Con frecuencia sucede que un amigo va al médico para hacerse unas pruebas. Se le ha detectado un tumor, y las pruebas van a aclarar si se trata o no de un tumor maligno. Esperamos el resultado de los análisis como quien espera en el tribunal una posible sentencia de muerte. ¿Cómo volverse a Dios en una situación semejante? ¿Cómo llevar ante E nuestro desconcierto, nuestro miedo y angustia?
La Biblia nos habla de un rey de Israel muy bueno, Ezequías, que había servido a Dios con corazón limpio y había combatido contra la idolatría. Un día enfermó gravemente, cuando era todavía relativamente joven. El resultado de las pruebas le vino por boca del profeta Isaías que le anunció: "Haz testamento, porque muerto eres, y no vivirás" (Is 38,1). El momento, como siempre, era el menos propicio. Las tropas de los sanguinarios asirios amenazaban la ciudad de Jerusalén.
¿Cómo reaccionó el rey ante esta noticia? La Biblia sólo nos dice que "volvió su rostro a la pared y oró al Señor: ‘Ah, Señor, dígnate recordar que he andado en tu presencia con fidelidad y puro corazón haciendo lo recto a tus ojos’. Y Ezequías lloró con abundantes lágrimas" (Is 38,3).
¿Qué más le diría Ezequías al Señor con su rostro vuelto a la pared? Trata de reconstruir el diálogo. "Señor, soy joven aún. ¿Qué he hecho para merecer esto? Mis hijos son niños todavía. Mi pueblo me necesita porque los poderosos asirios tratan de invadirnos y destruirnos". Pero más elocuentes que todas sus palabras fueron sus lágrimas. Como diremos en el capítulo 41, las lágrimas son siempre la más bella de las oraciones.
Muchos salmos recogen la oración de los enfermos. "Me canso de llorar, mi garganta arde, mis ojos se consumen de esperar a mi Dios" (Sal 69,3). "Me siento sin fuerza, mis huesos están dislocados" (Sal 22,15). Mis llagas hieden y están podridas a causa de mi locura: encorvado, abatido totalmente, sombrío ando todo el día" (Sal 38,5-7). "El corazón me traquetea, mis fuerzas me abandonan, me falta la luz misma de mis ojos" (Sal 38,11). "Mis huesos arden de fiebre lo mismo que un brasero" (Sal 102,6).
Piensa en esa madre de familia con cuatro niños pequeños a quien acaban de detectar un cáncer de mama. Han pasado 2.700 años desde que Ezequías oró al Señor, pero su oración puede seguir inspirando a los hombres y mujeres de nuestro siglo XXI. Todo ha cambiado, pero el corazón del hombre y de la mujer de hoy, confrontados con la vida o la muerte, sigue siendo el mismo, y por eso puede encontrar inspiración y consuelo en esos textos antiguos de la Biblia.
En el caso concreto que comentamos, Dios escuchó la oración de Ezequías y envió de nuevo al profeta Isaías a decirle al rey: "Dice el Señor: ‘He oído tu plegaria, he visto tus lágrimas y voy a curarte... Añadiré quince años a tus días y salvaré a la ciudad de las tropas asirias" (2 R 20,5-6). El profeta acompañó sus palabras con un remedio natural, una masa de higos aplicada sobre el tumor, y le dio un signo: la sombra de la aguja en el reloj de sol retrocedió diez grados.
Todos los días decenas de miles de personas se curan de enfermedades muy graves. Todos conocemos muchas personas que han sanado de una enfermedad grave en la que se temía por su vida. Ciertamente en su curación fue muy importante la "torta de higos", el tratamiento médico que es normalmente la mediación humana.
El libro del Eclesiástico nos enseña que en la enfermedad hay que acudir a la vez a Dios en la oración y a los médicos que nos pueden ayudar con su sabiduría y con los remedios que Dios ha provisto en la naturaleza. "Hijo, en tu enfermedad no seas negligente, sino ruega al Señor, que él te curará. Aparta las faltas, endereza tus manos, y de todo pecado purifica el corazón. Ofrece incienso y memorial de flor de harina, haz ofrendas abundantes según tus medios. Recurre luego al médico, pues el Señor lo creó a él también, que no se aparte de tu lado, pues de él has menester" (Si 38,9-12). "El Señor puso en la tierra medicinas, el varón prudente no las desdeña" (Si 38, 4).
En la Iglesia hay un sacramento especial para la salud quebrantada y la vida amenazada, el sacramento de la unción de los enfermos. "¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia que oren por él y le unjan con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor hará que se levante y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (Stg 5,14-15).
Desgraciadamente, muchos de los que se curan de una enfermedad grave se limitan a dar gracias a los médicos, sin acordarse de dar gracias a Dios. En cambio Ezequías, al sanar de su mal, entonó un cántico precioso al Dios de la vida. Puedes apropiarte de este canto y saborearlo en Isaías 38: "Me has curado, me has hecho revivir, has cambiado mi amargura en bienestar, porque preservaste mi alma de la fosa […] Sálvame YHWH, y cantaremos mis canciones todos los días de nuestra vida en la casa de YHWH (Is 38,16-17.20).
Ezequías vivió su curación como un signo de Dios en un contexto religioso. "El que vive, el que vive, ese te alaba como yo ahora. El padre enseña a sus hijos la fidelidad" (Is 38,19). Hay muchos otros que viven su curación de una manera profana, como un puro resultado de la ciencia. El que atribuye su curación al Dios de la vida, no se limita a cantar agradecido, sino que entiende que la propina de vida que le han dado tiene un sentido. Esos quince años más de vida fueron un don precioso que Ezequías quiso emplear ‘cantando su canción todos los días en el templo" y "enseñando a sus hijos la fidelidad".
Aunque la vida anterior de Ezequías no había sido mala, sin embargo en el don de la salud descubrió un nuevo sentido superior para su vida. Aquella propina de vida la empleó para hacer una de las reformas más radicales que hubo en la historia de Israel. Ezequias emprendió una reforma religiosa que limpió el país de ídolos y de cultos perversos, para llevarlo a un monoteísmo más puro
Quizás ésta es la principal diferencia entre una curación "profana" y una curación "religiosa". En una curación "profana" uno puede aprovechar la salud recibida, para emprender una mala vida de opresión de sus semejantes. En cambio el que se ha sentido curado por Dios dedica la nueva vida recibida a un objetivo más sublime: ser testigo ante los hombres de la fidelidad de Dios.