Permaneced en mi amor
y
daréis fruto en abundancia
(cf. Jn 15, 5-9)
Día 1:
Llamados por Dios:;
«No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros»(Jn 15, 16a)
Génesis 12, 1-4. La llamada de Abrahán
El Señor dijo a Abrahán: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y dirígete a la tierra que yo te mostraré. Te convertiré en una gran nación, te bendeciré y haré famoso tu nombre, y servirás de bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. ¡En ti serán benditas todas las familias de la tierra!». Abrahán partió, como le había ordenado el Señor, y con él marchó también Lot. Tenía Abrahán setenta y cinco años cuando salió de Jarán
Juan 1, 35-51. La llamada de los primeros discípulos
Al día siguiente, de nuevo estaba Juan con dos de sus discípulos y, al ver a Jesús que pasaba por allí, dijo: «Ahí tenéis al Cordero de Dios». Los dos discípulos, que se lo oyeron decir, fueron en pos de Jesús, quien al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?».
Ellos contestaron: «Rabí (que significa “Maestro”), ¿dónde vives?». Él les respondió: «Venid a verlo».
Se fueron, pues, con él, vieron dónde vivía y pasaron con él el resto de aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Uno de los dos que habían escuchado a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Lo primero que hizo Andrés fue ir en busca de su hermano Simón para decirle: «Hemos hallado al Mesías (palabra que quiere decir Cristo)». Y se lo presentó a Jesús, quien, fijando en él la mirada, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro)».
Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe, que era de Betsaida, el pueblo de Andrés y Pedro, se encontró con Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el Libro de la Ley y del que hablaron también los profetas: Jesús, hijo de José y natural de Nazaret”.
Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe, que era de Betsaida, el pueblo de Andrés y Pedro, se encontró con Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el Libro de la Ley y del que hablaron también los profetas: Jesús, hijo de José y natural de Nazaret”.
Natanael exclamó: «¿Es que puede salir algo bueno de Nazaret?”. Felipe le contestó: «Ven y verás».
Al ver Jesús que Natanael venía a su encuentro, comentó: «Ahí tenéis a un verdadero israelita en quien no cabe falsedad». Natanael le preguntó: «¿De qué me conoces?». Jesús respondió: «Antes que Felipe te llamara, ya te había visto yo cuando estabas debajo de la higuera». Natanael exclamó: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel». Jesús le dijo: «¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Cosas mucho más grandes has de ver!». Y añadió: «Os aseguro que veréis cómo se abren los cielos y los ángeles de Dios suben y bajan sobre el Hijo del hombre».
Meditación
El comienzo de este itinerario es un encuentro entre el ser humano y Dios, entre la criatura y el Creador, entre el tiempo y la eternidad.
Abrahán escuchó la llamada: «Ve a la tierra que te mostraré». Al igual que Abrahán, estamos llamados a dejar lo que nos es familiar e ir al lugar que Dios nos ha preparado en lo más profundo de nuestro corazón. En el camino, nos transformamos más y más en nosotros mismos, en las personas que Dios ha deseado que seamos desde el principio. Y al seguir la llamada que Dios nos hace nos convertimos en una bendición para nuestros seres queridos, para aquellos que están a nuestro lado y para nuestro mundo.
El amor de Dios nos busca. Dios se hizo humano en Jesús, en quien encontramos la mirada de Dios. En nuestras vidas, como en el Evangelio de Juan, la llamada de Dios se escucha de diferentes formas. Acariciados por su amor nos ponemos en marcha. Y este encuentro nos lleva por sendas de transformación, en las que avanzamos bajo el resplandor de ese comienzo de amor que siempre se renueva.
Un día llegaste a comprender que, sin darte cuenta de ello, ya estaba inscrito en lo más profundo de tu ser un “sí” al Señor. Y fue así como te decidiste a seguir los pasos de Cristo... En el silencio de la presencia del Señor, escuchaste:
«Ven, sígueme; te daré un lugar para el descanso de tu corazón».
