SUPLICAS AL SANTO NIÑO JESUS DE LA SALUD
PLEGARIA AL NIÑO JESUS DE LA SALUD
se siempre mi compañero,
no permitas que me aparte del sendero
que tú mismo me has trazado,
blanco lirio inmaculado
hazme sentir tu fragancia
y que nunca la distancia
me separe de tu lado,
llevame en tu compañia
¡OH NIÑO JESÚS DE LA SALUD! Creo en la bondad infinita de tu Corazón. Remedia la necesidad en que me encuentro… (pena… asunto… persona…)
¡OH NIÑO JESÚS DE LA SALUD! Espero en la misericordia sin límites que tienes con los que te invocan. Oye mi suplica y remedia mi necesidad.
¡OH NIÑO JESÚS DE LA SALUD! Te amo, te amo con todo mi corazón. Me entrego y consagro a tu amantísimo corazón.
Escucha mi plegaria, te lo ruego y remedia mi necesidad (Rezar un Padre nuestro, un Avemaría y un Gloria al Padre).
¡Oh amabilísimo Niño Jesús!. que dijiste “pedid y recibiréis”, dígnate escuchar benignamente la súplica que te hago en esta necesidad y concédeme favorablemente la gracia que solicito, si es para mayor gloria tuya de mi alma. Así sea.
Jesús Mio, misericordia
Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí.
Señor mío Jesucristo, líbrame de todas mis iniquidades y de todos los males, haz que siempre esté adherido a tus mandamientos y no permitas que me separe jamás de ti
Niñito Jesús de la Salud, bendícenos con la ternura con que bendijiste a los pecadores de Palestina y con esta bendición despierta en nuestras almas el arrepentimiento sincero de las culpas, aumenta nuestra fé y sumisión a tu adorable voluntad; danos el pan cotidiano: alivia nuestras enfermedades, consuélanos en las penas y otórganos la resignación necesaria para sufrirlas con paciencia, y haz benignísimo Niño, que seamos dóciles a tu gracia y humildes de corazón. Amen
“Oh Santo Niño de la Salud te entrego mi alma, mi vida y mi corazón, y en tus divinas manos pongo mi salvación”.
Niño Dios, Niño adorado,
Por lo mucho que te quierose siempre mi compañero,
no permitas que me aparte del sendero
que tú mismo me has trazado,
blanco lirio inmaculado
hazme sentir tu fragancia
y que nunca la distancia
me separe de tu lado,
llevame en tu compañia
y dame tu bendición. Amen
ENTREVISTA A LA R.M. MARIA GARZA VALDOVINOS, SUPERIORA DE LAS MISIONERAS DEL NIÑO JESUS DE LA SALUD
Tomada de http://www.comunidadcristiana.agenciacatolica.com/modules/news/article.php?storyid=975
Aparece por la puerta de la sala de estar una mujer de hábito azul, de un poco más de un metro de estatura y de sonrisa relajada. El próximo evento la tiene emocionada; pero no es la Jornada de la Vida Consagrada el tema de la entrevista, así que, después de un momento de presentación, se acomoda en el sillón aterciopelado y cruza sus manos.
¿Cómo nació su vocación?
Yo considero que toda mi vida ha sido obra de la misericordia, de la ternura y de la bondad de Dios responde la Madre Mari, Superiora de las Misioneras del Niño Jesús de la Salud de Morelia. Si me preguntas cómo nació mi vocación, creo que no hubo un día específico, sino que uno nace con ella, aunque sí llega el momento en que uno se da cuenta; para algunos se tarda un poco en manifestarse, y para otros llega muy temprano el llamado. El Señor nos llama desde el vientre de nuestra madre, dice el Profeta Jeremías, y así sucedió conmigo; yo tenía cuatro años cuando me dije: ¿voy a ser Monjita?. En mi caso, el Señor se valió de una tía mía que era Religiosa, y cuando yo la veía, yo sentía mucha alegría; y me decía a mí misma: ¿voy a ser Monjita?. Lo que me llamaba la atención era su alegría, la manera en que hablaba de Dios y hasta su manera de cómo vestía, es decir, su hábito, ella era de vida contemplativa. Yo no conocía de Congregaciones o carismas, pero sí sabía en mi corazón que iba a ser Religiosa.
