“En este problema podríamos, al igual que en el anterior, internarnos primero por los anchos caminos de la leyenda y luego por los estrechos de la historia. Detenernos en lo primero, nos parece innecesario. Baste afirmar que las primeras manifestaciones de la Devoción pragense tuvieron lugar, durante un tiempo indeterminado, en la Casa solariega de los Manríquez de Lara, de Andalucía. Desde 1556 a 1628 recibió el culto privado de las famosas familias checas de Pernstyn, Rosenberg y Lobkowitz en sus palacios, castillos y haciendas, siempre impelidas por las palabras y el ejemplo de las egregias damas D° María Manríquez de Lara y princesa Polyxena, hija.
Pisando ya el terreno claramente histórico, lo primero que se precisa es conocer el escenario en que va a aparecer en público la Devoción Pragense. He aquí sus principales elementos, a grandes pinceladas.
Nos hallamos a principios del siglo XVII con una Europa en llamas, producidas por la conocida guerra de los Treinta Años. Ciudades arrasadas, campos yermos, hogares vacíos…. El aspecto de Praga no podía ser más desolador al encontrarse en el frente mismo de combate de los dos grandes bloques de católicos y protestantes. Fue providencial que en este inmenso campo de ruinas y sangre se quisiese manifestar el Dulcísimo Niño, llamando una vez más a los hombres a la reconciliación, al amor, a la paz. Coronada su bucleada cabecita con la corona-tiara de todos los poderes, quería hacer comprender a todos los pueblos que hay una realeza y paternidad superiores, de las cuales las realezas y paternidades terrenas han de ser meros destellos, si los hombres quieren vivir como hermanos.
La Orden del Carmen Descalzo en el Imperio Austríaco está íntimamente ligada al Emperador Fernando II. A este le deparó la Providencia muy difíciles papeletas que resolver en su vasto Imperio. Una y no la menos difícil fue la insurrección de Bohemia, que, arrastrada por sus nobles, en su mayoría protestantes, se echó en brazos del Príncipe Palatino Federico, quien se coronó Rey de Bohemia en Praga el 4 de noviembre de 1619.
El Emperador voló a someter al hereje insurrecto. Mas la empresa era muy arriesgada, ya que del lado del Palatino se pusieron los numerosos Príncipes protestantes y Fernando apenas si contaba con el Príncipe católico de Baviera, Maximiliano.
Salta a la vista la trascendencia de esta lucha, que hay que enmarcar en la de los Treinta Años. No era simple levantamiento de un descontento aprovechado. Era un episodio, preñado de fatales consecuencias, de las guerras religiosas que desencadenó Lutero. Batallaban dos ideologías contrarias. Si vencía la protestante, el centro de Europa sería suyo y sus pendones revolucionarios se alzarían ante San Pedro. Si la católica, Bohemia continuaría siendo baluarte avanzado de la Iglesia contra el Protestantismo. Así lo comprendieron ambos bandos. Y hasta el mismo Papa, Paulo V, vivamente interesado en el resultado de la contienda, nombró Legado suyo “a latere” ante el Emperador al Vbl. P. Domingo de Jesús María, español y tercer General de la Congregación Italiana de Carmelitas Descalzos.
La batalla se libró el 8 de diciembre de 1620, junto a la Montaña Blanca, cerca de Praga. La victoria fluctuó durante mucho tiempo entre ambos ejércitos. Al fin la decidió a favor de Fernando II la milagrosa intervención del venerable Legado Carmelita, quien en lo más recio de la pelea montó a caballo y colgando de su cuello un pequeño cuadro de la Virgen, horriblemente mutilado por los herejes, se lanzó al frente de los soldados gritando: “¡María!, ¡María!” Los enemigos del Catolicismo fueron derrotados y el campo quedó por los imperiales que se apoderaron rápidamente de Praga y Bohemia.
El agradecimiento del Emperador al P. Domingo es fácil de suponer. Claro está que este agradecimiento no fue la única causa de la implantación del Carmen Descalzo en el centro de Europa. Así el Emperador como los Príncipes Católicos, al apoyar con tanto entusiasmo la Reforma Teresiana, tenían ante los ojos otra razón más profunda, a saber: enfrentar a la falsa Reforma la verdadera. Porque juzgaban que en el desquiciamiento religioso que padecía el mundo, más hacían la pluma y la vida austera de los frailes que las espadas de los soldados. Por eso de todas partes del Imperio Austríaco llegaban peticiones a los Superiores de la Descalcez Carmelitana en demanda de nuevas fundaciones. Resultaba imposible atenderlas todas.
Los Superiores de la Orden primero fundaron en Viena, capital del Imperio, y luego pensaron en Praga. Los Carmelitas entraron solemnemente en la capital bohema el 22 de septiembre de 1624, ayudados por el Emperador y autoridades locales, que les cedieron la preciosa iglesia de la Sma. Trinidad con las casas adyacentes para convento. Los nuestros cambiaron el título de la iglesia protestante por el de la Beatísima Virgen María de la Victoria y San Antonio de Padua. De aquí adelante se la conocerá vulgarmente por el nombre de nuestra Señora de la Victoria, como monumento imperecedero a la famosa batalla de Montaña Blanca. Este es el santuario escogido por la Providencia de Dios para hacerle famoso en todo el mundo con las manifestaciones estupendas de una imagen insignificante de la Infancia de Cristo.