Las fuentes de Taizé (2000) p. 52.
Oración
Jesucristo, tú nos buscas, deseas ofrecernos tu amistad y llevarnos a una vida cada vez más plena.
Danos la confianza para responder a tu llamada, para que nos dejemos transformar y nos convirtamos en testigos de tu ternura para el mundo.
Letanía de alabanza
A Tú que nos has llamado para alabarte en esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos en medio de este mundo y junto con todos los pueblos de la tierra.
L2 Te alabamos en medio de la creación y junto con todas las criaturas.
A Tú que nos has llamado para alabarte en esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos desde el sufrimiento y las lágrimas,
L2 Te alabamos desde nuestras esperanzas y éxitos.
A Tú que nos has llamado para alabarte en esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos desde nuestros lugares de conflictos y malentendidos.
L2 Te alabamos desde nuestros lugares de encuentro y reconciliación.
A Tú que nos has llamado para alabarte desde esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos desde nuestras desavenencias y divisiones,
L2 Te alabamos desde la vida y la muerte, y desde el nacimiento de un cielo y una tierra nueva.
A Tú que nos has llamado para alabarte desde esta tierra: ¡Gloria a ti!
Meditación
El comienzo de este itinerario es un encuentro entre el ser humano y Dios, entre la criatura y el Creador, entre el tiempo y la eternidad.
Abrahán escuchó la llamada: «Ve a la tierra que te mostraré». Al igual que Abrahán, estamos llamados a dejar lo que nos es familiar e ir al lugar que Dios nos ha preparado en lo más profundo de nuestro corazón. En el camino, nos transformamos más y más en nosotros mismos, en las personas que Dios ha deseado que seamos desde el principio. Y al seguir la llamada que Dios nos hace nos convertimos en una bendición para nuestros seres queridos, para aquellos que están a nuestro lado y para nuestro mundo.
El amor de Dios nos busca. Dios se hizo humano en Jesús, en quien encontramos la mirada de Dios. En nuestras vidas, como en el Evangelio de Juan, la llamada de Dios se escucha de diferentes formas. Acariciados por su amor nos ponemos en marcha. Y este encuentro nos lleva por sendas de transformación, en las que avanzamos bajo el resplandor de ese comienzo de amor que siempre se renueva.
Un día llegaste a comprender que, sin darte cuenta de ello, ya estaba inscrito en lo más profundo de tu ser un “sí” al Señor. Y fue así como te decidiste a seguir los pasos de Cristo... En el silencio de la presencia del Señor, escuchaste:
«Ven, sígueme; te daré un lugar para el descanso de tu corazón».
Las fuentes de Taizé (2000) p. 52.
Oración
Jesucristo, tú nos buscas, deseas ofrecernos tu amistad y llevarnos a una vida cada vez más plena.
Danos la confianza para responder a tu llamada, para que nos dejemos transformar y nos convirtamos en testigos de tu ternura para el mundo.
Letanía de alabanza
A Tú que nos has llamado para alabarte en esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos en medio de este mundo y junto con todos los pueblos de la tierra.
L2 Te alabamos en medio de la creación y junto con todas las criaturas.
A Tú que nos has llamado para alabarte en esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos desde el sufrimiento y las lágrimas,
L2 Te alabamos desde nuestras esperanzas y éxitos.
A Tú que nos has llamado para alabarte en esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos desde nuestros lugares de conflictos y malentendidos.
L2 Te alabamos desde nuestros lugares de encuentro y reconciliación.
A Tú que nos has llamado para alabarte desde esta tierra: ¡Gloria a ti!
L1 Te alabamos desde nuestras desavenencias y divisiones,
L2 Te alabamos desde la vida y la muerte, y desde el nacimiento de un cielo y una tierra nueva.
A Tú que nos has llamado para alabarte desde esta tierra: ¡Gloria a ti!