AUDIENCIA GENERAL
Patio de San Dámaso
Miércoles, 16 de junio de 2021
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.
Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Estos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección —como un rayo— arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús. Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica – la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo – sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.
En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente inmerso en la oración.
Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní —lo hemos escuchado—, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea —que era la lengua de Jesús— expresa intimidad, expresa confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.
Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos estaban contra Él o indiferentes, solamente ese malhechor reconoce el poder. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 2): Él sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.
Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, ha rezado por mí”. Ha rezado. Jesús puede decir a cada uno de nosotros: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, padre, aquí, nosotros que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que Su palabra nos ayude a ir adelante. Pero rezar y recordar que Él reza por nosotros.
Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo. Jesús reza por mí: cada uno de nosotros puede poner esto en el corazón, no hay que olvidarlo. También en los peores momentos. Somos ya acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía, esperanza y con esta valentía y esperanza sentir fuerte la oración de Jesús e ir adelante: que nuestra vida sea un dar gloria a Dios conscientes de que Él reza por mí al Padre, que Jesús reza por mí.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que hay tantos. Al finalizar estas catequesis sobre la oración, no olvidemos que Jesús no sólo nos “amó” primero, sino que también “rezó” primero por nosotros. Por eso, con nuestra oración y con nuestra vida demos gloria a Jesús y vivamos seguros porque Él rezó y reza por cada uno de nosotros aún ahora delante del Padre. Muchas gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy terminamos las catequesis sobre la oración. Una de las características más evidentes de la vida de Jesús es su diálogo con el Padre en la oración y, como testimonian los Evangelios, este diálogo se hizo más intenso en la hora de su pasión y su muerte. En el huerto de los Olivos, Jesús reza con temor y angustia, y se dirige a Dios llamándolo “Abbá”, es decir, “Papá”, una palabra aramea que expresa intimidad y confianza.
También en la oscuridad y el silencio de la cruz Jesús invoca a Dios como Padre. En ese momento, en medio de atroces dolores, Jesús es el intercesor absoluto. Pide por los demás, pide por todos, incluso por quienes lo condenan. Suplica con palabras de los salmos, uniéndose a los pobres y olvidados del mundo. Desahoga la angustia de su corazón de manera muy humana, sin dejar de confiar plenamente en el Padre, consciente de su filiación divina hasta el último respiro en la cruz, cuando entrega su espíritu en las manos del Padre.
Para adentrarnos en el misterio de la oración de Jesús nos detenemos en la que se llama “oración sacerdotal”, recogida en el capítulo 17 del Evangelio de Juan. El contexto de esta oración es pascual. Jesús se dirige al Padre al final de la Última Cena, en la que instituye la Eucaristía. En su oración va más allá de los comensales, intercede y abraza al mundo entero, su mirada nos alcanza a todos. Esto nos recuerda que, aun en medio de los más grandes sufrimientos, no estamos solos, ya hemos sido acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
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