;
que sepa repararlas mediante la armonía de las sentencias;
que las seque con la claridad;
que las recoja por cautela y no por pereza;
que no las rasgue por las divisiones.
Haz que enseñe a los demás con el ejemplo;
que sepa alternar la contemplación y la acción;
que sepa conducir a los demás a la profundidad de la contemplación
mediante la predicación de la religión.
Haz que lance las redes en tu palabra y no en la tiniebla del pecado y de la ignorancia,
de tal forma que pueda capturar obras vivas;
que en las aguas de la tribulación pueda llenar mis redes de la abundancia de tu presencia y de tus consuelos,
de modo que el alma reviente de admiración y busque ayudar al prójimo, especialmente a los más necesitados.
Haz que llene las naves de obediencia y de paciencia
y que por humildad me prosterne ante las rodillas de Jesús
y que, una vez arribado de este mundo a la tierra de los vivientes,
pueda yo recibir los premios eternos. Amén
Te pido, Señor Jesucristo
que mi mente se vea absorta
por la ardiente y dulce fuerza de tu amor
presente en todas las cosas
que hay bajo el cielo
a fin de que me consuma
en amor de tu amor,
ya que por amor a mi amor
te has dignado morir
en el madero de la cruz.
Tradición Dominicana
hombre evangélico de oración y apostolado.
Ayúdame a seguir a Cristo contigo
desde el camino de la pobreza y de la fraternidad.
Enséñame a vivir el Evangelio íntegro
para ser testigo de otra verdad y otra esperanza.
Que tu vida me estimule,
que mi entrega ilumine mi oración y mi estudio
para que, como tú, sienta la urgencia
de transmitir a los demás
lo que contemplo y lo que vivo en Dios.
Quiero aprender de ti a ser:
dócil al Espíritu,
confiado en la providencia del Padre del cielo,
constante en la oración,
convincente por mi estilo de vida,
generoso para servir,
valiente para emprender,
en la alegría agradecido,
en el dolor esperanzado,
en el cansancio fuerte,
en el convivir sincero.
Padre Domingo, hombre de Dios,
ayúdame a vivir la medida del amor,
ayúdame a dar la respuesta viva
a la incesante llamada de Jesús. Amén.
varón elegido por el Señor
y sobre todos, en tu tiempo,
agradable a Dios.
Tú, instruido por inspiración divina,
te entregaste totalmente a Dios.
Tú, negándote con decisióna ti mismo,
te esforzaste por seguir
los pasos de nuestro Redentor
y verdadero maestro.
Tú, encendido por el celo divino
y profesando la pobreza perpetua,
por tu enorme caridad
y el fervor de tu espíritu,
te entregaste del todo a ti mismo
al ideal apostólico
y a la predicación evangélica,
y con este fin fundaste
la Orden de Predicadores.
Tú iluminaste a la santa Iglesia,
por todo el mundo,
con tus gloriosos méritos
y, al abandonar la envoltura carnal,
llegaste hasta el Señor
como nuestro abogado.
Tú, que con tanto celo anhelaste
la salvación del género humano,
acude benévolo en nuestra ayuda.
Guía esclarecido, Padre singular,
bienaventurado Domingo,
guárdanos y gobiérnanos siempre,
orienta a los que te han sido encomendados,
y, una vez orientados,
actúa en favor nuestro.
Preséntanos con alegría,
al final de este destierro,
ante Cristo nuestro Salvador,
tu querido y bendito Señor,
el Hijo del Dios Altísimo;
a Él gloria, alabanza y honor,
con la gloriosa Virgen Maria
y el conjunto de los ciudadanos celestiales,
por los siglos de los siglos. Amén.
En 1349, tiempo de pestes, se trasladó a Roma, donde fue ejemplo insigne de virtud y espíritu renovador. Desde allí emprendió varias peregrinaciones como acto de penitencia, por ejemplo, a tierra santa. En este periodo escribió muchas obras en las que narra sus experiencias místicas. Murió en Roma el año 1373.
Fue canonizada en 1419, y Juan Pablo II, en el Sínodo de Obispos para Europa, año 1999, la declaró co-patrona de Europa, con Catalina de Siena y Edith Stein}
Elevación Primera: Jesús condenado
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de forma clara tu caridad para con el género humano.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y siendo el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para que te juzgara.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.
Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste atar a la columna para ser cruelmente flagelado, y que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como {un malhechor} siendo el Cordero inocente.
¡Bendito seas, por siempre, Señor, mi salvador!
Elevación segunda: Jesús, misericordia salvadora
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, que cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, que fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.
Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, tu madre que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo que la cuidara con toda fidelidad.
Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir.
Entonces exhalaste el espíritu, e inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.
¡Bendito seas, por siempre, Señor, mi salvador!
Elevación Tercera: Cristo, Señor, alabado por los siglos
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, Tú, que por nuestra salvación permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza, y que, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos, y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.
Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.
Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, tú que estás sentado sobre el trono de tu reino en tu tos cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste la carne de la Virgen.
Bendito Tu, que así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos : tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu por los siglos de los siglos. Amén.
Cristo se ofreció por mí y pide mi ofrenda
Arrepentido del pecado ¿me ofrezco yo con Cristo por los demás?
