(Diciembre 2005)
El libro de Ester es un precioso relato sobre la providencia de Dios, que vela por su pueblo aun cuando éste se halla en medio de terribles peligros. La historia de Ester está situada en la época del dominio persa. Es una bellísima joven hebrea llevada al harén del rey y convertida en la esposa favorita del monarca. En esos renglones torcidos Dios va escribiendo un relato de salvación.
El pérfido Amán, visir del rey de Persia, el Hitler de tiempos antiguos, había tramado la destrucción de todo el pueblo judío a lo largo y ancho del imperio persa. El rey había ya firmado el decreto. La única esperanza que les quedaba a los judíos es que Ester intercediera por ellos ante el rey y consiguiera anular aquel terrible decreto.
Ninguna de las esposas o concubinas del rey podía acudir a su presencia sin ser llamada. La que se atreviese a hacerlo incurriría en la pena de muerte. Mardoqueo, tío y tutor de Ester, habló con ella para encomendarle este último intento para la salvación de su pueblo: "Ora al Señor, habla al rey a favor nuestro y líbranos de la muerte" (Est 4,8). Para poder interceder ante el rey, Ester tenía que presentarse ante su presencia sin haber sido llamada, y al hacerlo se jugaba la vida.
Antes de acudir ante el rey, Ester ayunó dos días, vestida de penitente. Se dedicó intensamente a la oración y mandó que todos los judíos, dondequiera que estuvieran, se uniesen a su oración y a su ayuno. La Biblia nos reproduce la oración que Ester hizo en este trance:
"Ven en mi socorro, que estoy sola, y no tengo socorro sino en ti, y mi vida está en peligro" (Est 4,17l) "Acuérdate, Señor, y date a conocer en el día de nuestra aflicción, y dame a mí valor, rey de los dioses, y señor de toda autoridad. Pon en mis labios palabras armoniosas cuando esté en presencia del león (4,17m) Oye el clamor de los desesperados, líbranos del poder de los malvados y líbrame a mí del temor" (4,17z).
Después de haber orado, Ester se armó de valor, se perfumó, se vistió de sus vestidos más hermosos y acudió a la presencia del rey. En lugar de enojarse contra ella y castigarla, el rey accedió a su petición y anuló el decreto de exterminio contra el pueblo judío. La mediación de Ester fue decisiva para conseguir su salvación.
Con frecuencia nos toca orar en situaciones en que nos sentimos cobardes, y tenemos miedo de afrontar acciones que nos espantan. De los apóstoles se nos cuenta también que en cierta ocasión se llenaron de miedo, porque les amenazaron con la muerte si seguían predicando. Entonces acudieron, como Ester, a la oración: "Ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu palabra con toda valentía" […] Acabada su oración, retembló el lugar y quedaron llenos del Espíritu Santo para predicar con valentía" (Hch 4,29-31).
Suelen llamar a esta escena el "pequeño Pentecostés", porque en ella se repiten de nuevo todos los fenómenos que caracterizaron el primer Pentecostés que infundió a la Iglesia la fuerza para predicar el evangelio. Esta escena nos muestra que Pentecostés no es una experiencia única en la vida, sino que puede repetirse cada vez que nos vemos faltos de valor para llevar adelante nuestro compromiso cristiano. En esos momentos de temor, tenemos que volvernos a Dios e invocar la fuerza de su Espíritu.
A veces lo que nos da miedo es hablar con el jefe en el lugar de nuestro trabajo, o con el párroco de la iglesia, o tener que firmar una carta, o intervenir en un debate, o acudir a una manifestación. A veces nos da miedo tomar postura y declararnos abiertamente ante los compañeros de trabajo, o los miembros de la comunidad, a sabiendas de que lo que vamos a decir puede que no caiga bien. Nos da miedo que nuestra intervención nos reste popularidad, o nos gane la enemiga de gente que nos puede desprestigiar y hacer daño. Quizás ponga en peligro nuestro puesto de trabajo, nuestra amistad o nuestra carrera. A veces simplemente nos da miedo de que se burlen de nosotros.
Es el momento de acudir a la oración, como Ester y como los apóstoles: "Pon en mis labios palabras armoniosas cuando esté en presencia del león". El león es aquella persona que nos amedrenta, que nos hace temblar, porque le vemos muy superior a nosotros en sabiduría, en elocuencia, en autoridad, en prestigio social. El león es aquel que nos intimida porque no tolera que nadie le rechiste y puede llegar a ser violento, cáustico en sus respuestas, vengativo, cruel.
El miedo puede reducirnos al silencio. Pero si Ester se hubiese callado por miedo, todo su pueblo hubiese perecido. Hay silencios cobardes e inhibiciones que impiden que la salvación de Dios se haga presente.
Se trataba de un día especialmente crítico en su larga historia de lucha contra la segregación racial. A media noche recibió una llamada de teléfono amenazante: "Escucha, negro, hemos tomado medidas contra ti. Antes del semana próxima maldecirás el día en que llegaste a Montgomery". Ya no pudo dormir. Le asaltaron los temores y un deseo muy grande de huir, de tirar la toalla. Pero en ese momento, en la cocina, mientras preparaba un café, oró como la reina Ester: "Estoy tomando partido por la justicia, pero tengo miedo. La gente me elige para que los guíe, y si me presento delante de ellos falto de fuerza y de de valor, también ellos se hundirán. Estoy al límite de mis fuerzas. No me queda nada. He llegado a un punto en el que ya me es totalmente imposible enfrentarme yo solo a todo".
En ese momento le sucedió lo mismo que a los apóstoles cuando les amenazaron de muerte. Se llenó del Espíritu Santo y de una seguridad tranquilizadora que le decía: "Toma partido a favor de la justicia, pronúnciate por la verdad. Dios estará siempre a tu lado". Sus temores se disiparon como la niebla al salir el sol. Tres noches más tarde pusieron una bomba en su casa, pero ya nada podía acobardarle. En la oración había encontrado la serenidad y la fortaleza para seguir trabajando por la liberación de su pueblo.