Jesús nació y creció dentro la espiritualidad judía de su tiempo. Aprendió a orar en la sinagoga y en casa con su madre. La tradición de su pueblo fue formando sus hábitos de oración.
La oración judía consiste fundamentalmente en la bendición, la berajah. Comienza siempre con las mismas palabras: Baruj attah Adonai Elohénu, mélej haOlam: "Bendito, seas, Señor, Dios del universo". Para un judío orar no es básicamente pedir, sino bendecir. La oración judía se centra en la bendición, mientras que la oración cristiana tradicional se centra en la petición.
Según R. Aron, lo que caracteriza la oración judía es que no pide nada para nadie en particular. El hombre cuando ora aumenta la "carga" religiosa o el potencial religioso del universo. El orante puede así santificar la totalidad del universo. La oración judía consiste en reforzar la acción total de Dios sobre el mundo, y no tanto canalizarla hacia necesidades humanas particulares. No pide intervenciones milagrosas al margen de las leyes naturales; le bastan los milagros permanentes de la vida y el universo. Acepta la naturaleza como es, pero cumple el acto de acentuar el carácter sagrado del universo y embeberlo de lo divino".
"Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por su medio" (Col 3,17). "Habéis sido llamados a heredar una bendición" (Rm 12,14; Hb 12,17). Bendecir a Dios es también bendecir toda la realidad.
Los judíos del tiempo de Jesús llenaban su vida de bendiciones. No podían ni siquiera respirar sin bendecir. R. Meir decía que todo hombre tiene la obligación de decir cien bendiciones cada día (m.Menahot 43b). Al recitar las cien bendiciones prescritas para cada día, el hombre se sirve de cada goce como una oportunidad para volver su corazón hacia Dios. La bendición continua es la manera más eficaz de mantener la presencia de Dios continua.
Sólo si recitamos una bendición antes de gozar de cualquier placer, nos hacemos dignos de recibirlo. El que goza de cualquier cosa de este mundo sin bendecir a Dios, comete un sacrilegio. Es como si robase fraudulentamente aquello que Dios estaba dispuesto a regalarle gratuitamente. Sólo la bendición nos da derecho a los bienes de este mundo. Bendecir equivale a referirlo todo a Dios como a su fuente. "La bendición no es una acción de gracias por un don recibido, sino un grito del corazón hacia el que es la fuente de todo don perfecto" (F. Manns).
Desde este punto de vista podemos redescubrir el sentido de bendecir los objetos antes de empezar a usarlos: bendecir una casa, un automóvil, una tienda. No se trata de un conjuro para atraer la buena suerte, ni se trata de dar una pátina religiosa a un objeto secular para liberarlo de su secularidad. La bendición reconoce que todo lo creado por Dios y lo fabricado por el hombre tiene una referencia íntima a Dios en su origen y en su destino, y quiere simplemente explicitar esta referencia en la alabanza y la acción de gracias. Al mismo tiempo la bendición de los objetos nos compromete a hacer uso de ellos para la gloria de Dios, y en solidaridad con todos los hombres, especialmente los pobres.
El Midrash ya se ha fijado en la conexión etimológica entre bendición –berajah- y estanque de agua –berejah- (Gen. Rabba 39). Dios es bendito, baruj, la fuente de toda bendición.
Todas las bendiciones judías comienzan con la misma fórmula que ya hemos explicitado: "Bendito seas Adonai, Dios nuestro, rey del universo". Luego se añade a esta fórmula introductoria la explicitación del motivo de esa bendición concreta:
Por el pan: "que sacas pan de la tierra".
Por el vino: "que has creado el fruto de la viña".
Entre los judíos hay una fórmula de bendición para el momento en que se abren nuestros ojos al despertar, otra para el momento en que nos estiramos al salir de la cama, otra para cuando damos el primer paso, otra para cada vestido que nos vamos poniendo, otra para el momento en que nos lavamos, hay incluso una bendición para el momento en que hacemos nuestras necesidades…
Hay una bendición para los momentos en que nos llega un perfume: "Bore miney besamim"; para cuando recibimos una buena noticia, "hattob wehammeitib"; para cuando nos encontramos con un amigo que no veíamos hace tiempo; para cuando se cura alguien que estaba enfermo; para cuando miramos el mar: "She’asah ‘et hayyam haggadol"; incluso para cuando recibimos una mala noticia "Dayan ha’emet".
Cuentan de un rabino que era amigo de un sacerdote católico y solían pasearse juntos. El rabino siempre bendecía a Dios por todo. El sacerdote estaba nervioso y buscaba la ocasión en la que el rabino por fin se quejara de algo. Un día en el paseo, un pajarito dejó caer su excremento sobre el ojo del rabino. Éste se sacó el pañuelo, se limpió el ojo, y suspiró: ¡Bendito seas, Señor, porque las vacas no vuelan!
En la vida espiritual de Israel hay dos clases de bendiciones. Por una parte estas bendiciones breves regadas a lo largo de la jornada, pero por otra parte hay otras bendiciones más largas y más sistemáticas, las que podríamos llamar "bendiciones en serie".
La más famosa de estas bendiciones en serie es la oración de las dieciocho bendiciones, llamada también Amidah, porque se reza de pie. Se llama también simplemente "oración", "tefillah", la oración por antonomasia. En esta plegaria se mezcla la petición con la bendición. Comienza la oración con tres largas bendiciones al Dios de los padres, al Dios que da vida a los muertos y al Dios cuyo nombre es santo. Luego las siguientes invocaciones empiezan con una petición, pero terminan cada una con una bendición al Dios que hace realidad aquello mismo que se está pidiendo.
Discuten los expertos en judaísmo hasta qué punto Jesús recitó esta oración antiquísima. Muy probablemente sus orígenes son anteriores al cristianismo, aunque luego la oración haya sufrido añadidos, cambios y reestructuraciones posteriores.