Se dice que el seguimiento de Cristo implica renuncia. ¿Qué le costó a usted?
Bueno, después de Dios, mis padres son lo que más quiero; tanto los amo, que nunca pasó por mi mente en ningún momento separarme de ellos. Yo vivía en un pueblo muy pobre, y los estudios llegaban hasta cuarto año de primaria; mi tía la Monjita pidió a mis papás que me dejaran ir a un internado para niñas que estaba a cargo de unas Religiosas y, aunque mi mamá se puso muy triste porque es muy apegada a sus hijos, aceptó; así que a mí se me iluminó el rostro. Sin embargo, el momento de la separación fue un desprendimiento terrible, sufrí los primeros días por la añoranza y tener qu adaptarme a un reglamento; en fin, el momento no lo puedo describir porque sientes una tristeza y, al mismo tiempo, una alegría tan inmensa, y esa alegría confirmó mi llamado; esa sensación te hace sentir que Dios está contigo.
Sin embargo, Cristo mismo señala: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga (Mc 8, 34-35), y la Madre Mari cargó con la pena de dejar a sus padres. Uno, como humano que es, no resiste fácilmente al sufrimiento, comenta, y yo me enfermé, no podía comer y me volví vulnerable a cualquier enfermedad de la infancia, como paperas, etc., pero la situación verdadera era la tristeza de haber dejado a mis padres; así que las Madres que me habían acogido con un cariño muy grande, me dijeron: te vamos a regresar a tu casa, pues vemos que te ha hecho mal estar lejos de tu casa. Y yo empecé a llorar, en mi corazón sentía que me quería ir y al mismo tiempo no quería; yo lo que quería era estar con Dios, a eso había ido al lugar; aunque mis papás me dejaron estar ahí con la intención de que concluyera mis estudios, mi intención era otra, quería ser de Dios y sentía que ese era el camino que me llevaba a él, a través de la vida religiosa.
La primera intervención del Santo Niño de la Salud
Las Madres, viendo ese choque de fuerzas, tanto físicas como espirituales, dentro de mí, una mañana me llamaron y me dijeron: Vamos a pedirle al Niñito de la Salud que si él te quiere aquí, te lo demuestre curándote; y si no es esa su voluntad, pues que también te lo manifieste de otra forma.
Ese mismo día, a la hora de la comida, ya pude pasar alimento, y en la cena ya estaba casi aliviada, de manera que para mí fue una evidente manifestación de la voluntad del Señor; pero, por otro lado, también me quiso dar a entender que las cosas cuestan, que la vocación es un regalo, pero un regalo que uno debe valorar.
Cuando terminé mi primaria y todo, mis papás fueron por mí, con toda la intención de que regresara a casa, pero yo, viendo que el Santo Niño de la Salud me demostró que me quería ahí, curándome, pues qué más señales quería. Les dije en ese mismo momento a mis papás que yo me quería quedar, porque yo quería ser Monjita y quería ingresar al Postulantado. Pero mi papá no quiso, se puso muy firme y dijo que yo estaba muy chica en ese momento, que nos fuéramos a casa y cuando fuera más grande podía regresar. Ve por tus cositas y vámonos, me ordenó. Yo fui con la Superiora de ese entonces, la Madre María Estela, a quien llorando le platiqué mi situación, e inmediatamente fue a ver a mi papá y le dijo: Mire, su hija es suya, nosotras no podemos retenerla, pero le pido que reflexione, y si ella siente el llamado, aunque es niña, pues le puede dar la oportunidad. Mi papá entonces accedió rápidamente, y eso fue para mí otra señal; sí fue duro para mí decir: me quedo, pero ya no tanto como la primera vez.
