Perspectiva de Síntesis Histórica.
1.- Los orígenes.2.- Eucaristía y culto al Santísimo Sacramento
3.- La Fiesta del Corpus Christi
4.- Auge y consolidación del culto eucarístico
Está hoy bastante documentado que no se puede hablar de culto en sí o veneración pública del Santísimo Sacramento de forma separada de la misa antes del siglo X. Entre los primeros cristianos, solían reservarse las especies consagradas en algunos locales o casas particulares a fin de llevarlas a enfermos e imposibilitados, pero sin ningún tipo de adoración o culto especial. En el siglo VIII se reservaban, tras la misa, en un ángulo del templo en el interior de un nicho en forma de paloma, suspendido sobre el altar, pero tampoco se le dedicaba una especial importancia.
Contribuyó no poco al auge y difusión de la devoción y culto al Santísimo Sacramento la aparición en la liturgia del rito de la Elevación de las especies consagradas, haciéndose sonar al mismo tiempo una campanilla para que los fieles se postraran de rodillas en señal de adoración. Con esto, esta actitud devota no se refería sólo ya al sagrario o tabernáculo de la reserva, sino a las propias especies consagradas elevadas a la vista de todos. Antes la consagración no revestía esta solemnidad, sino que se pronunciaban las palabras sin especial ostentación.
Repetidamente se ha venido afirmando que este rito fue introducido como una reacción ante las herejías y controversias eucarísticas de Berengario de Tours y sus dudas sobre la presencia real de Cristo en las sagradas formas. Lo cierto es que ya antes existía la práctica, aunque llevada a cabo de una manera un tanto arbitraria y no regulada, que hizo necesaria la intervención de la jerarquía diocesana, como la del arzobispo de París, Sully, a fines de siglo.
Con el desarrollo del Císter, junto a esa purificación de las formas litúrgicas, se observa un decaimiento de las prácticas externas en pro de una mayor interiorización y en este sentido la veneración al Santísimo adquiere una mayor profundidad espiritual. La devoción se consolida claramente en el siglo XIII con la celebración del IV Concilio de Letrán, en donde ya aparece claramente el término de Transubstanciación para explicar el convertimiento de las especies eucarísticas.
2.- Eucaristía y culto al Santísimo Sacramento
Pero es claro que no se puede realmente historiar la evolución del culto al Santísimo si no se relaciona con la celebración eucarística, acto central y fundamental de la vida de la Iglesia desde los primeros tiempos en el que Cristo se hace especialmente presente en medio de la comunidad actualizando y renovando la Cena pascual en la lectura de su Palabra y el sacrificio de Amor en el que comparte su Cuerpo y su Sangre y junto a la Iglesia reunida lo ofrece al Padre por la redención del mundo.
Durante toda la Alta Edad Media se multiplicaron el número de misas diarias hasta tal punto que hubieron de dictarse decretos de limitación de las misas que podía celebrar cada sacerdote. Esta es la a causa de la multiplica
ción de altares en las iglesias. Entre el pueblo sencillo existía una gran devoción y muchos procuraban oír el mayor número posible, pero no como participación, sino en el sentido de que se fue creando una práctica un tanto supersticiosa relativa a la adoración del Santísimo en el momento de la Elevación, que presuntamente producía efectos salutíferos para el alma y el cuerpo de quienes lo observaban con devoción.
Todo ello es fruto de una clara evolución de la eucaristía en relación con la religiosidad y participación del pueblo en la vida de la Iglesia. En los primeros tiempos era una celebración comunitaria y participativa totalmente abierta y comprensible en donde se compartía la vida. Pero ya cuando el cristianismo se convierte en la religión oficial del Estado romano, las eucaristías se masificaron, perdieron la espontaneidad y se fue creando unas fórmulas ordinarias comunes para unificar la práctica. Junto a esto, los ministros oficiantes, diáconos y los obispos tienden a constituirse en una élite ilustrada que cada vez se aleja más de la comunidad a la que sirve y que los eligieron como responsables y adquiere una supremacía potestativa sobre los fieles.
Cuando desaparece el Imperio Romano y los distintos pueblos que lo constituían van construyendo su identidad y comienzan a establecerse lenguas vernáculas en las que se expresan normalmente todos sus habitantes, el clero lo sigue haciendo en latín en las misas y demás celebraciones. Esto contribuye aún más a la separación entre el clero y el pueblo fiel, que acude como mero espectador de unos Misterios y unos ritos que no puede entender. Al irse apercibiendo de todo esto, la jerarquía promueve más que una participación real, un acercamiento afectivo, es decir una devoción hacia el Misterio eucarístico. El pueblo está físicamente separado del presbiterio por una iconostasis cubierta además por una cortina, que sólo se descorría en determinadas partes de la misa, como la consagración, en la que difusamente el pueblo podía vislumbrar la Elevación de las Formas. Así los fieles tenían un sentido de la eucaristía un tanto críptico, misterioso en el que Cristo tenía sólo una relación clara con el clero, que era quien podía entender a ese inaccesible Dios.
