Lectura espiritual-Tipología de la oración

LECTURA ESPIRITUAL
VocTEO
Fuente:  Mercaba


El término « lectura espiritual » puede ser sinónimo de lectio divina y significar entonces la lectura de la Escritura en orden a la oración y a la edificación, tal como se propone generalmente en el programa de una vida espiritual comprometida para los sacerdotes, los religiosos y los laicos, Puede indicar bien sea el conjunto de la lectio divina, bien la dedicación al primero de los peldaños de la escala propuesta por el cartujo Guido II. Sin embargo, a partir de la Edad Media y más concretamente a partir de la devotio moderna y de la espiritualidad postridentina, este término, acuñado explícitamente en la escuela jesuítica, indica la lectura de las obras espirituales en general, desde la Escritura hasta los Padres y los autores de segura espiritualidad.

La calificación de « espiritual » puede indicar diversas funciones y actitudes. Se trata de una lectura hecha en el Espíritu, como actividad espiritual y en provecho del alma, o bien de una lectura que tiene como materia libros espirituales de autores espirituales bien conocidos. J. Álvarez de Paz, (siglo XVI), la define en estos términos: «Se la llama lectura espiritual cuando por medio de ella leemos los libros místicos y los tratados espirituales, en los que no sólo buscamos el conocimiento de las cosas espirituales, sino que de manera especial intentamos alcanzar su gusto y su afecto». En esta típica descripción se encuentra, bien sea la actitud de buscar el gusto y el afecto, o bien la materia específica de la lectura, que son los libros místicos y los tratados espirituales. El jesuita italiano Julio Negroni (siglo XVIl) fue el primero que escribió un tratado expreso sobre la importancia de este ejercicio, especialmente para los religiosos.

A partir de la época moderna, se propone la lectura espiritual en las Reglas de los Institutos y se aconseja en la dirección espiritual como uno de los recursos clásicos para mantener y enriquecer la vida espiritual, « va que el alimento espiritual de la lectura es tan necesario para el alma como el alimento material para el cuerpo» (santa Teresa de Jesús).

A menudo se sugieren en los tratados de vida espiritual los libros que hay que evitar y se proponen algunas obras clásicas que han alimentado a muchas generaciones. Entre los libros espirituales que se han ido proponiendo para la lectura destacan, además de la sagrada Escritura, algunos escritos de los Padres de la Iglesia más divulgados, como las Confesiones de san Agustín, las vidas de los mártires y los santos recogidas en el Flos sanctorum o en la Legenda aurea de Santiago de Varazze, la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, algunas vidas de Cristo que obtuvieron particular difusión, como la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia, y posteriormente los autores clásicos que se impusieron en los siglos siguientes como maestros de la espiritualidad cristiana.

Actualmente la lectura espiritual se aconseja con una mayor apertura de horizontes. En primer-lugar, se piensa en la lectura personal de la Escritura, sirviéndose de buenos comentarios exegéticos y espirituales, siguiendo el ritmo de la lectura bíblica que la Iglesia realiza en la liturgia. Hoy son más accesibles las obras de los Padres de la Iglesia y los autores de la gran tradición espiritual oriental, cuyas obras están recogidas en la Filocalia. Es de gran provecho la lectura de los clásicos de la espiritualidad cristiana de la Edad Media y de la época moderna, que han adoctrinado con sus obras a muchas generaciones de cristianos. Hoy están también de moda algunos autores contemporáneos que unen a la profundidad bíblica y teológica el sentido espiritual, la modernidad del discurso y del lenguaje. Es de gran importancia la lectura de las biografías de los santos, accesibles actualmente en obras de probidad científica y valor literario. Son aconsejables las autobiografías de algunos santos y santas, los textos y las obras de los místicos, por la capacidad particular que tienen de atestiguar con su experiencia la vida cristiana.