¿Quien es el Santo favorito de la Madre Mari?
Mira, mi amor profundo ha sido siempre hacia Jesús, en su advocación del Santo Niño Jesús; de Santos, cro que Santa Teresita del Niño Jesús, también San José, ese Santo tan humilde, el Santo del silencio y, sin duda, me llena mucho la vida de San Francisco de Asís. ¡Ah!, y este negrito... San Martín de Porres.
En su caminar hacia la vida consagrada, y aun ya siendo Religiosa, ¿hubo algo que le tentó a desistir, o algún momento en el camino en que se haya detenido a meditar si estaba en el camino correcto?
Mira, más que momentos difíciles, como en todo, ninguno se puede comparar con la alegría que te da mi Amado Jesús; hasta ahorita yo no he dudado en ningún momento, más bien ha habido momentos significativos, como mi entrada al Noviciado, pues un obstáculo era la edad, y a mí me permitieron la entrada. De igual manera, al realizar mi profesión perpetua antes de tiempo, y es que yo decía: ?bueno, para qué esperar más y estar renovando y renovando, si Dios me ha manifestado la plena seguridad de que me ama, por qué no entregarme a él de igual manera?. Pero sin duda, el momento más significativo de mi vida fue mi enfermedad...
Platíqueme de su enfermedad
A los 22 años empecé con unos síntomas muy fuertes de una debilidad en todos mis músculos, de manera que me dejaba sin poderme levantar; así que me hicieron muchos estudios y me diagnosticaron miastenia gravis, era una enfermedad incurable que poco a poco fue acabando con mis fuerzas, a tal grado de dejarme en cama, y esta enfermedad duró trece años.
¿Estar enferma por trece años debilitó en algún momento su fe?
La impaciencia sí llegó al principio, sobre todo después de llevar una vida de mucha actividad; quizá yo hubiera renegado, pero Dios estaba conmigo. Fueron momentos en donde la presencia de Dios fue muy fuerte; yo nombré a Jesús en su advocación del Niño Jesús, mi Médico, y a María, la Virgen Santísima, mi Enfermera.
¿Dejó algo positivo su enfermedad?
Tuve la oportunidad de ver cuánto cariño me tienen mis padres; descubrí un cariño incondicional; por ellos supe lo que es el amor verdadero. Vi también la solicitud de mi Congregación, que en ningún momento me dejó, pero, sobre todo, que siempre sentí la presencia de Dios y de la Virgen María.
Uno empieza con fortaleza porque una está joven, pero la enfermedad te hace decaer, y luego uno se va debilitando tanto físicamente, porque había momentos en que yo lloraba del dolor tan fuerte como moralmente al ver el sufrimiento de mis padres, de las Madres y de quienes me atendían, y ver que yo estaba imposibilitada.
Una persona que siempre me motivó y me alentó fue el entonces Arzobispo Don Estanislao Alcaraz y, al mismo tiempo, sentía yo la oración de tantos Sacerdotes, que sentía que mi vida tenía sentido, a pesar de no hacer nada; y claro que había momentos en que uno se siente inútil, porque qué sentido tiene tu vida en una cama, sin moverte y siendo carga para los demás, viendo pasar los años y con la incertidumbre, porque los médicos ya me habían dicho que no había remedio para mi enfermedad, pero que iban a hacer lo posible por mantenerme lo mejor que pudieran en el tiempo que me quedaba por vivir.
¿Renegó alguna vez de su enfermedad?
Había días en que me la pasaba sin probar alimento, a veces no podía ni mover una mano; otros días me la pasaba con los ojos cerrados porque no podía ni siquiera abrirlos; pero mi mente siempre estuvo lúcida, nunca perdí el conocimiento, y en ningún momento de esos trece años de enfermedad renegué de mi enfermedad.