Su entrada en escena es del modo más sencillo. Como el de todas las obras de Dios. Praga era medularmente protestante. Como antes lo había sido husita. Sólo por las armas se mantenía dentro de la hermandad católica. En un ambiente así, fácil es comprender lo que sufrieron los primeros Carmelitas, PP. José de la Cruz y Marcelo de la Madre de Dios. Frialdad, cuando no oposición, por todas partes. Su situación económica se desenvolvía en medio de mil privaciones. “Muchos días tenían que contentarse con pan y frutas”. Sólo respiraban un poco cuando llegaban las generosas limosnas del Emperador.
En 1625 vinieron nuevos religiosos a Praga. El siguiente fue muy trascendental para la Descalcez Carmelitana en el Imperio Austríaco, pues en sus tierras se formó la Provincia del Santísimo Sacramento con los conventos de Colonia, Viena y Praga. Este último sería el Noviciado de la nueva Provincia. Superior del mismo fue elegido el R.P. Juan Luis de la Asunción, hombre de prendas excepcionales. No obstante ellas, la Comunidad de Praga no salían de sus apuros económicos. Cosa que nadie extrañará, si tiene presente la advertencia anteriormente hecha y la entrada de numerosos novicios. Y así entramos en 1628, señalado por Dios para la gloriosa epifanía del Milagroso Niño Jesús de Praga.
La causa ocasional fue el propio P. Prior de Praga, Fr. Juan Luis de la Asunción, alemán, natural de Spira, varón que gozaba de gran predicamento en todas las clases sociales del Imperio. Como muy santo que era, creyó que el medio más eficaz para elevar el nivel socioeconómico de su monasterio era dar culta a una pequeña imagen del Niño Jesús, que hacía poco le había regalado la Princesa Polyxena de Lobkowitz, gran bienhechora de la Comunidad. En consecuencia, la expuso en el Coro-oratorio a la devoción de los religiosos, exhortándoles con todo fervor a honrarle con especial cariño. Las ardientes y continuas plegarias de los religiosos ganaron bien pronto el blando corazón del tierno Infante. Las limosnas comenzaron a llover de todas partes sobre la necesitada Comunidad. El propio Emperador envió 1000 florines para sustento de los religiosos y otros 5000 para la fábrica del convento. Además, asignó una cantidad mensual fija de alimentos para el monasterio por decreto del 20 de octubre de 1628, etc.
“Y para que se vea cómo todo esto venía del Dulce Niño, dice la Crónica, cuando cesó este culto en el año 1631, cesó también su protección, como veremos.”
Aquí tienes, lector, el origen sencillo de la simpatiquísima Devoción Praguense. Sin duda que echarás de menos muchos detalles, que te habrán encantado en otras historias. Mas nosotros queremos contentarnos con lo que nos ofrecen las fuentes manuscritas de las Crónicas austríacas, las primeras y más puras de esta Devoción. Según ellas, la versión más fidedigna de los orígenes de la Devoción Praguense es la que a lo largo de este artículo hemos expuesto, que en síntesis es: el Emperador Fernando II fundó el convento carmelitano de Praga. No ofreció al principio ayuda económica alguna a la Comunidad, ni chica ni grande, fuera de la acostumbrada entre los conventos de su vasto imperio, creyendo buenamente que los Carmelitas sacarían lo necesario para sustentarse del pueblo fiel, como acontecía en Viena. Esta falta de adaptación de Fernando II a las especiales circunstancias de Praga originó a los nuestros una extrema miseria, que supieron heroicamente soportar como buenos hijos de Santa Teresa de Jesús. En este preciso momento entra en acción públicamente la Princesa Polyxena de Lobkowitz con una devota imagen del Niño Jesús, que entrega al P. Prior, Fr. Juan Luis de la Asunción. Este inculca incesantemente a sus religiosos que consagren su más puro amor al tierno Infante para impetrar la salvación del convento. El Santo Niño, agradecido, mueve al Emperador, el que, enterado de la inopia de los Carmelitas, les socorre espléndidamente.
La fervorosa Comunidad atribuye su salvación al Niño Jesús, de quien se erige en Apóstol infatigable. Y de este modo comienza la epifanía maravillosa de la Devoción Praguense en la Iglesia de Dios.
Uniformemente todos los historiadores praguenses ponen en boca de la Princesa Polyxena, al entregar la Milagrosa Imagen del Niño Jesús al P. Prior de Praga, las siguientes palabras “Padre, os doy lo que más amo en este mundo. Honrad mucho a este Niño Jesús y nada os faltará”.
Se comprende que la Princesa, al hacer esta valiosa donación, algo tenía que decir. Y para tal ocasión podrían servir muy bien las dichas palabras. Pero que de hecho fuesen dichas, la Crónica Provincial lo silencia.”
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FUENTE: : “Historia del milagroso Niño Jesús de Praga”
por Alberto de la Virgen del Carmen, Carmelita Descalzo. Segunda Edición.
Editorial de Espiritualidad. Madrid. 1960. Págs. 30-34