De hecho, la comunión de los fieles ha sido desde la Edad Media muy poco fomentada, por una mezcla de excesivo respeto y veneración y la propia consideración devocional que no invitaba ciertamente a recibir las especies consagradas. En el mismo sentido cabe decir que poco a poco se fue eliminando la secular costumbre de que fuera el pueblo quien ofrendara el pan y el vino que se iba a consagrar, estableciéndose poco a poco un tipo de formas especiales cuidadosamente reglamentadas, que hacían todavía más impersonal y alejada del pueblo la celebración eucarística. De la misma manera, desde el siglo X (Concilio de Clermont.1095), va desapareciendo el uso de comulgar bajo las dos especies, afirmándose el dogma de que bajo cualquiera de las dos, se recibe a Cristo entero. Esta última disposición fomentó no poco la devoción al Santísimo Sacramento.
Toda esta devoción por el Santísimo Sacramento y su realce progresivo fue haciendo posible unas determinadas prácticas de piedad fuera de la eucaristía, entre ellas la exposición permanente o la institución de la Fiesta del Corpus Christi con su solemne procesión pública por las calles.
3.- La Fiesta del Corpus Christi
La Fiesta del Corpus Christi aparece documentada por vez primera en la diócesis de Lieja entre 1246-47 y en relación con una serie de visiones y revelaciones de una mujer piadosa, la beata Juliana de Mont-Cornillon en un clima de especial devoción sacramental. Al poco tiempo, el Papa Urbano IV, que había sido arcediano de Lieja, extiende la fiesta a la Iglesia universal por la bula "Transiturus" en 1264. En España aparecen menciones a esta fiesta en Barcelona en 1319. En Sevilla existen noticias esporádicas ya desde principios del siglo XV. Durante los siglos XIII y XIV se genera toda una literatura milagrera que enfervoriza más a los fieles. Bien conocido es el denominado Milagro de Bolsena, por un relato que afirma que, oficiando un sacerdote la eucaristía en aquella ciudad, le acometieron dudas sobre la presencia real de Cristo en las formas consagradas y entonces, en el mismo momento que acababa de consagrar la Hostia, de ésta brotaron varias gotas de sangre que empaparon los corporales.
4.- Auge y consolidación del culto eucarístico
No obstante, la consolidación definitiva del culto y devoción eucarística tiene lugar en el siglo XVI en torno a la Reforma Católica que emana del Concilio de Trento, en que se establecen o reafirman los principales dogmas en torno a la Eucaristía y se establece todo un espíritu pastoral de exaltación de la liturgia que alcanza plena expresión en el Barroco.
En esta centuria surgen nuevas prácticas devocionales como la Adoración Perpetua o el Jubileo Circular de las 40 horas, que alcanzarán su pleno desarrollo a partir de la siguiente centuria. Junto a ellas alcanzará singular esplendor la Fiesta y Procesión del Corpus Christi. Es bien conocido el caso de Sevilla, en el que toda la ciudad se volcaba en su preparación y participaba en la amplísima comitiva.
Es preciso destacar igualmente la importancia de la literatura eucarística, sobre todo de los Autos Sacramentales en singulares autores del Siglo de Oro. Todo ello respondía a una religiosidad de fuerte arraigo popular que en España alcanzó un inusitado desarrollo hasta el punto de dedicarse un mes entero al culto eucarístico.
También es ahora cuando se instauran oficialmente las hermandades sacramentales, aunque al parecer ya existían algunas asociaciones desde el siglo XIV. Desde un primer momento tiene un carácter netamente parroquial y una de sus principales funciones es la del acompañamiento del Viático a los enfermos. En Sevilla, los orígenes de las primeras hermandades aparecen a principios de este siglo XVI y en torno a la figura de Teresa Enríquez, que promociona extraordinariamente y dota con limosnas la primera cofradía de Roma e introduce especialmente la devoción eucarística fundando también hermandades en la ciudad de Sevilla. De hecho, las Sacramentales del Sagrario, San Vicente, San Lorenzo, Santiago y San Pedro la reconocen como su fundadora. Entre sus funciones destacan la exposición permanente del Santísimo, celebración de un Tríduo Sacro, Jubileos, fiesta, procesión y octavario del Corpus, acompañamiento del Viático, montaje del Monumento del Jueves Santo.
En estos siglos se canonizan ya las principales modalidades de la devoción y culto al Santísimo Sacramento tal y como las conocemos hoy. En la actualidad, a raíz del Concilio Vaticano II, se trata de fomentar una mayor participación de los fieles en la celebración eucarística con una liturgia viva, comprensible, abierta en donde se comparta la vida del hombre con la vida de Cristo, que se hace Sacramento de Amor. En este sentido, la pastoral centra toda la liturgia en la eucaristía y sólo a partir de ella, tiene sentido y se establece el desarrollo del culto al Santísimo en las exposiciones, jubileos, adoración nocturna, procesiones de impedidos y las devociones. Ya a partir de los primeros años de este siglo, se fomenta la mayor frecuencia de la comunión entre el pueblo, con lo que poco a poco se vuelve a acercar de una manera tangible y participativa las formas consagradas para su esencial función: servir de alimento espiritual que regenera al hombre y lo une a la Persona y Misión de Cristo.
José Romero Mensaque