¿Cuál fue el sentido que le dio a su enfermedad?
Es una gracia de Dios, que me quiso asociar a los muchos sufrimientos que él vivió por mi... ¿Cómo podría pagar yo tanto amor? Porque dicen que el sufrimiento es una expresión del amor de Cristo; si él con sufrimiento convertido en amor me vino a salvar, yo no tengo con qué pagar o devolver todo lo que él hizo por mí; es tan poco lo que sufrí, fue nada. Pero sentí que ayudé un poquito a cargar su cruz, pero, ¿sabes qué?... Nunca estuve sola.
¿Alguna vez le pidió al Señor curarse?
Yo siempre le dije que hiciera de mí lo que él quisiera; si quería que estuviera así, qué bueno, porque sólo él sabía por qué. Las Hermanas me decían, el Niño no te cura porque tú no le pides. Yo le decía dentro de mí que mi enfermedad fuera para gloria suya.
¿Durante su enfermedad, pensaba en la muerte? ¿Cómo la veía?
Desde el inicio de mi enfermedad, me dijeron que no tenía cura; la muerte, según nos han ido formando, es para nosotros el encuentro con el Señor, algo tan bello que a veces hasta uno lo desea; sin embargo, en medio de mi enfermedad, yo nunca pedía la muerte y menos para descansar.
Llegó el día en que estuve tan cerca de la muerte; vino una crisis muy fuerte que fue como mi agonía. El médico dijo que yo ya no pasaba la noche, pero el Niño no quiso que yo muriera todavía.
Pasaron seis años más en que yo estuve en cama, y un día el médico me vio tan mal, que les dijo a las Madres que me llevaran a terapia intensiva al Hospital Civil, y me desahució; sin embargo, las Madres pensaron que si ya me iba a morir que mejor pasara mis últimos días en el Convento, y así pasaron tres largos meses, y yo humanamente ya no podía con mi cuerpo. El último día vino el Sr. Arzobispo Estanislao, me dio los auxilios necesarios; al salir de mi cuarto, pidió que llamaran a mi familia para que me despidiera, porque yo ya no pasaba la noche. Yo estaba convencida que era mi último momento, así que pedí la presencia del Sacerdote.
¿Estaba usted lista para irse de este mundo?
Bueno, uno piensa muchas cosas; me acuerdo que me desprendí de un anillo que traía para dejárselo de recuerdo a una hermana. La Hermana Superiora llamó a las Hermanas para pedirles que ya no pidieran al Santo Niño que me curara, sino que me diera fortaleza en mi agonía y que se hiciera su voluntad. Vamos a pedir por su alma, váyanse ya a dormir y, cuando suene la campana, es que ya murió y se vienen?, dijo la Madre Superiora de aquella época. Esa noche, yo sentía que todo mi cuerpo se acababa poco a poco; pedí un poco de avena, y yo también me dormí... Y la campana nunca sonó.
Al día siguiente me desperté y salí a caminar por los pasillos del Convento... Así fue el milagro de Dios, ni siquiera me acordaba que estaba enferma.
¿Cómo lo asimilaron las Hermanas?
Para las Hermanas fue una impresión muy grande; después de estar inmóvil y de darme por muerta; después de años sin dar un paso ni siquier tocar el piso... curada completamente.
Hay que morir para vivir
Yo lo considero como el milagro de Lázaro, que Nuestro Señor esperó hasta que estuviera muerto para dar pruebas de amor y de sus maravillas. La salud fue completa, no hubo recaídas ni nada; de mi enfermedad, ni rastro.
Si la volviera a llamar el Señor y le preguntara: ?¿Estás lista para irte de este mundo? ¿Qué le diría?
Sí. Mi único temor ha sido a ofenderle, pero al mismo tiempo he experimentado que a pesar de todas mis miserias y ofensas, es más grande su amor y su misericordia; si me ha perdonado tanto, no hay por qué temer a encontrarse con él.