Los autores espirituales ofrecen algunos consejos para una lectura espiritual fructuosa. A menudo, la elección apropiada de un libro depende del director espiritual, que puede recomendar la lectura más adecuada al estado de ánimo y a la necesidad de la persona. Pero no se trata sólo de la elección del libro. La lectura espiritual requiere asiduidad y empeño; como ejercicio espiritual, exige devoción y recogimiento. Hay que evitar la dispersión y la curiosidad, que son un impedimento para el provecho espiritual. A menudo se trata de hacer una lectura meditada que lleve a la oración, siempre que la persona se sienta movida por lo que lee para entablar un coloquio con Dios.

La Iglesia ofrece también una variada selección de trozos de la gran tradición de Oriente y Occidente en la selección de los autores y de los textos que se ha hecho en el oficio de las lecturas. En esta propuesta se pone de relieve el vínculo que tiene que existir entre la lectura de la Escritura y la lectura de los Padres y autores espirituales.

En efecto, de la lectura espiritual vale lo que afirma la Iglesia: «Mediante el trato asiduo con los documentos que presenta la Tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la sagrada Escritura y a un amor más suave y vivo de la misma. Porque los escritos de los santos Padres son testigos preclaros de aquella meditación de la Palabra de Dios prolongada a lo largo de los siglos, mediante la cual la Esposa del Verbo encarnado, es decir, la Iglesia, " que tiene consigo el pensamiento y el espíritu de su Dios y Esposo" (san Bernardo), se afana por conseguir una inteligencia cada vez más profunda de las sagradas Escrituras... Además, les hace accesibles las inestimables riquezas espirituales que constituyen el egregio patrimonio de la Iglesia y - que a la vez son el fundamento de la vida espiritual y el alimento ubérrimo de la piedad» (Elementos de la liturgia de las Horas, nn. 164-165).

J Castellano

Bibl.: E. Ancilli, Lectura espiritual, en DE, 11. 471-472; J Sudbreck, Lectura espiritual, , AA. VV , Lectura espiritual en SM, 1V 214-217. Lectura cristiana y vida espiritual, en Revista de espiritualidad 31 (1972). número monográfico sobre el tema


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SELECCIÓN DE TEXTOS

3296 Es lo que San Pablo aconsejaba a Timoteo: Dedícate a la lectura (I Tim 4, 13) [...], y lo que San Jerónimo recomienda para poder también defender la verdad cristiana: «Nunca caigan de tus manos los Libros Sagrados [...], asimila la palabra fiel que está en armonía con la verdad, para que puedas exhortar con doctrina sana y refutar a quienes enseñan lo contrario» [...]. ¿Quén ignora el gran influjo que sobre el corazón de un amigo ejerce la voz de un amigo, que le corrige lealmente, le aconseja, le reprende, le anima y le aparta del error? Dichoso aquel que encuentra un amigo verdadero... (Eccli 25, 12). El que lo encuentra, ha encontrado un tesoro (Eccli 6, 14).

