«La Paz os dejo, mi paz os doy; no la doy como la da el mundo»
(Jn 14,27)
La paz es uno de los deseos más profundos del ser humano: la paz que brota de aceptarse a sí mismo, de aceptar a los demás, de estar reconciliado con el pasado, de haber sanado viejas heridas, de vivir en un entorno de buena convivencia y entendimiento con las personas que a uno le rodean: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o estudios… Es bueno y necesario ese deseo ¡honesto! Pero basta cualquier pequeño sufrimiento, conflicto, contrariedad, desengaño, soledad, fracaso… y se rompe esa paz psicológica o social.
Paz honda
Cualquier persona quiere una paz más honda, más estable, más arraigada en el hondón del alma, que nadie te pueda arrebatar. Esa paz existe. Es la paz que nace de lo alto, que trae el Príncipe de la Paz: Jesucristo. Él, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, nos ha traído, con su muerte en cruz, una triple reconciliación: con Dios, con los demás y con uno mismo. Es la paz que nadie te puede arrebatar si vives arraigado y edificado en Cristo… si vives firme en la fe.
La paz es uno de los frutos del Espíritu Santo. Es la paz del anuncio del ejército celestial a los pastores en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo; y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14); esa alabanza de los ángeles también se ha traducido así: «y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».
Silencio meditativo
La paz: don y tarea
Las dos maneras de expresar la alabanza de los ángeles se complementan y se iluminan: la paz como don de Dios, fruto de los que se dejan amar por el Padre e «invadir» por el Espíritu Santo; y la paz como tarea de los hombres, fruto de los hombres de buena voluntad que trabajan por la reconciliación de los pueblos, las familias y las personas, en cualquier ámbito o situación.
La paz: don y tarea. Quienes se dejan bendecir por el amor de Dios y se ponen a trabajar en favor de la paz son dichosos: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,10).
Hoy, delante de Jesús Eucaristía, Príncipe de la Paz, «Primogénito de toda criatura» (Col 1,15), adorándole como pobres de espíritu, le pedimos la paz para tantos cristianos que están siendo perseguidos a causa de su fe.
ORACIÓN:
Creo, Señor Jesús, que tú eres el Príncipe de la Paz,
que tú has derribado el odio que separaba judíos de paganos,
libres de esclavos, creyentes de no creyentes.
Tú eres quien ha derribado el muro de separación, el muro que enfrentaba
a los pueblos, razas, lenguas, culturas y religiones.
Tú eres quien nos ha reconciliado con el Padre y entre nosotros,
como hermanos, destruyendo el poder del pecado: odio, rivalidad, venganza, ira…
Tú has dado muerte a la muerte, resucitando a la Vida nueva, Vida Eterna.
¡¡Gracias, Jesucristo!! Tú has sembrado en cada uno de nosotros,
los que creemos en Ti, semillas de eternidad.
Tú nos llamas a participar de tu Eternidad, de la Eterna Bienaventuranza en el cielo,
donde la paz será duradera para siempre.
Pero, mientras peregrinamos por la tierra,
nos anticipas tu Vida divina en la Eucaristía
y en el perdón de los pecados por tu misericordia. ¡Gracias!
PALABRA DE DIOS
• «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,27).
• «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5-6).
• «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia» (Jn 15, 18-19).
Silencio meditativo
ESCUCHEMOS A BENEDICTO XVI
«La violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya siempre acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor de Dios. El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.
La paz es un don de Dios y, al mismo tiempo, un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente. Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz, que no es la simple ausencia de la guerra. La paz, por el contrario, es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente» (Mensaje para la Jornada mundial de la Paz).
ESCUCHEMOS AL BEATO MANUEL GONZÁLEZ
«Se ha hablado mucho, y nunca lo bastante, del primer milagro de la vida pública de Jesús y se habla poco de la primera palabra de su vida de resucitado. Si los muertos hablaran, ¿cuál debería ser la primera palabra que pronunciara el que hubiera pasado por las ignominias, bajeza y dolores de una pasión y muerte como la de Jesús?
Estoy cierto de que a ninguno, por sabio y generoso que fuera, se le hubiera ocurrido proferir la palabra con que Jesús, recién salido del sepulcro, empieza a hablar de nuevo a los hombres: ¡Paz! ¿Verdad que hace falta ser más que hombre para volver a hablar con los hombres con esa palabra?» (Nuestro barro: OO.CC. II, 3049)
Silencio meditativo
PRECES:
Oremos a Dios Padre, que ha enviado a su Hijo como Primogénito de toda la creación, el arquetipo del hombre, el Hombre Perfecto, imagen del Dios invisible, para que se extienda por toda la humanidad el don de la paz:
R/: Dios de Amor, trae la paz y la reconciliación entre todos los pueblos.
· Padre Eterno, que nos has mostrado tu Amor en la presencia real y sacramental de tu Hijo en la Eucaristía, haz que quienes participamos de este Sacramento experimentemos que de ahí brota la fuente de la paz, que nos hace instrumentos tuyos de pacificación y fraternidad.R/.
· Padre de Misericordia, que en la Cruz de tu Hijo has reconciliado a la humanidad contigo por la ofrenda de tu Siervo, llénanos de tu infinito perdón, para que seamos misericordiosos como tú lo eres con nosotros. R/.
· Padre de Bondad, que en tu Hijo has roto la distancia entre los divino y lo humano, haciéndolo en todo igual a nosotros excepto en el pecado, conviértenos en mensajeros del Evangelio, Buena Noticia de Salvación, para que sean muchos los que se vean libres del odio, la violencia y la opresión. Tráenos tu paz. R/.
· Padre Santo, que has hecho a tu Hijo “Portador de la Paz”, para extender sin límites tu Reino de justicia y amor, esperanza y luz, sobre toda la tierra, haznos humildes para que reinemos con Jesús dentro de su Iglesia, para que todos encuentren en ella un lugar de consuelo, acogida, escucha y verdadera fraternidad. R/.
ORACIÓN FINAL:
Creo, Señor Jesús, que sólo Tú traes la paz, que Tú me has hecho experimentar la verdadera alegría en cada acontecimiento:
– la paz de mi corazón colmado de tu infinito amor;
– la paz cuando te recibo en cada Comunión eucarística;
– la paz cuando me perdonas mis pecados;
– la paz cuando me das la gracia para perdonar a otros;
– la paz cuando tu Espíritu me mueve a pedir perdón;
– la paz cuando sé que alguien me busca como hermano;
– la paz cuando tu amor me empuja al servicio de los pobres;
– la paz cuando me conduces a mayor intimidad contigo;
– la paz cuando me abandono, como tú, en las manos del Padre;
– la paz cuando tu Presencia eucarística me lleva a adorarte;
– la paz cuando tu amor llena todas mis expectativas;
– la paz cuando me muestras lo bueno y bello de las personas;
– la paz cuando me regalas, en el sufrimiento, el consuelo de tu Espíritu;
– la paz cuando me llevas a la contemplación gozosa de todo lo creado;
– la paz cuando me concedes contemplarte en la bondad de los buenos.
¡Gracias, Jesucristo, por el don infinito de la Paz!
Miguel Ángel Arribas, Pbro.
(Extraído de eucaristia.wordpress.com)´