Filipos, capital de Macedonia, fue la primera ciudad europea a la que llegó el evangelio de Jesús. Pablo y Silas, los primeros misioneros, pusieron rumbo a esta ciudad, respondiendo a una visión nocturna que tuvo Pablo, en la que un macedonio de pie le suplicaba diciendo: "¡Ven a Macedonia a ayudarnos!" (Hch 16,9).
Recién llegados a la ciudad encontraron junto al río a un grupito de mujeres orando. Fueron las primeras cristianas europeas. Después de varias aventuras que podéis leer en el capítulo 16 de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y Silas dieron con sus huesos en la cárcel de Filipos. Primeramente les azotaron, dejándoles la espalda en carne viva, y luego les metieron en el calabozo más lóbrego y profundo, y les pusieron los pies en el cepo.
Podéis imaginaros la escena. Los dos apóstoles se encuentran en el calabozo de una ciudad desconocida, a oscuras, llagados y encadenados. Y sin embargo "a la media noche Pablo y Silas cantaban himnos a Dios, mientras los demás presos escuchaban" (Hch 16,25). Sin duda que los otros presos estaban alucinados ante esos cantos de gozo de esos dos hombres que hubieran tenido tantos motivos para lamentarse. En lugar de asistir a un concierto de "ayes" y lamentos, los otros presos asistían a la explosión de júbilo de los apóstoles que cantaban como cantan los pájaros en sus jaulas.
El gozo de los cánticos inspirados desde la cárcel es ya un tema clásico en el judaísmo. Es el caso de de José en la cárcel de Egipto (Testamento de José 8,5), o el de los tres jóvenes en el horno de fuego (Dn 3,23). En todos estos casos la alabanza a Dios desde situaciones de extrema opresión culminan en la liberación de los prisioneros
Ya antes nos había contado Lucas que, en otra ocasión, los apóstoles de Jerusalén, tras ser encarcelados, injuriados y azotados por los sacerdotes, se retiraron del sanedrín "alegres por haber sido dignos de sufrir ultrajes por el Nombre" (Hch 5,41). Se realiza así la promesa que hizo Jesús en su última bienaventuranza. Los perseguidos por su nombre pueden alegrarse y saltar de gozo ya en el tiempo de la persecución (Lc 6,22-23).
También la carta de Pedro habla mucho de esta alegría que el cristiano experimenta en las persecuciones. "Rebosáis de alegría, aunque sea preciso que por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y honor en la Revelación de Jesucristo" (1 Pe 1,6) Y más adelante: "Alegraos en la medida en la que participáis de los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la manifestación de su gloria" (1 Pe 4,13). "Dichosos vosotros si sois injuriados por el nombre de Cristo" (1 Pe 4,14). Sólo se conoce el poder de su resurrección a través de la comunión en sus padecimientos (Flp 3,10).
Más tarde, Pablo volvió a estar repetidas veces en prisión. Desde una de esas otras prisiones escribió la carta a los filipenses, cuando esperaba una sentencia que bien podría ser la sentencia de muerte. Pensemos en alguien que espera el resultado de unas pruebas médicas que pueden confirmar la existencia de un cáncer letal. Sin embargo la carta a los filipenses es la más luminosa de las cartas de Pablo. A veces invito a mis alumnos a que la lean toda seguida subrayando con un bolígrafo rojo todas las veces en que aparecen palabras que denotan alegría (Flp 1,4.18.25; 2,2.17.18.28.29; 3,1; 4,1.4. 10).
Volviendo a Pablo y a Silas en la cárcel, Hechos continúa diciendo que, como respuesta a su canto de alabanza, "se produjo un terremoto tan fuerte, que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron". La tierra tiembla, como ya tembló cuando los israelitas entonaron la terua’, la aclamación de la que hablamos en el capítulo 3. "Cuando el arca del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron un gran clamor que hizo retumbar la tierra" (1 S 4,5).
También en el pequeño Pentecostés lucano de Hch 4,31, hay un terremoto en respuesta a la plegaria de los apóstoles. El contexto es el mismo. Ante las amenazas de las autoridades, todos a una "alzaron su voz a Dios" (Hch 4,24). "Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía" (Hch 4,31).
Esta alegría es apostólica, es decir, contagiosa. El relato de Pablo y Silas termina contando cómo el carcelero aceptó el evangelio de aquellos presos que irradiaban alegría y confianza en medio de sus sufrimientos, y que no habían querido huir de la cárcel, porque ya dentro de ella eran soberanamente libres (Hch 16,30-34). También la cárcel posterior en Filipos fue motivo para el avance del evangelio entre los funcionarios del Pretorio, y esto sirvió "para que Cristo fuera anunciado". "Esto me alegra y seguirá alegrándome" (Flp 1,18).
Hoy día en España los cristianos no estamos sometidos a una persecución religiosa. No nos van a azotar ni a meter en la cárcel por ser cristianos. Pero hay muchos católicos que tienen que padecer alguna vez en su familia o en su trabajo humillaciones, desprecios, risitas, postergaciones, todo a causa de su fe religiosa. Uno siente entonces miedo y vergüenza, y empieza a perder la libertad para seguir profesando públicamente su fe. ¿Has probado alguna vez a cantar lleno de gozo en estas circunstancias? Prueba a imitar a Pablo y a Silas en sus cantos de alabanza en la oscuridad de su prisión.
Los que han orado así alguna vez, saben lo que es ese terremoto interior que se experimenta, cuando se rompen las cadenas del miedo y los respetos humanos, y uno recupera su libertad interior y su gozo en el Espíritu Santo.