¿Le dio miedo la muerte?
Sí hay un temor de algo desconocido que te va a venir, como cuando viene algo grande que desconoces y cierras los ojos; yo cerré los ojos y esperaba que llegara otra situación distinta, y ya.
¿Qué esperaba que llegara?
No sabía, mi mente me decía que sería otra realidad. Un encuentro con el Señor, sin duda, ¿cómo sería? ¡Quién sabe! Además, te digo una cosita: no puedes ni pensar; más bien es como aventarse al vacío, te sueltas, te abandonas.... ¡y ya!
¿Pensó en los pendientes que dejaba?
No, no hay tiempo para eso, no sabes qué sigue; pero sí quieres que venga.
Si de repente se encontrara frente a Dios, ¿qué le diría?
(Se le va el aire y se le abren los ojos grandes, y una sonrisa inmensa en silencio se dibuja) Lo abrazaba fuerte... No le diría nada... No sé, no sé... No puede uno saber.
¿De qué le pediría perdón a Dios?
De todas mis ingratitudes, de todo lo que no le supe corresponder a todo el amor que me tiene.
Es la Madre Superiora (por segundo periodo) de las Misioneras del Niño Jesús de la Salud de Morelia, R.M. María Garza Valdovinos, quien con 44 años de edad, y a 26 años de consagración, se siente agradecida con Dios por haberla elegido en esa vocación.
Aparece por la puerta de la sala de estar una mujer de hábito azul, de un poco más de un metro de estatura y de sonrisa relajada. El próximo evento la tiene emocionada; pero no es la Jornada de la Vida Consagrada el tema de la entrevista, así que, después de un momento de presentación, se acomoda en el sillón aterciopelado y cruza sus manos.
¿Cómo nació su vocación?
Yo considero que toda mi vida ha sido obra de la misericordia, de la ternura y de la bondad de Dios responde la Madre Mari, Superiora de las Misioneras del Niño Jesús de la Salud de Morelia. Si me preguntas cómo nació mi vocación, creo que no hubo un día específico, sino que uno nace con ella, aunque sí llega el momento en que uno se da cuenta; para algunos se tarda un poco en manifestarse, y para otros llega muy temprano el llamado. El Señor nos llama desde el vientre de nuestra madre, dice el Profeta Jeremías, y así sucedió conmigo; yo tenía cuatro años cuando me dije: ¿voy a ser Monjita?. En mi caso, el Señor se valió de una tía mía que era Religiosa, y cuando yo la veía, yo sentía mucha alegría; y me decía a mí misma: ¿voy a ser Monjita?. Lo que me llamaba la atención era su alegría, la manera en que hablaba de Dios y hasta su manera de cómo vestía, es decir, su hábito, ella era de vida contemplativa. Yo no conocía de Congregaciones o carismas, pero sí sabía en mi corazón que iba a ser Religiosa.
Se dice que el seguimiento de Cristo implica renuncia. ¿Qué le costó a usted?
Bueno, después de Dios, mis padres son lo que más quiero; tanto los amo, que nunca pasó por mi mente en ningún momento separarme de ellos. Yo vivía en un pueblo muy pobre, y los estudios llegaban hasta cuarto año de primaria; mi tía la Monjita pidió a mis papás que me dejaran ir a un internado para niñas que estaba a cargo de unas Religiosas y, aunque mi mamá se puso muy triste porque es muy apegada a sus hijos, aceptó; así que a mí se me iluminó el rostro. Sin embargo, el momento de la separación fue un desprendimiento terrible, sufrí los primeros días por la añoranza y tener qu adaptarme a un reglamento; en fin, el momento no lo puedo describir porque sientes una tristeza y, al mismo tiempo, una alegría tan inmensa, y esa alegría confirmó mi llamado; esa sensación te hace sentir que Dios está contigo.