Entre nuestros amigos más fieles debemos contar los libros piadosos. Ellos nos hacen recordar la seriedad de nuestros deberes y las normas de la disciplina legítima; despiertan en nuestros corazones las voces celestiales adormecidas; nos echan en cara el abandono de nuestros buenos propósitos; sacuden nuestra falsa tranquilidad; desenmascaran los afectos menos rectos y disimulados [...1; su voz jamás es amarga, sus advertencias jamás son interesadas, su palabra jamás es timida ni engañosa. Muchos y famosos ejemplos demuestran la eficacia saludable de los buenos libros; entre esos ejemplos sobresale el de San Agustín, cuyos grandes méritos dentro de la Iglesia tuvieron comienzo en la lectura: «Toma y lee, toma y lee... Yo tomé (las epístolas de S. Pablo), abrí y leí en silencio... Como si la luz de la seguridad se hubiese esparcido en mi corazón, todas las tinieblas de mis dudas se disiparon» (S. Pio X, Exh. Haerent animo, 4-VIII-1908).
3297 Guárdate, sobre todo, de los malos libros; por nada del mundo te seduzcan ciertas obras muy admiradas de los cerebros débiles que hacen gala de ponerlo todo en duda, de menospreciarlo todo y de burlarse de toda norma tradicional. Búscate, por el contrario, libros de sólida doctrina, cristianos y espirituales, para recrearte siempre (SAN FRANCISCO DE SALES, Carta a un joven, 1. c., p. 839).
3298 De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos como los profundos. No mires si el que te escribe es de mucha o pequeña ciencia, sino que te lleve a leer el amor de la pura verdad. No te preocupe quién lo ha dicho, mas mira qué ha dicho (Imitación de Cristo, I, 5, 1).
3299 No dejes tu lección espiritual. La lectura ha hecho muchos santos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 116).
3300 Ten siempre a la mano algún libro bueno y devoto [...], y lee todos los días un poco con gran devoción, como si leyeras cartas que los Santos te hubiesen escrito desde el Cielo para enseñarte el camino y animarte a ir allá. Lee también las historias y vidas de los Santos, en las cuales, como en un espejo, verás el retrato de la vida cristiana, y acomoda sus acciones a tu provecho según tu vocación (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 17).

3301 A Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras (SAN AMBROSIO, Trat. contra las herejías, 4, 32).

3302 La cual no ha de ser apresurada ni corrida, sino atenta y sosegada; aplicando a ella no sólo el entendimiento para entender lo que se lee, sino mucho más la voluntad para gustar lo que se entiende. Y cuando hallare algún paso devoto, deténgase algo más en él para mejor sentirlo (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, I, 7).

3303 En la lectura—me escribes—formo el depósito de combustible.—Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 117).

3304 (Aconseja que se lean cada día unos versículos de la Sagrada Escritura, y) escritos espirituales de hombres doctos, cuidando, sin embargo, de que sean autores de segura doctrina, porque no hay que ir buscando el oro en medio del fango (SAN JERÓNIMO, Epístola 54, 10).

3305 Después que uno estudia la Escritura se vuelve sensible, es decir, adquiere el discernimiento y gusto de la razón para distinguir lo bueno de lo malo, lo dulce de lo amargo (SANTO TOMÁS, en Catena Aurea, val. I, p. 51).

3306 Debemos conocer la vida de los santos, para afinar-en la corrección de nuestra propia vida [...], y así el fuego de la juventud espiritual, que tiende a apagarse por el cansancio, revive con el testimonio y el ejemplo de los que nos han precedido (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 24, 8).




De la lectura espiritual


Reflexión de San Alfonso María de Ligorio que habla de cómo la lectura espiritual nos prepara para la oración y la práctica de las virtudes.

Por: San Alfonso María de Ligorio |

Tan necesaria, quizás, como la oración es la lectura de los libros santos para la vida espiritual. Escribe San Bernardo: «La lectura espiritual nos prepara para la oración y para la práctica de las virtudes» y luego añade, a modo de conclusión «la lectura y la oración son las armas con que se vence al demonio y se conquista el cielo».

No siempre se puede tener a mano al padre espiritual que nos aconseje en nuestras obras, y sobre todo en nuestras dudas; pues la lectura puede suplirlos, suministrándonos luces, enseñándonos el camino para huir de los engaños del demonio y de nuestro amor propio, y para aceptar conocer la voluntad de Dios. Por eso asegura San Atanasio que «no es posible encontrar quien, dedicándose al servicio del Señor, no sea gran amante de la lectura espiritual».

