y para el resto del año 2010
Vosotros sois testigos de todas estas cosas
(Lc 24,48)
Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos
Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias
Vosotros sois testigos de todas estas cosas
(Lc 24,48)
Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos
Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias
A todos los que organizan la Semana de oración por la unidad de los cristianos
Buscar la unidad durante todo el año
Tradicionalmente, la Semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra del 18 al
25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo
entre la fiesta de san Pedro y la de san Pablo. Esta elección tiene un significado simbólico. En el hemisferio Sur, donde el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano, se prefiere
adoptar igualmente otra fecha, por ejemplo en torno a Pentecostés (sugerido por el
movimiento Fe y Constitución en 1926) que representa también otra fecha simbólica para la
unidad de la Iglesia.
Guardando esta flexibilidad de espíritu, os animamos a considerar estos textos como una
invitación para encontrar otras ocasiones, a lo largo del año, y expresar el grado de comunión
que las Iglesias ya han alcanzado, y orar juntas para llegar a la plena unidad querida por
Cristo.
Adaptar los textos
Estos textos que han sido propuestos, cada vez que sea posible, se procurará adaptarles a las
realidades de los diferentes lugares y países. Al hacerlo, se deberá tener en cuenta las
prácticas litúrgicas y devocionales locales así como el contexto social-cultural. Tal adaptación deberá comportar normalmente una colaboración ecuménica. En muchos países, las
estructuras ecuménicas existen y permiten este género de colaboración. Esperamos que la
necesidad de adaptar la Semana de oración a la realidad local pueda animar la creación de
esas mismas estructuras allí donde éstas no existen todavía.
Utilizar los textos de la Semana de oración por la unidad de los cristianos
Para las Iglesias y las Comunidades cristianas que celebran juntas la Semana de oración en
una sola ceremonia, este folleto propone un modelo de Celebración ecuménica de la Palabra
de Dios.
Las Iglesias y las Comunidades cristianas pueden igualmente servirse para sus celebraciones
de las oraciones y de otros textos de la Celebración ecuménica de la Palabra de Dios, de los
textos propuestos por el Octavario y de las oraciones presentes en el apéndice de este folleto.
Las Iglesias y Comunidades cristianas que celebran la Semana de oración por la unidad de los
cristianos cada día de la semana, pueden encontrar sugerencias en los textos propuestos para
el Octavario.
Las personas que desean realizar estudios bíblicos sobre el tema del año 2009, pueden servir
de apoyo igualmente los textos y las reflexiones bíblicas propuestas para el Octavario. Los
comentarios de cada día pueden concluir con una oración de intercesión.
Para las personas que desean orar en privado, los textos de este folleto pueden animar sus
oraciones y su llamada a la comunión con todos aquellos que oran en todo el mundo por una
mayor unidad visible de la Iglesia de Cristo.
Texto bíblico
Lc 24
Lc 24
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que
habían preparado. Al llegar, se encontraron con que la piedra que cerraba el sepulcro había
sido removida. Entraron, pero no encontraron el cuerpo de Jesús, el Señor. Estaban aún
desconcertadas ante el caso, cuando se les presentaron dos hombres vestidos con ropas
resplandecientes que, al ver cómo las mujeres se postraban rostro en tierra llenas de miedo,
les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado.
Recordad que él os habló de esto cuando aún estaba en Galilea. Ya os dijo entonces que el
Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores y que iban a crucificarlo, pero
que resucitaría al tercer día.
Ellas recordaron, en efecto, las palabras de Jesús y, regresando del sepulcro, llevaron la
noticia a los Once y a todos los demás. Así pues, fueron María Magdalena, Juana, María la
madre de Santiago, y las otras que estaban con ellas, quienes comunicaron a los apóstoles lo
que había pasado. Pero a los apóstoles les pareció todo esto una locura y no las creyeron.
Pedro, sin embargo, se decidió, y echó a correr hacia el sepulcro. Al inclinarse a mirar, sólo
vio los lienzos; así que regresó a casa lleno de asombro por lo que había sucedido.
Ese mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante unos
once kilómetros de Jerusalén. Mientras iban hablando de los recientes acontecimientos,
conversando y discutiendo entre ellos, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su
lado. Pero tenían los ojos tan ofuscados, que no lo reconocieron. Entonces Jesús les preguntó:
¿Qué es eso que discutís mientras vais de camino? Se detuvieron con el semblante
ensombrecido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó: Seguramente tú eres el único en
toda Jerusalén que no se ha enterado de lo que ha pasado allí estos días. Él preguntó: ¿Pues
qué ha pasado? Le dijeron: Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y
palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de nuestros sacerdotes y nuestras
autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros
teníamos la esperanza de que él iba a ser el libertador de Israel, pero ya han pasado tres días
desde que sucedió todo esto. Verdad es que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro y, al no encontrar su cuerpo, volvieron
diciendo que también se les habían aparecido unos ángeles y les habían dicho que él está vivo.
Algunos de los nuestros acudieron después al sepulcro y lo encontraron todo tal y como las
mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.
Jesús, entonces, les dijo: ¡Qué lentos sois para comprender y cuánto os cuesta creer lo dicho
por los profetas! ¿No tenía que sufrir el Mesías todo esto antes de ser glorificado? Y,
empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó cada uno de los pasajes
de las Escrituras que se referían a él mismo. Cuando llegaron a la aldea adonde se dirigían,
Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le dijeron, insistiendo mucho: Quédate con
nosotros, porque atardece ya y la noche se echa encima. Él entró y se quedó con ellos. Luego,
cuando se sentaron juntos a la mesa, Jesús tomó el pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo
dio. En aquel momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su
vista.
Entonces se dijeron el uno al otro: ¿No nos ardía ya el corazón cuando conversábamos con él
por el camino y nos explicaba las Escrituras? En el mismo instante emprendieron el camino
de regreso a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás, que les
dijeron: Es cierto que el Señor ha resucitado y que se ha aparecido a Simón. Ellos, por su
parte, contaron también lo que les había sucedido en el camino y cómo habían reconocido a
Jesús cuando partía el pan.
Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo:
¡La paz sea con vosotros! Sorprendidos y muy asustados, creían estar viendo un fantasma.
Pero Jesús les dijo: ¿Por qué os asustáis y por qué dudáis tanto en vuestro interior? Mirad mis
manos y mis pies: soy yo mismo. Tocadme y miradme. Los fantasmas no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo.
Al decir esto, les mostró las manos y los pies. Pero, aunque estaban llenos de alegría, no se lo acababan de creer a causa del asombro. Así que Jesús les preguntó: ¿Tenéis aquí algo que
comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado, que él tomó y comió en presencia de todos.
Luego les dijo: Cuando aún estaba con vosotros, ya os advertí que tenía que cumplirse todo lo
que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos.
Entonces abrió su mente para que comprendieran el sentido de las Escrituras. Y añadió:
Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y también que en
su nombre se ha de proclamar a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, un mensaje
de conversión y de perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de todas estas cosas. Mirad,
yo voy a enviaros el don prometido por mi Padre. Quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que
recibáis la fuerza que viene de Dios.
Más tarde, Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta las cercanías de Betania. Allí, levantando
las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén llenos de alegría. Y estaban constantemente
en el Templo bendiciendo a Dios.
(BTI, Biblia Traducción Interconfesional)