Sin embargo, Cristo mismo señala: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga (Mc 8, 34-35), y la Madre Mari cargó con la pena de dejar a sus padres. Uno, como humano que es, no resiste fácilmente al sufrimiento, comenta, y yo me enfermé, no podía comer y me volví vulnerable a cualquier enfermedad de la infancia, como paperas, etc., pero la situación verdadera era la tristeza de haber dejado a mis padres; así que las Madres que me habían acogido con un cariño muy grande, me dijeron: te vamos a regresar a tu casa, pues vemos que te ha hecho mal estar lejos de tu casa. Y yo empecé a llorar, en mi corazón sentía que me quería ir y al mismo tiempo no quería; yo lo que quería era estar con Dios, a eso había ido al lugar; aunque mis papás me dejaron estar ahí con la intención de que concluyera mis estudios, mi intención era otra, quería ser de Dios y sentía que ese era el camino que me llevaba a él, a través de la vida religiosa.
La primera intervención del Santo Niño de la Salud
Las Madres, viendo ese choque de fuerzas, tanto físicas como espirituales, dentro de mí, una mañana me llamaron y me dijeron: Vamos a pedirle al Niñito de la Salud que si él te quiere aquí, te lo demuestre curándote; y si no es esa su voluntad, pues que también te lo manifieste de otra forma.
Ese mismo día, a la hora de la comida, ya pude pasar alimento, y en la cena ya estaba casi aliviada, de manera que para mí fue una evidente manifestación de la voluntad del Señor; pero, por otro lado, también me quiso dar a entender que las cosas cuestan, que la vocación es un regalo, pero un regalo que uno debe valorar.
Cuando terminé mi primaria y todo, mis papás fueron por mí, con toda la intención de que regresara a casa, pero yo, viendo que el Santo Niño de la Salud me demostró que me quería ahí, curándome, pues qué más señales quería. Les dije en ese mismo momento a mis papás que yo me quería quedar, porque yo quería ser Monjita y quería ingresar al Postulantado. Pero mi papá no quiso, se puso muy firme y dijo que yo estaba muy chica en ese momento, que nos fuéramos a casa y cuando fuera más grande podía regresar. Ve por tus cositas y vámonos, me ordenó. Yo fui con la Superiora de ese entonces, la Madre María Estela, a quien llorando le platiqué mi situación, e inmediatamente fue a ver a mi papá y le dijo: Mire, su hija es suya, nosotras no podemos retenerla, pero le pido que reflexione, y si ella siente el llamado, aunque es niña, pues le puede dar la oportunidad. Mi papá entonces accedió rápidamente, y eso fue para mí otra señal; sí fue duro para mí decir: me quedo, pero ya no tanto como la primera vez.
¿Quien es el Santo favorito de la Madre Mari?
Mira, mi amor profundo ha sido siempre hacia Jesús, en su advocación del Santo Niño Jesús; de Santos, cro que Santa Teresita del Niño Jesús, también San José, ese Santo tan humilde, el Santo del silencio y, sin duda, me llena mucho la vida de San Francisco de Asís. ¡Ah!, y este negrito... San Martín de Porres.
En su caminar hacia la vida consagrada, y aun ya siendo Religiosa, ¿hubo algo que le tentó a desistir, o algún momento en el camino en que se haya detenido a meditar si estaba en el camino correcto?
Mira, más que momentos difíciles, como en todo, ninguno se puede comparar con la alegría que te da mi Amado Jesús; hasta ahorita yo no he dudado en ningún momento, más bien ha habido momentos significativos, como mi entrada al Noviciado, pues un obstáculo era la edad, y a mí me permitieron la entrada. De igual manera, al realizar mi profesión perpetua antes de tiempo, y es que yo decía: ?bueno, para qué esperar más y estar renovando y renovando, si Dios me ha manifestado la plena seguridad de que me ama, por qué no entregarme a él de igual manera?. Pero sin duda, el momento más significativo de mi vida fue mi enfermedad...