Se comprende, pues, que todos los santos fundadores hayan recomendados tanto este piadoso ejercicio a sus religiosos. San Benito prescribió que todos hicieran lectura cada día, y que dos monjes se encargara de recorrer ese tiempo las celdas, para ver si era observado este punto; caso de encontrar algún negligente en su cumplimiento, quería que se le impusiera una penitencia. Y antes que todos los fundadores, lo había prescrito San Pablo a Timoteo: «Aplícate a la lectura»: Nótese la palabra que emplea: attende; es decir, que por muchos que fueran los cuidados que le exigieran sus ovejas –Timoteo era obispo–, quería San Pablo que se dedicara a la lectura de libros santos, no como de pasada y por breve tiempo, sino aplicándose expresamente a ella con detención.

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Tan grande es el provecho que causan los libros buenos, cuanto es grande el daño que causan los libros malos; así como aquellos han sido con frecuencia causa de conversión de muchos pecadores, así estos (los libros malos, revistas de cotilleos, y cualquier otros que no inviten al camino de la virtud) causan la ruina de muchos jóvenes. El autor de los libros buenos es el Espíritu de Dios, así como de los libros malos son del espíritu del demonio, que a muchos logra engañar frecuentemente, disimulando el veneno que tales libros encierran.

«Los malos libros, junto con los malos programas de televisión, son el peor veneno que el demonio se vale en nuestros tiempos para arrastrar las almas al infierno. Si San Ligorio hubiera vivido en nuestros días, no sé lo que hubiera dicho contra las revistas pornográficas y las inmoralidades de televisión. Claro está que es un pecado gravísimo recrearse en estas cosas; pero el cristiano que ama a Dios y al prójimo por Dios, no le basta salvar su alma huyendo de contemplar esas inmoralidades, sino que ha de hacer cuánto este de su parte para conseguir que esas cosas desaparezcan del país. ¡Que Dios nos ayude a conseguirlo!» (El editor).

Pero sigamos oyendo al santo sobre la eficacia de los buenos libros que edifica nuestro espíritu y nos anima por tener una conciencia sin mancha de pecado por la gracia y el amor que solo Dios nos puede dar. ¡Qué grande son los bienes que produce la lectura de los libros santos!

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En primer lugar, así como la lectura de los malos libros, según queda escrito, llena el alma de sentimientos mundanos y perniciosos, la lectura de los buenos libros llena el espíritu de pensamientos y deseos santos. ¿Qué pensamientos santos puede cultivar un alma ocupada, en lecturas de libros curiosos y profanos, que hace germinar en su cabeza ideas mundanas y en el corazón una legión de afectos terrenos? ¿Cómo se va a mantener en la presencia de Dios y como va a hacer actos y afectos piadosos? El molino muele el grano que se le hecha; si se le hecha mal grano, ¿cómo queremos que de harina buena? Irá a la oración y a la comunión, y en vez de estar pensando en Dios y haciendo actos de amor y de confianza, estará profundamente distraída, porque le vendrá en tropel a la memoria todas las vanas ideas de sus lecturas. En cambio, quien tiene la mente bien nutrida de especies devotas, como máximas espirituales, ejemplos de virtud de los santos, se verá acompañada de tales pensamientos, no solo durante la oración, sino también fuera de ella; por lo cual podrá ser casi continuo su recogimiento en Dios.

San Bernardo lo explica todo esto con una bella comparación sobre aquel pasaje de San Mateo: Buscad y hallareis. “Buscad leyendo –explica el santo– y encontrareis meditando; la lectura pone el alimento en la boca para masticarlo por la meditación”.

En segundo lugar, el alma embebecida en santos pensamientos por medio de la lectura, estará mejor dispuesta para rechazar las tentaciones interna.
Con este fin, San Jerónimo se la aconsejaba a su discípula Salvina: «No dejes de las manos los libros divinos, que serán un escudo donde reboten las flechas de los malos pensamientos.

En tercer lugar, la lectura nos sirve para ver las manchas del alma, y viéndolas, más fácilmente las podremos quitar. El mismo San Jerónimo escribió a Demetriades «que se sirviera de la lectura como de un espejo»; con lo cual quería significar que, así como el espejo nos descubre las manchas del rostro, la lectura de los libros santos descubre las manchas de la conciencia. «En ella –nota San Gregorio hablando de la lectura– vemos que tenemos de hermoso y lo que tenemos de deforme, por ella apreciamos nuestros progresos»; vemos si hemos adelantado o hemos retrocedidos en las vías de Dios.