Tú, Señor, Jesús, decías al Padre: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo. Y san Pablo nos repite en sus cartas: Yo os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostias vivas
Postrado a tus pies, Señor, te digo: ¿Qué quieres hoy de mí? ¿Qué te ofreceré desde mi debilidad? Para meditarlo con sosiego y amor, déjame, Señor, que vaya desgranando ante Ti mis sentimientos siguiendo la glosa que sobre esas palabras escribió tu mensajero, san Pedro Crisólogo:
Señor, cuando Pablo dice "Os exhorto, por la misericordia de Dios", eres Tú en realidad Dios mismo, quien nos exhorta por medio de él, y nos exhortas a ofrecer nuestro cuerpo y nuestra vida como sacrificio grato a Ti. Pero ¡oh maravilla!, nos muestras tu voluntad "exhortándonos", como quien ruega. ¡Actitud admirable!
Eres un Dios que prefiere ser amado a ser temido, y te agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor.
¡Oh maravilla! Dios, nos suplica por misericordia, para no tener que castigamos con rigor.
Escucharé, pues, atentamente y consideraré el modo como me suplica el Señor, mostrando que por nosotros Él hizo ofrenda de su cuerpo, y dijo: Mirad y contemplad en mi {Dios encarnado} vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre.
Y si ante lo que es propio de Dios teméis, no dudéis en amar al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza {el cuerpo].
Vosotros, pues, los que teméis a Dios como Señor, ¿por qué, viendo su amor y misericordia, no acudís a Él como a Padre? ¿Os turba acaso la inmensidad de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, y os confunde y avergüenza?
No temáis. Mitad la cruz, dice Jesús:
Esta cruz no es mí aguijón, es aguijón para la muerte.
Estos clavos que me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros.
Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas.
Mi cuerpo, al ser extendido en la cruz, os acoge en un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio
¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano!.
Tú, hombre o mujer, si quieres ofrendar tu cuerpo y hacer ofrendo de ti mismo, eres a la vez sacerdote y víctima. Ofréndate.
El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no puede matar a esa víctima.
¡Misterioso sacrificio en que el cuerpo (tú mismo) es ofrecido sin derramamiento de sangre...
¡Hombre, mujer, procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios! No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado con amor..."
(San Pedro Crisólogo)
Buena conciencia
Hermano mio, "no te importe mucho quién está por ti o contra ti.
Busca y procura simplemente que Dios esté contigo en todo lo que haces.
Ten buena conciencia y Dios te defenderá.
Aquél a quien Dios quiera ayudar no le podrá dañar la malicia de cualquiera.
Si tú sabes callar y sufrir, sin dura verás el favor de Dios.
Él sabe el tiempo y modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a él. A Dios corresponde ayudar y librar de toda confusión".
Humildad y verdad
Piensa, hermano, que "a veces es muy conveniente, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.
Cuando un hombre se humilla por sus defectos, fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que le odian.
Dios defiende y libra al humilde; ama y consuela al humilde; se inclina ante el hombre humilde; concede gracias al humilde; y después de su abatimiento, lo levanta a gran honra".
Atracción del humilde
Mira bien, amigo mío en Cristo, cómo "al humilde Dios descubre sus secretos y lo atrae dulcemente a sí, y lo convida.
El humilde recibe bien la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo.
No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más inferior de todos.
Ponte primero en paz a ti mismo, y después podrás apaciguar a los otros".
Sé bueno y pacífico
"Un hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado.
Un hombre apasionado incluso el bien lo convierte en mal, y de ligero cree lo malo.
El hombre bueno y pacífico todas las cosas las echa a buena parte. Quien está en buena paz , de ninguno sospecha.
En cambio el descontento y alterado se atormenta con variadas sospechas; y así ni él se sosiega ni deja descansar a los demás..."
Pide a Dios que te dé bondad, humildad y paz, y serás luz y apoyo a cuantos te necesiten o reclamen tu palabra.
Santa Brigida, San Pedro Crisólogo, Tomás de Kempis
consagrados a vivir en comunidad
según el modelo que tú viviste
en tu propia Sagrada Familia,
y según el espíritu fundacional
de nuestro Padre y Fundador común,
Santo Domingo de Guzmán.
Te damos gracias por tu vida
en intima unión con tu Padre en el Espíritu.
Por pura misericordia
te dignaste hacernos participes
de tu intimidad con el Padre.
Y por inspiración de Santo Domingo
nos has unido como Familia Dominicana,
para compartir en común compromiso
su vida y misión como corresponsables y con mutua complementariedad.
Únenos, Señor, y santifícanos en tu Verdad,
hablando contigo y de Ti,
y permítenos afianzarnos en nuestra vocación
de predicar lo que contemplamos.
padre y fundador nuestro,
hombre del Evangelio,
de oración y apostolado.
Mira a tu familia
que es llamada a seguirte
consagrada a Cristo,
en pobreza y fraternidad.
Te aclamamos tus hijos,
por ser tú nuestra esperanza
y te damos gracias
por hacernos herederos
de tu vida y misión.
Inspíranos a vivir
un Evangelio integral,
como respuesta a un mundo
que busca y nos reta;
y así, padre,
tu ejemplo nos estimule,
y la Verdad nos ilumine
en el estudio y la oración;
y ambos nos urjan
a transmitir a los demás
lo que contemplamos y vivimos.
Haznos, padre, como tú:
confiados en la Providencia,
dóciles al Espíritu,
constantes en contemplar,
convincentes en predicar,
prudentes al enseñar,
generosos en servir,
valientes en emprender;
en la alegría agradecidos,
en el dolor esperanzados,
en el cansancio perseverantes,
en el convivir sinceros.
Concedenos, Santo Domingo,
vocaciones nuevas,
que continúen tu obra de la "Sagrada Predicación",
hablando con Dios o de Dios.
Para que, así, padre,
se cumpla lo que tú mismo prometiste,
en honor a la Verdad,
Jesucristo, el Señor. AMEN.