Platíqueme de su enfermedad
A los 22 años empecé con unos síntomas muy fuertes de una debilidad en todos mis músculos, de manera que me dejaba sin poderme levantar; así que me hicieron muchos estudios y me diagnosticaron miastenia gravis, era una enfermedad incurable que poco a poco fue acabando con mis fuerzas, a tal grado de dejarme en cama, y esta enfermedad duró trece años.
¿Estar enferma por trece años debilitó en algún momento su fe?
La impaciencia sí llegó al principio, sobre todo después de llevar una vida de mucha actividad; quizá yo hubiera renegado, pero Dios estaba conmigo. Fueron momentos en donde la presencia de Dios fue muy fuerte; yo nombré a Jesús en su advocación del Niño Jesús, mi Médico, y a María, la Virgen Santísima, mi Enfermera.
¿Dejó algo positivo su enfermedad?
Tuve la oportunidad de ver cuánto cariño me tienen mis padres; descubrí un cariño incondicional; por ellos supe lo que es el amor verdadero. Vi también la solicitud de mi Congregación, que en ningún momento me dejó, pero, sobre todo, que siempre sentí la presencia de Dios y de la Virgen María.
Uno empieza con fortaleza porque una está joven, pero la enfermedad te hace decaer, y luego uno se va debilitando tanto físicamente, porque había momentos en que yo lloraba del dolor tan fuerte como moralmente al ver el sufrimiento de mis padres, de las Madres y de quienes me atendían, y ver que yo estaba imposibilitada.
Una persona que siempre me motivó y me alentó fue el entonces Arzobispo Don Estanislao Alcaraz y, al mismo tiempo, sentía yo la oración de tantos Sacerdotes, que sentía que mi vida tenía sentido, a pesar de no hacer nada; y claro que había momentos en que uno se siente inútil, porque qué sentido tiene tu vida en una cama, sin moverte y siendo carga para los demás, viendo pasar los años y con la incertidumbre, porque los médicos ya me habían dicho que no había remedio para mi enfermedad, pero que iban a hacer lo posible por mantenerme lo mejor que pudieran en el tiempo que me quedaba por vivir.
¿Renegó alguna vez de su enfermedad?
Había días en que me la pasaba sin probar alimento, a veces no podía ni mover una mano; otros días me la pasaba con los ojos cerrados porque no podía ni siquiera abrirlos; pero mi mente siempre estuvo lúcida, nunca perdí el conocimiento, y en ningún momento de esos trece años de enfermedad renegué de mi enfermedad.
¿Cuál fue el sentido que le dio a su enfermedad?
Es una gracia de Dios, que me quiso asociar a los muchos sufrimientos que él vivió por mi... ¿Cómo podría pagar yo tanto amor? Porque dicen que el sufrimiento es una expresión del amor de Cristo; si él con sufrimiento convertido en amor me vino a salvar, yo no tengo con qué pagar o devolver todo lo que él hizo por mí; es tan poco lo que sufrí, fue nada. Pero sentí que ayudé un poquito a cargar su cruz, pero, ¿sabes qué?... Nunca estuve sola.
¿Alguna vez le pidió al Señor curarse?
Yo siempre le dije que hiciera de mí lo que él quisiera; si quería que estuviera así, qué bueno, porque sólo él sabía por qué. Las Hermanas me decían, el Niño no te cura porque tú no le pides. Yo le decía dentro de mí que mi enfermedad fuera para gloria suya.
¿Durante su enfermedad, pensaba en la muerte? ¿Cómo la veía?
Desde el inicio de mi enfermedad, me dijeron que no tenía cura; la muerte, según nos han ido formando, es para nosotros el encuentro con el Señor, algo tan bello que a veces hasta uno lo desea; sin embargo, en medio de mi enfermedad, yo nunca pedía la muerte y menos para descansar.