En cuarto lugar, por la lectura de los libros santos recibimos muchas luces, y sentimos las llamadas divinas. Advierte San Jerónimo que «Cuando oramos, le hablamos (a Dios) cuando leemos, le oímos».

No siempre, como decía antes, podremos tener junto a vosotras (almas que buscan la santidad) al padre espiritual, ni siempre podremos oír la palabra de santos predicadores, que nos den luces y nos dirijan acertadamente por los caminos de Dios, pero tenemos quien lo sustituye en los buenos libros.

¡Cuantos santos han abandonado el mundo y se han dado a Dios por la lectura de un libro espiritual!

Bien es conocido el ejemplo de San Agustín, que, estando miserablemente aherrojado por sus pasiones y sus vicios, fue iluminado por luz celestial que le vino por la lectura de una Epístola de San Pablo, salió de las tinieblas y comenzó a caminar hacia la santidad. Lo mismo le aconteció a San Ignacio de Loyola; siendo todavía soldado, para vencer el aburrimiento de las horas que tenía que estar en el lecho, a causa de las heridas comenzó a leer un libro de Vida de santo, que por la providencia divina le vino a las manos; eso le bastó para comenzar a ser santo, convertido en padre (en la vida espiritual) y fundador de esa religión de la Compañía de Jesús, que tantos días de gloria ha dado a la Iglesia.

San Juan Colombini leyó también por casualidad, y casi contra su voluntad, un libro devoto, y eso bastó para hacerle dejar el mundo y hacerle fundador de una orden religiosa. De dos cortesanos del emperador Teodosio. Cuenta San Agustín que entraron un día en un monasterio: dos de ellos se puso a curiosear una Vida de San Antonio que encontró en una celda; pero de tal modo le fueron dominando los santos pensamientos que leía, que allí mismo tomó la resolución de dejar el mundo, y luego habló a su compañero con tal fervor, que los dos decidieron dedicarse en aquel monasterio, al servicio de Dios.

En las crónicas de los carmelitas descalzos se lee que una señora de Viena se había arreglado una tarde para asistir a un sarao; pero cuando hubo llegado al salón y viendo que la fiesta se había suspendido, se llenó de rabia y para distraer el mal humor tomó un libro espiritual que por la providencia de Dios le vino a sus mano; el libro trataba del desprecio del mundo, y tanto la convenció, que dio un adiós al mundo y se hizo carmelita.

Pero no se crea que los libros devotos ayudaron a los santos al principio de sus conversiones, fueron su ayuda toda su vida, para conservar y aumentar cada día más su perfección.

El glorioso Santo Domingo cogía sus libros de devoción, los estrechabas efusivamente y exclamaba «Estos son los pechos que me dan leche».

¿Cómo podían los santos anacoretas pasarse tan largos años en el desierto, lejos de todo comercio humano, sino con la ayuda de la oración y la compañía de los libros espirituales? Para el gran siervo de Dios, Tomás de Kempis, no había mayor recreación que estar en un rincón de su celda con un libro que le hablara de Dios. Ya recordé en otro lugar las palabras del Venerable Vicente Caraffa “Que para él no había en el mundo vida más envidiable que esconderse en una gruta solitaria, con un pedazo de pan y un libro de devoción”. San Felipe Neri dedicándose todos los ratos libres que tenía para leer libros espirituales, y sobre todo, vidas de santos.

— ¿Y cuales son los mejores libros para mí?

Pues os respondo, ante todo aquellos libros en que vuestra alma encuentra más pasto de devoción y que más fuerza tienen para unirse con Dios. Son preciosas para este fin, las obras de San Francisco de Sales, de Santa Teresa de Jesús, del P. Granada, del P. Rodríguez y del P. Nieremberg.

