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REDACCIÓN CENTRAL, 24 Nov. 16 / 01:58 am (ACI).- “Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar", dijo en una ocasión San Francisco Javier, patrono de las misiones, mostrando así su ardor por evangelizar en las Indias.
Cercanos a la fiesta de este gran jesuita, que se celebra cada 3 de diciembre, les compartimos una novena que según se cuenta se inició por algunos milagros obrados por intercesión del Santo.
Uno de ellos es el siguiente:
se dice que mientras se adornaba un altar para la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1633 en Nápoles, un martillo cayó desde los andamios e hirió mortalmente en la sien al jesuita P. Marcelo Mastrilli.
La salud del presbítero fue decayendo día a día y sus hermanos se preparaban para darle la extremaunción unción, sin posibilidad de darle el viático porque el enfermo no podía ni siquiera beber una gota de agua. Sin explicación alguna y ante el asombro de todos, el P. Mastrilli de pronto se levantó sano y recuperado. La herida había desaparecido y la cicatriz no se notaba.
Muy de mañana celebró la Misa y dio la comunión a muchas personas que acudieron a ver lo que había sucedido. El sacerdote subió al púlpito y contó que al verse herido y sin esperanza de vida, hizo una promesa en honor a San Francisco Javier: iría de misiones si se recuperaba.
Cierta noche se le apareció el Santo, lo animó a cumplir su voto y a ser mártir en Japón. Eso efectivamente sucedió varios años después. Tras la aparición, el sacerdote recomendó la especial ayuda de San Francisco Javier a cuantos lo invocaran y exhortaba a rezarle una novena.
Más adelante, el P. Alejandro Filipucci, también curado por la intercesión del Santo en 1658, compuso la “Novena de la Gracias”, una oración muy conocida que presentamos a continuación.
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración para todos los días
Amabilísimo y amantísimo Santo: adoro contigo humildemente a la Divina Majestad y le doy gracias por los singulares dones de gracia que te concedió en vida y por la gloria de que ya gozas. Te suplico con todo el afecto de mi alma, me consigas por tu poderosa intercesión, la gracia importantísima de vivir y morir santamente. Te pido también me alcances la gracia especial que pido en esta novena... (Aquí se piden las gracias espirituales y temporales que se desean). Y si lo que pido no conviene a mayor gloria de Dios y bien de mi alma, quiero alcanzar lo que para eso fuere más conveniente. Amén.
Un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Oración final
(Se puede terminar con la siguiente oración atribuida a San Francisco Javier)
Eterno Dios, Creador de todas las cosas: acuérdate que tú creaste las almas de los infieles, haciéndolas a tu imagen y semejanza.
Mira, Señor, como en deshonra tuya se llenan de ellas los infiernos. Acuérdate, Padre celestial, de tu Hijo Jesucristo, que derramando tan liberalmente su sangre, padeció por ellas. No permitas que sea tu Hijo por más tiempo menospreciado de los infieles, antes aplacado con los ruegos y oraciones de tus escogidos los Santos y de la Iglesia, Esposa muy bendita de tu mismo Hijo, acuérdate de tu misericordia, y olvidando su idolatría e infidelidad, haz que ellos conozcan también al que enviaste, Jesucristo, Hijo tuyo, que es salud, vida y resurrección nuestra, por el cual somos libres y nos salvamos; a quien sea dada la gloria por infinitos siglos de los siglos. Amén.
Oración.
Oh Dios, que quisiste agregar a tu Iglesia las naciones de las Indias por la predicación y por los milagros de San Francisco Javier: concédenos que, venerando la gloria de sus insignes merecimientos, imitemos también los ejemplos de sus heroicas virtudes. Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.