Llegó el día en que estuve tan cerca de la muerte; vino una crisis muy fuerte que fue como mi agonía. El médico dijo que yo ya no pasaba la noche, pero el Niño no quiso que yo muriera todavía.
Pasaron seis años más en que yo estuve en cama, y un día el médico me vio tan mal, que les dijo a las Madres que me llevaran a terapia intensiva al Hospital Civil, y me desahució; sin embargo, las Madres pensaron que si ya me iba a morir que mejor pasara mis últimos días en el Convento, y así pasaron tres largos meses, y yo humanamente ya no podía con mi cuerpo. El último día vino el Sr. Arzobispo Estanislao, me dio los auxilios necesarios; al salir de mi cuarto, pidió que llamaran a mi familia para que me despidiera, porque yo ya no pasaba la noche. Yo estaba convencida que era mi último momento, así que pedí la presencia del Sacerdote.
¿Estaba usted lista para irse de este mundo?
Bueno, uno piensa muchas cosas; me acuerdo que me desprendí de un anillo que traía para dejárselo de recuerdo a una hermana. La Hermana Superiora llamó a las Hermanas para pedirles que ya no pidieran al Santo Niño que me curara, sino que me diera fortaleza en mi agonía y que se hiciera su voluntad. Vamos a pedir por su alma, váyanse ya a dormir y, cuando suene la campana, es que ya murió y se vienen?, dijo la Madre Superiora de aquella época. Esa noche, yo sentía que todo mi cuerpo se acababa poco a poco; pedí un poco de avena, y yo también me dormí... Y la campana nunca sonó.
Al día siguiente me desperté y salí a caminar por los pasillos del Convento... Así fue el milagro de Dios, ni siquiera me acordaba que estaba enferma.
¿Cómo lo asimilaron las Hermanas?
Para las Hermanas fue una impresión muy grande; después de estar inmóvil y de darme por muerta; después de años sin dar un paso ni siquier tocar el piso... curada completamente.
Hay que morir para vivir
Yo lo considero como el milagro de Lázaro, que Nuestro Señor esperó hasta que estuviera muerto para dar pruebas de amor y de sus maravillas. La salud fue completa, no hubo recaídas ni nada; de mi enfermedad, ni rastro.
Si la volviera a llamar el Señor y le preguntara: ?¿Estás lista para irte de este mundo? ¿Qué le diría?
Sí. Mi único temor ha sido a ofenderle, pero al mismo tiempo he experimentado que a pesar de todas mis miserias y ofensas, es más grande su amor y su misericordia; si me ha perdonado tanto, no hay por qué temer a encontrarse con él.
¿Le dio miedo la muerte?
Sí hay un temor de algo desconocido que te va a venir, como cuando viene algo grande que desconoces y cierras los ojos; yo cerré los ojos y esperaba que llegara otra situación distinta, y ya.
¿Qué esperaba que llegara?
No sabía, mi mente me decía que sería otra realidad. Un encuentro con el Señor, sin duda, ¿cómo sería? ¡Quién sabe! Además, te digo una cosita: no puedes ni pensar; más bien es como aventarse al vacío, te sueltas, te abandonas.... ¡y ya!
¿Pensó en los pendientes que dejaba?
No, no hay tiempo para eso, no sabes qué sigue; pero sí quieres que venga.
Si de repente se encontrara frente a Dios, ¿qué le diría?
(Se le va el aire y se le abren los ojos grandes, y una sonrisa inmensa en silencio se dibuja) Lo abrazaba fuerte... No le diría nada... No sé, no sé... No puede uno saber.
¿De qué le pediría perdón a Dios?
De todas mis ingratitudes, de todo lo que no le supe corresponder a todo el amor que me tiene.
Es la Madre Superiora (por segundo periodo) de las Misioneras del Niño Jesús de la Salud de Morelia, R.M. María Garza Valdovinos, quien con 44 años de edad, y a 26 años de consagración, se siente agradecida con Dios por haberla elegido en esa vocación.