Escoged aquellas materias que conozcáis ser más provechosa para vuestra perfección. LEED CON PREFERENCIA VIDA DE SANTOS.

¡Qué hermosa ayuda tenemos en las Vidas de los santos! Los libros ascéticos nos dan instrucciones sobre el modo de practicar las virtudes; pero en las vidas de los santos vemos como las han practicado muchos hombres de carne y hueso como nosotros. Aunque otra cosa hiciera su ejemplo, por lo menos nos hace humillarnos y confundir la frente con el polvo; viendo lo mucho que han hecho los santos, no tendremos más remedio que avergonzarnos de lo poco que hemos hecho y que hacemos nosotros por Dios.

* De San Francisco de Asís escribía San Buenaventura que «el recuerdo de los santos como un montón de carbones encendidos, le levantaban un incendio divino en el alma». Con el fin de sacar mayor provecho o fruto posible de la lectura, conviene, en primer lugar, encomendarse a Dios antes de empezar, pidiéndole que ilumine nuestra mente sobre aquello que vamos a leer. Ya dije antes que el Señor mismo se digna hablarnos por medio de los libros espirituales; de ahí la conveniencia de invocarle al comenzar: Hablar, Señor, que vuestro escucha, porque quiere obedeceros en todo lo que le indiquéis ser Voluntad Vuestra. (*Esto es en primer lugar).

En segundo lugar, hay que leer, no para adquirir ciencia o por curiosidad, sino con intención de progresar en el amor de Dios. Leer para adquirir ciencia no es lectura espiritual; es un estudio que nada dice al alma. Pero todavía es más grave leer por mera afición, como hacen algunos que se dan a devorar libros, sin otro fin de terminarlos pronto y dar pasto a su curiosidad. ¿Qué provecho pueden esperar de tales lecturas? Todo el tiempo cumpliendo en ellas es tiempo perdido. Bien advertía San Gregorio «Hay muchos que leen y se quedan en ayuna», como si nada hubieran leído, porque han leído por pura curiosidad, y de eso reprendió el santo al médico Teodoro, porque al leer las Sagradas Escrituras lo hacia tan atropelladamente, que no podía sacar ninguna utilidad.

Para sacar provecho de los libros espirituales hay que leerlos pausadamente y con reflexión: «Alimenta tu alma, –aconseja Cesáreo– con los libros divinos». Pues si el alimento ha de aprovechar no basta tragarlo, hay que someterlo a la masticación; he ahí la tercera condición para sacar abundantes frutos de la lectura espiritual: hay que masticar o considerar despacio lo que se lee, haciendo las oportunas aplicaciones del santo a sí mismo. Y cuando se llega a un pasaje que impresiona más, –indica San Efrén– que se vuelva a leer.

Además, cuando en la lectura se recibe alguna luz especial, por alguna máxima o algún acto de virtud allí referido y se siente que aquello asimila el corazón conviene cerrar el libro, levantar el espíritu a Dios y tomar alguna resolución, o hacer algún acto fervoroso o una suplica ardiente a Dios; «Que la lectura deje paso al oración», –apunta San Bernardo–. Será muy buena cosa retirarse entonces a orar, mientras se sienta la influencia de aquel vivo sentimiento que nos conmovió imitemos a la abeja, que no se posa en la segunda flor mientras no ha libado toda la sustancia de la primera: no importa que se pase así todo el tiempo destinado a la lectura, porque de ordinario, suele ser para mayor provecho del espíritu; bien puede suceder que la lectura de un versículo deje más fruto que si se hubiese leído una pagina entera.

Conviene, antes de acabar la lectura, escoger de entre lo leído algún piadoso pensamiento para llevarlo consigo, como llevamos una flor al salir de un jardín donde nos hemos recreado unas horas con sus delicias.